Publicidad

El karma del laguismo con el PS

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
Ver Más

Ricardo Lagos ambicionó siempre ser el Presidente que diera vuelta la página respecto de la imagen y del Gobierno de Salvador Allende, pero no fue capaz de captar el “alma socialista” en esa tarea y cautivar para siempre su apoyo, pues no tiene una noción clara de lealtad e igualdad políticas. Se dice que Giulio Andreotti, el líder DC italiano, le recomendó a José Antonio Viera-Gallo –cuando este se fue a despedir de aquel en Roma para volver a Chile– que “en la política hay que conocer el alma humana y, después, solo paciencia y paciencia”.


Ricardo Lagos está pendiente de la decisión del Partido Socialista sobre el candidato presidencial que decidan apoyar. La expectativa del ex Mandatario es que una decisión favorable a su persona por parte de dicha colectividad, alinearía a los dos partidos pro socialistas grandes de la izquierda, el PPD y el PS, lo que le abriría una oportunidad de disputar una primaria dentro del oficialismo, con un punto importante a su favor frente a Alejandro Guillier.

Sin embargo, ello no parece fácil, porque nada de Lagos parece entusiasmar a los socialistas. Esto tiene una razón muy simple. Política y psicológicamente, el ex Presidente no tiene sintonía con el PS, partido que siempre le ha sido lejano y en el cual nunca militó. Lagos lo ha visto siempre con desconfianza y mirado por encima del hombro, con el desdén con que un líder moderno trata a una organización arcaica, personalizada, y con una militancia de base doctrinariamente anclada en las banderas del pasado. Y si se mira bien y en perspectiva, Guillier tiene un perfil muy parecido al suyo, pero es más empático y joven, y más horizontal en el trato con la gente.

La percepción es que Lagos siempre ha mirado al PS con desconfianza. Lo pensaba así en la década de los 80 del siglo pasado, cuando se vinculó al llamado grupo de los “suizos” –ni con Carlos Altamirano ni con Clodomiro Almeyda–, la mayor parte de ellos tecnócratas vinculados a organismos internacionales. Y lo refrendó cuando llegó al Gobierno y Michelle Bachelet se transformó en la negrita de Harvard del tronco socialista en su gabinete, condicional en una gestión de cien días como ministra de Salud, hecho que todo el mundo leyó como una humillación.

Esa falta de sintonía es proverbial. En el Congreso General del PS celebrado en 1991 en La Serena, Ricardo Lagos, entonces ministro de Educación de Aylwin, llegó como el “líder natural” del sector, pero, inseguro y mal asesorado, hizo un discurso para el olvido. Llenó de cifras y citas de modernidad que hicieron bostezar a la audiencia, sin entender que lo que ahí ocurría era un recordatorio cargado de tensión política emotiva. El último Congreso del PS en democracia había sido exactamente en La Serena en 1971. Luego vendría el golpe, las divisiones y la represión que diezmaron al partido. Recién en 1990 había realizado un congreso extraordinario de unidad entre la llamada renovación, ya sin Altamirano, y los grupos de izquierda provenientes del ala liderada por Almeyda y ese era el escenario de un reencuentro largamente esperado.

[cita tipo= «destaque»]De su círculo de amistades, que se conozca, ninguno pertenece notoriamente al PS: ni Marcos Colodro, ex comunista, o Fernando Bustamante, notorio solo en la época de las ayudas financieras italianas de Betino Craxi y luego en la presidencia del Metro, pero sin llegada al partido. O Carlos Ugarte, quien llevaba sus asuntos legales y puede ubicarse en la periferia del PS. Su secretario más estrecho siempre fue Carlos Rubio, el “Cacho” Rubio, ya fallecido y también ex Mapu. Todo el resto, familiares o amigos personalísimos.[/cita]

Patricio Aylwin, quien como Presidente también asistió al Congreso, pronunció el discurso que los socialistas querían oír. Brillante, lleno de guiños políticos a la amistad cívica entre Frei Montalva y Salvador Allende, a la necesidad de recorrer un camino juntos y apuntando a la importancia del eje simbólico y práctico PS-DC como ancla del nuevo Gobierno y de la estabilidad política de la transición. Detrás de ese armado estaba Enrique Correa, entonces ministro de la Segegob, quien estuvo todo un día en el Congreso, sin participar en un solo debate, sino en el patio, tejiendo como hilandero con cuanto delegado se le acercaba. Ida y venida caminando una conversación y, cuando soltaba al interlocutor, un asesor con un notorio maletín y una gruesa chequera, lo recibía y anotaba. Detrás de Lagos estaba Sergio Bitar, quien poco o nada conocía el ambiente socialista, y llegó tan perdido como aquel.

Ricardo Lagos, en el ejercicio de su Gobierno, relegó al sótano de La Moneda a Camilo Escalona, entonces presidente del Partido Socialista, en otra humillación sin explicación clara, como la hecha a Bachelet. En su círculo del segundo piso de La Moneda nunca tuvo un socialista relevante. La mayoría de los miembros provenían del Mapu Obrero Campesino, partido que muy tarde se integró al PS y que venía de una fracción de la DC. Casi la totalidad de ellos estaban vinculados al PPD. Ernesto Ottone, por ejemplo, miembro de la familia militar, fue un notorio burócrata comunista en la FMJD, la organización mundial de juventudes controlada por el Kremlin, hasta que migró a occidente y entró a un cargo menor en la Unesco, desde donde hizo carrera hasta llegar a la Cepal en Santiago. Eugenio Lahera, Guillermo Campero, Carlos Vergara o Javier Martínez, otros de los miembros, eran todos ex Mapu. Fuera de Michelle Bachelet, los únicos socialistas del tronco histórico en sus gabinetes fueron Ricardo Solari, por cinco años su ministro del Trabajo, y Sonia Tschorne, perteneciente a la familia de Osvaldo Puccio. Todos los demás ministros que figuraron como socialistas en su mandato provenían del Mapu o del MIR, como José Miguel Insulza y el mismo Puccio, quien fue mirista.

De su círculo de amistades, que se conozca, ninguno pertenece notoriamente al PS: ni Marcos Colodro, ex comunista, o Fernando Bustamante, notorio solo en la época de las ayudas financieras italianas de Betino Craxi y luego en la presidencia del Metro, pero sin llegada al partido. O Carlos Ugarte, quien llevaba sus asuntos legales y puede ubicarse en la periferia del PS. Su secretario más estrecho siempre fue Carlos Rubio, el “Cacho” Rubio, ya fallecido y también ex Mapu. Todo el resto, familiares o amigos personalísimos.

Ricardo Lagos ambicionó siempre ser el Presidente que diera vuelta la página respecto de la imagen y del gobierno de Salvador Allende, pero no fue capaz de captar el “alma socialista” en esa tarea y cautivar para siempre su apoyo, pues no tiene una noción clara de lealtad e igualdad políticas. Se dice que Giulio Andreotti, el líder DC italiano, le recomendó a José Antonio Viera-Gallo –cuando este se fue a despedir de aquel en Roma para volver a Chile– que “en la política hay que conocer el alma humana y, después, solo paciencia y paciencia”. El “alma socialista” es compleja y veleidosa, pero muy cercana a la simplicidad del nombre propio. Esa era la gracia del “compañero Allende”, que Lagos cambió por una imaginaria señora Juanita.

Lagos ha demostrado poco interés en conocer esa alma. Cuando hizo el ritual del Estadista solo el año 2003 al abrir la puerta de Morandé 80, destruida por el golpe militar, no captó que esa era una ventana simbólica no solo del sacrificio de toda una generación democrática, sino también el vínculo a la informalidad entre el poder político de los habitantes de Palacio y la ciudadanía. Por ella pasaban las horas posteriores al trabajo, los vínculos de solidaridad y de compromiso,  e incluso salían los presidentes cuando dejaban el poder, en los tiempos de la vieja República.

Al igual que en las reformas constitucionales de 2005, a las que llamó “Nueva Constitución”, aquí también perdió noción de la esencia de los hechos y transformó la puerta en una “animita” similar a las que se encuentran en las calles de nuestro país, por supuesto, sin velas socialistas. Ahí está su karma.

Publicidad

Tendencias