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¿Un MinCiTec?

Por: Miguel Kottow, Universidad Central de Chile, Universidad de Chile


Señor Director:

El anuncio presidencial de la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología ha sido recibido con beneplácito por el mundo de científicos chileno, abriendo más expectativas que satisfacción por anhelos cumplidos, dada la extrema vaguedad de lo propuesto. Durante cuatro decenios, el tema estuvo a cargo e CONICYT, que, según la reciente opinión de un connotado científico nacional , es “mirada con preocupación [por] el deterioro de nuestra principal institución”, según carta pública titulada “Pesadilla en Conicyt”.

Tres parecen haber sido los motores propulsores de la iniciativa del nuevo Ministerio: el bajo nivel de recursos que el erario nacional destina a ciencia y técnica, la impostergable necesidad de transitar desde la frágil economía de monoexplotación de recursos naturales, y la insistencia que el desarrollo nacional del siglo 21. tiene como fundamento la actividad científica y el desarrollo técnico.

Primera reflexión: el 03 a 04% del PIB dedicado a la ciencia parece magro, más aún si se compara con cifras de otros países, OCDE o no. Pero más importante es esbozar un proyecto país que sugiera la proporción que de cara a las necesidades del país se requiere para investigación y desarrollo técnico. Es prioritario definir las áreas en que la investigación científica debe perfilarse y encauzar el desarrollo técnico: hacer tecnociencia relevante para los problemas reales de nuestro país. Además, de esa tan pequeña bolsa de recursos, ¿cuánto deberá ser desviado hacia la formación del Ministerio, sus sueldos, su infraestructura, su inserción con hardware y software en el mundo digital? ¿A qué viene la trivial discusión acaso el Ministerio también debe ser de Innovación, si la ciencia relevante y la técnica útil son, por definición, innovadoras?

Curiosa, por otra parte, la irritación de los científicos cuando, por otro lado, hemos vivido por decenios con un presupuesto de salud vergonzosamente bajo, demostradamente insuficiente, amén de ser comparativamente miserable. Curiosa, asimismo, la urgencia cuando desde 2006 en que se requirió por ley, aún no tenemos asomos de una Comisión Nacional de Bioética, que también debiera participar en estas materias.

Segunda reflexión, breve por referirse a un tema hollado: ¿quién es el dueño de la gran minería? ¿Dónde están los esfuerzos por complementar tareas extractivas con manufactureras a fin de conquistar valor agregado a la riqueza natural? ¿Acaso se han implementado normas rigurosas de contabilidad, programas creativos de inversión y un afinamiento por mejorar la relación beneficios/costos desde la mira del país, no de los productores extranjeros? El cobre no debe ser el sueldo de Chile, pero no por ello hemos de descuidarlo.

Tercera reflexión: El futuro de la nación requiere independencia y originalidad en investigación y aplicaciones técnicas, un pensamiento que gana su impacto en la suposición que desarrollo significa más bienes materiales producidos –no necesariamente equitativamente distribuidos-, fomento del consumo de productos periódicamente renovable por nuevos diseños cuyo aliciente básico es la sofisticación, no siempre la capacidad resolutiva de problemas pendientes. La industria farmacéutica por ejemplo, rdedica a promoción casi el doble (28%) de los recursos comprometidos en investigación ( 16% de su presupuesto). Mucho mercado y poca ciencia, por cuanto las mismas farmacéuticas reconocen su incapacidad de avances terapéuticos importantes. Estimula el consumo no el conocimiento.

El mundo de la ciencia no es cooperativo sino agresivo, la producción científica es en buena medida de una hipertrofia y banalidad impresionantes, la cienciometría está en manos privadas con intereses propios, el escenario de las publicaciones científicas se rige por intereses individuales y corporativos; acreditaciones institucionales, carreras académicas, privilegios sociales tienen sesgos economicistas que distorsionan el quehacer científico.
Insistir que la tecnociencia es la llave del progreso, es un argumento que se muerde la cola, pues si las grandes potencias económicas también lo ven así, y están sumidas s en un escenario agresivamente competitivo, desplegando zancadilla éticas que no le van en zaga a las del mundo financiero. Antes de pensar la ciencia en abstracto, es bueno recordar que gran parte de los estudios del genoma humano y de las neurociencias, es realizada con recursos y programadapor instituciones privadas ansiosa de lucro, y con aportes fiscales ajenos a la biología: el brazo científico del Pentagon (DARPA) tenía en 2011 un presupuesto superior a $240 millones de dólares dedicado a la investigación de las neurociencias cognitivas.

A propósito de comprometer a la empresa privada en investigación, será ilustrativo leer, por ejemplo, las malas prácticas científicas del gigante empresarial EXXON en relación con la investigación sobre calentamiento global, reveladas en media docena de libros y artículos.

Políticos y científicos claman por más ciencia, lo cual es discurso fácil por cuanto obvia adjetivar la ciencia: que sea relevante, que tenga valor social local, que investigue en lo que nos importa: sismología oceanografía y biología marina, agricultura, problemas urbanos, agronomía medicinal, modelos de medicina y salud pública que no dependan de adquirir aparatos de última generación –que nunca es la última sino la más reciente- cuyas mejoras constituyen cambio marginales a mayor costos y con nueva incertidumbres.

Todo esto y muchísimo más, sugiere que los parteros del neonato ministerial -¿Mincitec?- parece haber mirado el mundo al revés, como diría Eduardo Galeano. Lo propio de una ciudadanía pensante y participativa es evaluar las reales necesidades de más ciencia y más técnica innovadora en el marco de un proyecto país, para luego diseñar la institucionalidad más propicia que no caiga en un nuevo aparato burocrático que no sabe qué hacer ni tendría con qué hacerlo.

Chile necesita más ciencia, sí, pero ha de deliberar qué ciencia y al amparo de qué institucionalidad, antes de anunciar un fantasma ministerial carente de presupuesto, diseño programático, áreas de competencia, objetivos claros y relevantes a las necesidades del país. Más deliberación y menos proclama.

Miguel Kottow
Universidad Central de Chile
Universidad de Chile

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