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Trump y la pandilla salvaje Opinión

Trump y la pandilla salvaje

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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La anticipación mediática de Trump al usar el Twitter para influir decisiones de inversión de una planta industrial en México, no debe ser interpretada como un signo de revolución en la modernidad o capacidad decisoria ante los complejos problemas del mundo global. Es una casuística que puede crear ilusiones o satisfacer las expectativas culturales de pueblos pequeños como Winterset, del Condado de Madison, en Iowa. Al fin y al cabo, el Medio Oeste, donde ganó ampliamente, no parece tener otra historia que la que viene de películas como Los Puentes de Madison ni más identidad que ser coterráneos de John Wayne, nacido en Winterset. Eso sirve para ganar primarias, no para gobernar a la primera potencia del mundo. A menos que el Presidente electo decida presumir y vivir amenazando con el botón rojo, caso en el cual lo más probable es que, a corto plazo, reciba la frase que tanto le gusta pronunciar: “¡Estás despedido!”.


Un chavismo a la americana se apresta a asumir el control del gobierno de los Estados Unidos con Donald Trump a la cabeza.

El relato político del nuevo presidente es inédito en el ejercicio del poder en EE.UU.,  país con una ingeniería política constitucional que tiene, en el equilibrio de poderes, el elemento más preciado de su estabilidad. La personalidad poco convencional y autoritaria contradice esa parte esencial desde su fundación como Estado Federal.

La doctrina constitucional estadounidense en fecha reciente ha empezado a valorar el aporte de las naciones autóctonas –entre ellas, las llamadas cinco naciones iroquesas o Confederación Iroquesa, que ya existían al momento de establecerse los colonos, alrededor del 1600– en las particularidades de ese federalismo que tempranamente llamara la atención de Alexis de Tocqueville. Esa es una prueba de que la América Profunda que se cita en los discursos actuales, es algo más que la representación simple de blancos empobrecidos de ciudades de menos de un millón de habitantes.

La fascinación que las destempladas declaraciones del nuevo Presidente producen en ciertos analistas del poder político, no tienen, pues, otro fundamento que un juego de abalorios y de la comunicación política simple, que normalmente no sustenta sino debilita gobiernos. La persistencia de Trump en subvertir el orden constitucional de Estados Unidos con declaraciones escandalosas, no tiene otro destino que una lucha encarnizada de poderes entre el Congreso y la Corte Suprema con el nuevo Presidente, que podría a corto plazo terminar en un impeachment. O al revés, un sometimiento de su carnaval a los límites del poder real, sin mayor trascendencia que el escándalo mediático.

La ascensión al poder de Trump desde el extremo marginal del sistema bipartidista estuvo llena del marketing propio de un western de pistoleros duros y pendencieros, llegados a gobernar un pueblo sin ley, o traficar conflictos con pueblos vecinos y corrida de cercos. Poco o nada de las características de una transición democrática. Tal como en la vieja película de Sam Peckinpah La Pandilla Salvaje (The Wild Bunch), la pendencia con un toque binacional y escandaloso, con migrantes y procesos productivos fallidos, sexo y mucha televisión, está mutada en este caso en trama de cine barato.

[cita tipo= «destaque»]Siendo tan estadounidense como pretende, Trump olvida que Los Padres Fundadores no solo estaban familiarizados con las nuevas ideas de organización política, como la separación de poderes planteada por John Locke y Montesquieu, al momento de la fundación de Estados Unidos. También eran tremendamente prácticos. Como nunca habían visto funcionar una democracia «en vivo» y menos una federación como forma de organización de un país, miraron a su alrededor y tomaron ejemplos y razonaron sobre la Confederación Iroquesa, adaptando aspectos y principios que resultaron decisivos para dar forma al sistema federado estadounidense.[/cita]

Las nominaciones hechas por Trump para altos cargos de la administración federal tienen un sello de enorme improvisación. Acompañadas de sendas declaraciones del Presidente electo, han producido la percepción de incoherencia, sobre todo en la política exterior, provocando intranquilidad en los adversarios e inseguridad política entre sus aliados. La gobernanza de los procesos internacionales no parece ser preocupación para Trump, y la inclusión de su parentela en la administración del Estado anuncia prontos conflictos de interés, no solamente por la cuantía de los negocios. El nombramiento de Rex Tillerson como Secretario de Estado, quien en sus declaraciones ante el Senado para ser aprobado contradijo al Presidente electo, es un ejemplo de esos conflictos, en este caso movido por la vieja pendencia de Exxon Mobil Oil y los intereses de la Venezuela chavista, que estatizó los yacimientos de la compañía.

Han expresado opiniones contrarias al Presidente, también, su Secretario de Defensa y el Director de la CIA, en este caso sobre la política frente a Rusia –que se supone el gran manipulador de las elecciones presidenciales estadounidenses del 2016–, mientras difícilmente Donald Trump podrá cumplir sus promesas sobre la educación pública o el proteccionismo, con un gabinete lleno de millonarios sin experiencia gubernamental y decididos defensores del modelo económico concentrador.

La anticipación mediática de Trump al usar el Twitter para influir decisiones de inversión de una planta industrial en México, no debe ser interpretada como un signo de revolución en la modernidad o capacidad decisoria ante los complejos problemas del mundo global. Es una casuística que puede crear ilusiones o satisfacer las expectativas culturales de pueblos pequeños como Winterset, del Condado de Madison, en Iowa. Al fin y al cabo, el Medio Oeste, donde ganó ampliamente, no parece tener otra historia que la que viene de películas como Los Puentes de Madison ni más identidad que ser coterráneos de John Wayne, nacido en Winterset. Eso sirve para ganar primarias, no para gobernar a la primera potencia del mundo. A menos que el Presidente electo decida presumir y vivir amenazando con el botón rojo, caso en el cual lo más probable es que, a corto plazo, reciba la frase que tanto le gusta pronunciar: “¡Estás despedido!”.

El bipartidismo de EE.UU. implica la existencia de dos partidos exhibiendo relativamente la misma fuerza, y un equilibrio en los usos de autoridad, con un péndulo político institucional controlado para que no se desboque. Para que el sistema funcione de la manera como fue creado, y como lo ha hecho por más de doscientos años, el cabildeo político es esencial, lo que está muy lejos del talante exhibido por Trump. Proveniente de la extrema periferia del sistema de partidos, y hoy vinculado al Partido Republicano, como ayer lo estuvo al Partido Demócrata, puede dejarse arrebatar por su megalomanía y resistir toda revisión, control, compromiso o negociación. Eso puede marcar su fin, porque lo cierto es que, a menos que medie un cataclismo, Trump deberá rendirse al modelo de ejercicio gubernamental o abandonar el poder.

Siendo tan estadounidense como pretende, Trump olvida que Los Padres Fundadores no solo estaban familiarizados con las nuevas ideas de organización política, como la separación de poderes planteada por John Locke y Montesquieu, al momento de la fundación de Estados Unidos. También eran tremendamente prácticos. Como nunca habían visto funcionar una democracia «en vivo» y menos una federación como forma de organización de un país, miraron a su alrededor y tomaron ejemplos y razonaron sobre la Confederación Iroquesa, adaptando aspectos y principios que resultaron decisivos para dar forma al sistema federado estadounidense.

Aunque titulado en Pensilvania, lo más probable es que Trump no haya leído a William Penn, fundador de ese estado, o a James Wilson y John Adams, Padres Fundadores de Estados Unidos, que escribieron sobre este proceso. Menos aún que entienda el valor del multiculturalismo que impregna desde sus inicios a Norteamérica y que él niega en cada discurso.

Más cercano a los peores presidentes de la historia estadounidense –algunos de ellos racistas o esclavistas–, las actitudes de Donald Trump han despertado también uno de los principales fantasmas que desde siempre ronda en la historia política de EE.UU.: la Secesión.

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