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Unos días en el infierno Opinión

Unos días en el infierno

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Sinceramente ya da lo mismo si los siniestros fueron provocados por los dueños de las forestales –los mismos que periódicamente nos esquilman con sus colusiones, que controlan las AFP y parte de las Isapres–, las eléctricas, inescrupulosos sin ningún sentido de nación o patria; por chilenos pirómanos irresponsables, incluso por venganza; por un Estado que siempre se exhibe en pelotas ante cualquier tragedia y que, sin embargo, no cambia; o por las inclemencias de un verano caliente como no habíamos visto antes. Y es que, a estas alturas, la tragedia no solo tendrá consecuencias sobre las familias afectadas y los modos de vida campesina tradicionales, sino en el clima y en la flora y fauna regionales típicas del secano costero y que, tal vez, sean ya irrecuperables.


“(Ya no podré) ir, cuando la tarde cante, azul, en verano, herido por el trigo, a pisar la pradera; soñador, (no podré) sentir su frescor en mis plantas (ni que) el viento me bañe la cabeza. (Ya no podré), ir por los senderos” (Rimbaud).

Viniendo desde el sur, ya en San Carlos, muy cerca de Nahueltoro (lugar que nos conecta con la otra tragedia del mundo rural que nos marcó para siempre) se hace presente la nube tóxica. Sube la temperatura y el aire se torna por momentos irrespirable en las proximidades de San Javier. Desde ahí y hasta Rancagua, el hongo gris cubre ese “cielo azulado”, cuya limpieza, otrora, inspiró una estrofa de nuestro himno patrio.

Cerca de Talca pasan, en sentido norte-sur, largas filas de vehículos policiales, carros de bomberos y ambulancias con destino a San Javier y alrededores, donde –según me comenta Agustín Soto, ese viejo formador de cuadros en la JS maulina– la gente aguanta estoicamente “aspirando humo todo el día”, mientras se queman los alrededores del pueblo y aquello no resiste un día más.

En sentido contrario, circulan y pasan camionetas y vehículos con compatriotas conmovidos por la tragedia, cargados con ayuda para los damnificados con la bandera chilena, la misma que vemos flamear y levantarse en cada tragedia que nos ocurre como símbolo de unidad, fraternidad y solidaridad, con mensajes como “Pucón, presente” o aquel que rezaba “ánimo, ¡fuerza, chilenos!”.

Un hermano me contará más tarde, mientras esperamos turno para visitar a nuestra madre en el hospital regional, que, por iniciativa propia, como lo han hecho miles de compatriotas, gastó sus ahorros de vacaciones, compró más de mil sándwiches e igual cantidad de jugos y partió a Santa Olga a repartir merienda a los cientos de voluntarios –entre ellos muchos rancagüinos– que ayudan en las labores de limpieza del arrasado pueblo. Pero la ayuda se hace escasa y se consume pronto.

Al llegar a la capital regional, llama la atención que la nube no solo se tragó el cielo azul y el sol de verano, sino que hizo desaparecer todos los cerros y la propia cordillera, que en veranos anteriores nos deleitaban con sus colores y siempre le daban un tono especial al paisaje.

Recién a las 20:00 horas del sábado el sol comienza tímidamente a asomarse detrás de la nube tóxica, pero es un sol rojizo y débil, muy similar al que se muestra en las imágenes de las contaminadas ciudades chinas. Un amigo, en tanto, me confirma que la nube ya arribó a Santiago, y el daño global provocado ya es macabro: 500.000 hectáreas quemadas. Las autoridades, en tanto, hacen lo que tiene que hacer: decir que los incendios están controlados y que la ayuda está llegando.

Y es que en O’Higgins los siniestros empezaron mucho antes. En octubre ya el aire se hacía irrespirable en la escuela Sara Ravello en Peralillo próximo a Pumanque y en algunos alrededores de Santa Cruz. En Cachapoal, ya en 2010 se sabía que no pocos de los incendios de Doñihue-Coltauco eran provocados por bandas rivales de plantadores de cannabis, sin que ninguna autoridad se hubiese tomado jamás en serio el tema. Lo suyo era otra cosa: poner y sacar gente del aparato estatal, distribuir subsidios y ayudas como si fueran propios y reservarse para sí una parte del presupuesto fiscal.

Y ahora, sinceramente, ya da lo mismo si los siniestros fueron provocados por los dueños de las forestales –los mismos que periódicamente nos esquilman con sus colusiones, que controlan las AFP y parte de las Isapres–, las eléctricas, inescrupulosos sin ningún sentido de nación o patria; por chilenos pirómanos irresponsables, incluso por venganza; por un Estado que siempre se exhibe en pelotas ante cualquier tragedia y que, sin embargo, no cambia; o por las inclemencias de un verano caliente como no habíamos visto antes.

Y es que, a estas alturas, la tragedia no solo tendrá consecuencias sobre las familias afectadas y los modos de vida campesina tradicionales, sino también en el clima y en la flora y fauna regionales típicas del secano costero y que, tal vez, sean ya irrecuperables. Ya lo reconoció la propia ministra de Salud cuando señaló que “los ratones igual se quemaron porque tampoco pueden correr más rápido que el fuego”, al igual que los conejos, los chingues, los zorros. Y ni hablar de la flora: ni siquiera pudo intentar su propia fuga.

Lo ocurrido ha roto también, para siempre, el último vínculo que unía a esta nación con su tierra ancestral.

La tierra, lazo histórico del hombre con su entorno y que hizo posible este país, se quebró para siempre con los incendios. Así me lo confirman no pocos habitantes del sector con los que hemos podido conversar: quieren irse a zonas más pobladas y urbanas y no estar expuestos a nuevas (y reiteradas) tragedias.

Y es que no solo es una crisis humana, medioambiental, o de su flora y fauna, es también, probablemente, el fin de una época en que el hombre construyó un lazo no solo productivo con esa tierra sino también afectivo y cultural y eso se evidencia sobremanera en Colchagua y Cardenal Caro, en su vestimenta, en sus juegos, sus costumbres, su comida, donde todavía se comprobaba una conexión ancestral con la tierra y cuya mayor expresión eran, sin duda, la trilla, las fiestas de la vendimia, la liebre, del tomate o de cuanta fruta hubiese y donde se veneraba a la madre tierra. Al igual que el Chacal de Nahueltoro, hemos cometido un crimen horrendo, pues hemos terminado por asesinar a puñaladas a la madre que nos dio la vida.

De un tiempo a esta parte, nosotros veníamos de una larga farra de abusos y excesos con nuestra tierra –allí están los terremotos, la epopeya de los 33, la sequía, etc.–, con la naturaleza, y esta vez la irresponsabilidad nos costara caro y, aunque no sea diplomática la frase, debo decirles que, chilenos y chilenas, esta vez sí que la cagamos, definitivamente. Péguense una vueltecita por Pumanque o por el secano costero para confirmar lo que les estoy señalando.

Pumanque: bienvenido al infierno

El lunes pasado acompañé al equipo del canal HispanTV, que dirige Alejandro Kirk, a uno de las comunas más afectadas por los incendios: Pumanque. Al llegar al sitio del suceso es difícil no sobrecogerse por el espectáculo dantesco que ofrece el paisaje: árboles negros y un piso plomizo de ceniza, con la nube tóxica de escenografía. Donde solo dos meses antes se podía oír el canto de pájaros o la advertencia furibunda de los queltehues, o se disfrutaba de las apariciones y huidas rápidas de conejos, o se constataba solo por el olor la presencia de chingues, o se podía disfrutar de las miradas esporádicas y desconfiadas de los zorros, las vizcachas y el queltehue, o de la vegetación primaveral, ahora no se escucha nada ni se huele nada bueno. Solo el eco de nuestra propia voz seguido de un silencio sepulcral con olor a madera quemada.

Recorriendo el camino asfaltado que va de Población a Pumanque, es posible observar nítidamente que “las sugerencias” de la norma (como suele ocurrir en Chile, hechas a la medida de las grandes empresas) de los 15 metros de cortafuegos entre las plantaciones y la autopista o del tendido eléctrico, no se cumplen por ninguna parte, mientras los árboles quemados sufren, como mudos testigos, las consecuencias de nuestra desprolijidad permanente y de la falta de Estado.

[cita tipo= «destaque»]Los productores del programa ‘Continente’ querían debate y discrepancia, pero hubo poca: el alcalde Castro estuvo casi de acuerdo en todo conmigo y nuestra crítica radical al centralismo portaliano, que tiene en la región a un intendente de papel que solo minimizó el problema y que, en este caso, tuvo que esperar que confluyeran los tres incendios –Yaquil, Pumanque y el que provenía de Vichuquen–, es decir, cuando ya la situación era caótica e incontrolable, para que el gobierno central se decidiera recién el 20 de enero a decretar el estado de catástrofe en la provincia.[/cita]

Continuando nuestro viaje por la ruta infernal es posible observar de todo: desde aquellos que practican el turismo sensacionalista hasta las viviendas donde humildes letreros confeccionados artesanalmente y pegados en ventanas y rejas rezan “fuerza, Pumanque-Peralillo” o “Pumanque se levanta”. Tampoco falta, entre plantaciones y bosques quemados, aquella casa que se salvó de milagro y de cuya ventana cuelga un letrero recién confeccionado que dice “se vende”.

Al acceder a la comuna sorprende, en su avenida principal (Bernardo O’Higgins), no solo el monumento homenaje a “su excelencia, Presidente de la República, General de Ejército Don Augusto Pinochet Ugarte” que data de 1979, sino también las hileras de camiones cargando madera con destino a la ruta I-50.

De allí al municipio y luego a un área rural de la comuna, al lugar donde una vivienda, en medio del bosque quemado, se salvó milagrosamente de la tragedia. El paisaje desde donde se emitirá el programa es dantesco y seguramente una fina ironía de la producción del canal a aquellos envasados grabados en cómodos sets con sus panelistas bien engominados y maquillados. Aquí la escenografía es el bosque absolutamente quemado, el piso es la ceniza y los panelistas huelen a transpiración y, a diferencia del estudio, están acicalados con tierra.

En ese panorama, el alcalde RN Francisco Castro, un avezado actor político regional –fue secretario municipal y luego Core– reitera los problemas endémicos de la gestión gubernamental centralizada: “Cuando los necesitamos nunca están, y ahora llegan por decenas de los distintos ministerios, sin coordinarse, pidiendo que levantemos proyectos que eran para ayer”.

El jefe comunal es de aquellos que hacen política barrial de verdad y no subsisten solo con las boletas de Penta o los aportes de Carlos Larraín, se distancia del discurso oficial de su sector y reconoce que en Chile hay un problema de distribución del poder en los distintos niveles de la administración.

Los productores del programa ‘Continente’ querían debate y discrepancia, pero hubo poca: el alcalde Castro estuvo casi de acuerdo en todo conmigo y nuestra crítica radical al centralismo portaliano, que tiene en la región a un intendente de papel que solo minimizó el problema y que, en este caso, tuvo que esperar que confluyeran los tres incendios –Yaquil, Pumanque y el que provenía de Vichuquen–, es decir, cuando ya la situación era caótica e incontrolable, para que el gobierno central se decidiera recién el 20 de enero a decretar el estado de catástrofe en la provincia.

Compartimos con Francisco Castro que esta crisis es también una oportunidad para gestionar de verdad la comuna, acabar con las plantaciones indiscriminadas de especies exóticas que arruinaron no solo la agricultura tradicional de las comunidades sino también desertificaron su geografía, transformaron su cultura y provocaron la diáspora humana; que se puede planificar con tiempo una nueva agricultura familiar que enfatice el rescate y producción de legumbres y productos tradicionales y que sea respetuosa del medioambiente y de las posibilidades de la naturaleza.

Pero lo cierto es que somos más escépticos con el centralismo portaliano que se reparte de derecha a izquierda y que incluye a frentes amplios y demases – no es casual que mientras Maule y O’Higgins ardían en llamas, la preocupación central del PS era definir su candidato presidencial; y de los Boric, vetar a Navarro y hacer un acto de autoafirmación–, cuyos protagonistas en el Senado, solo unos días antes de esta tragedia, y luego de haber postergado por mucho tiempo la ansiada elección del Gobernador regional, querían ahora torcerle la nariz al proyecto e incluir indicaciones para que ellos mismos pudiesen presentarse como candidatos y, en el caso de perder, mantener el escaño.

Lo siento chilenos(as), de nuevo solo tendremos el anuncio rimbombante de una comisión de expertos, la creación de un nuevo servicio público que reemplace a la impotente y privatizada Conaf, aunque con las mismas atribuciones, o la creación de otro ministerio que solo servirá, una vez más, para enchufar en el Estado a los miembros más torpes y porros de las familias metropolitanas que van desde la UDI hasta el PC.

A nosotros, como siempre, solo se nos reservará el derecho a indignarnos y, a ustedes, a poner banderas en sus coches y frases solidarias cuando una nueva tragedia estalle y, con recursos propios, viajen nuevamente a los epicentros de las catástrofes a hacer turismo sensacionalista o morboso y a complicar la gestión de la crisis en las comunas que hayan sido afectadas por alguna calamidad.

Y es que nuestra indolencia ya aburre, y ya se parece mucho a una tragedia griega o a aquella vieja novela de García Márquez: todos sabemos lo que va a ocurrir, pero nadie hace nada por detenerlo.

¡¡¡Ese es mi Chile, mierdaaaaaa!!!

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