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De centroizquierda e identidades


La claridad, es la cortesía del filósofo. Igual regla debiera regir en las discusiones políticas. No es así. Reina la confusión de conceptos. Se oscurecen las realidades.

Hasta el golpe del año 1973, existían elementos muy básicos para identificar a los partidos políticos: sus declaraciones de principios y las filosofías o corrientes doctrinarias en que se fundaban. Existía, si, sociológicamente, desde el punto de vista político, las distinciones entre la derecha, el centro y la izquierda. Pero los conceptos de estas categorías, que más tarde se fueron traduciendo en la terminología habitual de las encuestas, no absorbían a los partidos políticos.

Entre 1973 y Marzo del año 1999, en el combate en contra de la dictadura, se produjo una coincidencia de propósitos, entre partidos que se habían confrontado hasta el año 1973. Fue la realidad política la que llevó a buscar puntos de encuentro y a sumar los esfuerzos colectivos. Así, con el transcurso del tiempo, surgieron las combinaciones políticas y acuerdos varios: el Acuerdo Nacional, La Alianza Democrática, la Concertación por el No, la Concertación de Partidos por la Democracia.

Ello posibilitó, de alguna manera la inscripción de los partidos políticos, la realización del plebiscito de Octubre del año 1988 y la elección presidencial del año siguiente. Durante todo el período que hemos mencionado, los partidos no perdieron sus identidades. Más aún, las afirmaron. Era el tiempo de reconstruir la democracia y se necesitaban partidos políticos fuertes, consolidados, con sólidas declaraciones de principios, especialmente lo que dice relación con promover el pleno respeto de los derechos humanos, la adhesión a la declaración universal de derechos humanos, al Pacto de San José de Costa Rica y al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Esto es, la pertenencia, en su época a la Concertación, no significó una absorción de los partidos por los conceptos sociológicos y de las encuestas, de centro, centro izquierda o izquierda. Siempre estaban presente, los principios vitales de cada uno de los partidos. Existían distintas visiones sobre el mundo, sobre la política, y sobre la economía. Pese a ello, se pudo gobernar, en una combinación político electoral – La Concertación de Partidos por la Democracia – que supo, respetando las individualidades de cada partido, llevar a cabo los programas de gobierno de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet, en este último caso en su primer gobierno.

Con posterioridad como producto de múltiples causas que se desarrollan durante el último gobierno de la Presidenta Bachelet, los partidos de la de la Concertación, re denominada Nueva Mayoría, comenzaron a desperfilarse. Se produjo una desorientación evidente. Los partidos políticos, se desvalorizaron en la opinión pública, las juventudes, en su gran mayoría, no continuaron incorporándose en forma masiva a los partidos políticos, tradicionales e históricos. Los partidos políticos, comenzaron a asentar sus postulados políticos, no tanto en sus declaraciones de principios o programas propios, sino que en la pertenencia ideológica, sin mucho contenido, a lo que se vino en llamar la centroizquierda. Esta, sin embargo, no es un partido político, no es una alianza política, no tiene una declaración propia de principios, ni menos ostenta un programa de desarrollo o de acción política. Es la simple coincidencia temporal de ciertos partidos para respaldar al gobierno en actual vigencia, sin claridad alguna sobre si la tarea es reformista o refundacional. Pero la centroizquierda como realidad política no existe, es solo un concepto, una idea, una forma de ubicar a los partidos en las encuestas políticas. No obstante aquello, en el imaginario político partidista, tal centro izquierda ha absorbido a los partidos políticos, los cuales han ido perdiendo sus propias identidades. Incluso, cuando los medios de comunicación hacen la pregunta clásica ¿Dónde está el domicilio político de su partido?, algunos dirigentes responden, en la centroizquierda, en lugar de afirmar que sus domicilios están en sus propios partidos.

[cita tipo=»destaque»]Si los partidos políticos prefieren domiciliarse en un concepto o en una idea, en una simple abstracción utilizada para la realización de las encuestas, la opinión pública tenderá a olvidarse de la presencia y la existencia de los partidos políticos; sus declaraciones de principios pasarán a segundo orden, no tendrán real visibilidad; y si, además, alguno de los partidos políticos tradicionales no postula a alguno de sus militantes a la real elección presidencial y prefiere refugiarse en el concepto de centro izquierda, o en el caso, del otro sector, en la llamada centro derecha, los partidos que fijan su pertenencia e identidad en esos conceptos abstractos, pierden todo protagonismo[/cita]

Si a una persona, en el común saber, se le pregunta cuál es su domicilio, dirá, inmediatamente, mi domicilio es, por ejemplo, la calle tal o cual y se agregará un número. Claro, también podría responder, mi domicilio es la ciudad de Santiago, o 3mi domicilio político es, Chile. Pero ello, conllevaría a una indeterminación e imprecisión completa sobre el lugar preciso donde la persona vive, tiene su hogar o bien desarrolla sus actividades laborales o profesionales.

El tema que estamos tratando no es baladí. No es una minucia, ni menos un detalle sin importancia. Es un tópico de primer orden en materia política. Si los partidos políticos prefieren domiciliarse en un concepto o en una idea, en una simple abstracción utilizada para la realización de las encuestas, la opinión pública tenderá a olvidarse de la presencia y la existencia de los partidos políticos; sus declaraciones de principios pasarán a segundo orden, no tendrán real visibilidad; y si, además, alguno de los partidos políticos tradicionales no postula a alguno de sus militantes a la real elección presidencial y prefiere refugiarse en el concepto de centro izquierda, o en el caso, del otro sector, en la llamada centro derecha, los partidos que fijan su pertenencia e identidad en esos conceptos abstractos, pierden todo protagonismo.

Tal vez ésta sea una de las causas, entre muchas que han concurrido a la desvalorización de los partidos políticos en la consideración pública. Otros factores son las conductas inconsecuentes de delitos e irregularidades no reprochadas oportunamente; la no asimilación de propuestas públicas que se orienten con realismo y eficacia a la obtención de resultados concretos y específicos y no a meras especulaciones de largo plazo. Es la ineficiencia, la que ha tomado cuerpo y sustituido las labores propias y principales de los partidos políticos. La democracia chilena se halla en crisis. Esta no se soluciona con frases ni con eslóganes. La prueba más evidente es que haya costado tanto el refichaje de los militantes de los partidos políticos. No hay entusiasmo en la gente. No se identifican con los partidos políticos. No podía ser de otra manera, estos se han ido desidentificando, se han desperfilado; las vocaciones políticas han ido desapareciendo en las nuevas generaciones que no observan proyectos políticos, que encarnen visiones sobre la vida, la sociedad, la economía, la política, leyes y la cultura.

Para abordar la crisis política que estamos bosquejando y que afecta a nuestra democracia, creemos que existe una medicina: la participación. La gente, el pueblo, las mujeres, los jóvenes, los adultos, demandan y exigen participar, con realidad y efectividad, en las grandes decisiones. Piden ser escuchadas, a través de canales serios y verdaderos. Observamos que los partidos de alguna manera se resisten o algunos tienen temor a consultar a sus bases. Piensan que basta con convocarlas para elegir a sus autoridades y representantes, y serán éstos los que una vez elegidos tomarán todas las decisiones, sobre problemas vitales, sin tener comunicación y respaldo del titular de la soberanía popular; el pueblo soberano.

No somos partidarios de una democracia plebiscitaria. Esta podría derivar en un régimen autoritario. Pero si somos partidarios de abrir las puertas a la participación del pueblo, cuando sea necesario tomar decisiones importantes que afectarán a todos y cada uno de las chilenas y chilenos y que comprometerán el destino del país todo. Una de las formas de participar y no encerrarse de hecho en el sistema binominal de la dictadura que fuera derogado, pero que renace ante el temor del sistema electoral proporcional, es consultar al pueblo soberano. Esto tiene una natural sabiduría. No tiene los complejos de aquellos que se encuentran en las alturas. No necesitan intérpretes. Cada uno conoce su propia realidad y sabe a dónde le aprieta el zapato. No hay mejor solución, cuando la democracia se debilita que hacer más democracia; más democracia política; más democracia económica; más democracia social; desconcentración del poder político y sobre todo del poder económico y financiero.

Comenzábamos estos comentarios diciendo que la claridad, debía ser también la cortesía de todos los que estuvieran en la actividad política. El país reclama un esfuerzo de mayor claridad; de responsabilidad, de verdad, prudencia y realismo crítico.

Aún es tiempo; pero no queda todo el tiempo del mundo. Sino solucionamos esta crisis política, la historia pasará por sobre los actuales dirigentes políticos que habrán frustrado, una vez más las grandes esperanzas de las mayorías desposeídas y que requieren soluciones urgentes para el tiempo presente y no para cien años más.

Los partidos que adviertan esto a tiempo, se proyectarán, los demás serán pasto devorado por la historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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