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Europa, la socialdemocracia y el populismo de derecha


A pesar de lo curioso que pareciera afirmar lo siguiente desde Latinoamérica, generar estrés para el mundo se ha convertido en la mayor exportación de Europa en estos años posteriores a la crisis financiera de 2008. Austria, Brexit, España, Italia, Holanda, entre otros, han creado una temporada electoral de susto en susto en la Unión Europea.

Los llamados partidos populistas de derecha han dejado de ser una minoría ridiculizable y han ido teniendo crecimientos sostenidos en las últimas elecciones a costa de conservadores y socialdemócratas. Por distintos motivos se han ido alzando como una alternativa válida, ya sea capitalizando el escepticismo contra la burocratización de la UE, reforzando la identidad nacional, aprovechando el temor de personas de ser sustituidos en sus trabajos por maquinas o inmigrantes, la islamofobia y el miedo al extranjero, la inseguridad ante las cadenas de ataques terroristas, las olas de refugiados y la crisis griega, lo que ha llevado a los partidos tradicionales a coquetear en mayor o menor medida con sus posiciones, a consecuencia de la disminución de su influencia sobre la antigua clase trabajadora europea.

Desde que se empezó a tomar conciencia de la profundidad de las dificultades financieras, afectando los amplios derechos sociales consagrados por el Estado de Bienestar, la insatisfacción con la situación económica en los países europeos se convirtió en indignación, con motivos más que sobrados, los cuales existían en realidad desde mucho antes. Las voces de la indignación no exigían otro régimen político distinto a la democracia, sino todo lo contrario: pedían su realización auténtica. Nadie sugería imaginar otra forma de gobierno sino más bien una profundización del ideal democrático en forma radical, de acuerdo a Adela Cortina.

Se habló entonces de falta de legitimidad de la política, pero mal dirigida, ya que los representantes y las instituciones eran legítimos: lo que había sufrido un serio desgaste era la credibilidad de unos y otros, lo cual si bien no es determinante desde el punto de vista legal, sí resulta preocupante para la vida cotidiana, porque sin confianza no funciona la democracia. Los episodios de protestas y malestar no han hecho sino decantar una nueva etapa, de aburrimiento, escéptica, con la sensación de que todo está dicho y oído, la resignación ante las nuevas actuaciones y sobreactuaciones, lo que de uno u otro modo abrió las puertas a los nuevos partidos y movimientos de derecha.

Ahora, la obsesión periodística de convertir elección tras elección en Europa en un termómetro del populismo y del futuro de la Unión Europea no nos permite acercarnos bien a la problemática que representa la evolución de sociedades desarrolladas culturalmente hacia posiciones xenófobas, anti-robotización, desarrollista, proteccionistas o nacionalistas, pero por sobre todo redunda en empeñarse en esperar que los partidos o liderazgos centrados nos eviten la sorpresa permanentemente mientras se continua sin saber cómo combatir aquello con un proyecto atractivo desde la izquierda, tanto radical como moderada.

[cita tipo=»destaque»]La obsesión periodística de convertir elección tras elección en Europa en un termómetro del populismo y del futuro de la Unión Europea no nos permite acercarnos bien a la problemática que representa la evolución de sociedades desarrolladas culturalmente hacia posiciones xenófobas, anti-robotización, desarrollista, proteccionistas o nacionalistas, pero por sobre todo redunda en empeñarse en esperar que los partidos o liderazgos centrados nos eviten la sorpresa permanentemente mientras se continua sin saber cómo combatir aquello con un proyecto atractivo desde la izquierda, tanto radical como moderada.[/cita]

No obstante esto, hay gérmenes que permiten mantener el optimismo de cara al futuro. Estando en un mundo donde los efectos excepcionales de la crisis financiera están siendo superados, la socialdemocracia en Europa tiene espacio para retomar su avance con el aprendizaje institucional y democrático alcanzado, más allá de las etiquetas y de las particularidades de cada país. Por medio de la defensa del pluralismo, la integración, los derechos sociales y lo público, así como la posibilidad de liderar coaliciones de izquierda dan oxígeno a un ideal socialdemócrata que lejos de estar muerto es revivido por las nuevas formaciones radicales.

Eso lo podemos sostener por cómo se vienen las próximas elecciones en el viejo continente. Mientras en Francia la fuerza nacionalista de Marine Le Pen le asegura un lugar en la segunda vuelta, es casi seguro que su más probable contrincante, Emmanuel Macron, un europeísta, ex banquero y liberal, recibirá el apoyo para vencerla de conservadores (de capa caída luego de las denuncias en contra de su candidato Fillon) y socialistas (disminuidos por el gobierno de Hollande y la imposibilidad de acordar Hamon con Mélenchon).

En Alemania la disputa será estrecha entre la CDU y el SPD, con una buena perspectiva para el carismático socialdemócrata Martin Schulz, tanto si aspira a repetir la gran coalición como si busca armar gobierno con verdes y Die Linke, manteniendo en un rincón a los antiinmigrantes de AfD. Si bien aún está en redacción su programa, su carácter reformista y crítico de la Agenda 2010 de Schröder parecen dar buenas luces, junto con mantener una mayor cercanía hacia la izquierda postcomunista.

Un ejemplo de lo que puede significar nuevas formas de agruparse, pensar y construir izquierda, ya sea desde el gobierno o desde la oposición, es Portugal, donde el Partido Socialista gobierna junto al Bloco de Ezquerda y el Partido Comunista desde hace más de un año con reformas y medidas que han traído bienestar y crecimiento a dicho país, a la par de disminuir los gigantescos déficits. Respecto de países que marcan tesis, España y las elecciones internas del PSOE son un excelente muestrario: Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez se disputan la dirección y el hacia donde llevar a un Partido golpeado por el surgimiento a la derecha de Ciudadanos y a la izquierda de Podemos, acabando con el bipartidismo y parte importante de la influencia en la sociedad española del socialismo.

Italia, en tanto, podríamos destacarla como la excepción que confirma la regla, toda vez que la tensión dentro del gobernante Partido Democrático por la convocatoria a Congreso y elecciones internas que se ha generado en torno a Mateo Renzi parece que concluirá con una nueva división de la centroizquierda, mientras la fascista Liga Norte y el populista M5S continúan creciendo para las nacionales, manteniendo la clásica incertidumbre italiana.

Es por eso que, a consecuencia de lo anterior, hay que ser cuidadoso a la hora de extrapolar resultados desde condiciones tan particulares. Por ejemplo, ni la derrota de la ultraderecha en Holanda implica que necesariamente ha llegado ésta a su límite, ni la emergencia de nuevas formaciones progresistas que fraccionen su fuerza tiene por qué ser replicada exitosamente a lo largo y ancho del continente. Todo ello depende de las condiciones particulares de cada uno de los países, así como de los sistemas electorales que tengan, pero lo que sí puede concluirse es un síntoma: el nacionalismo y la ultraderecha suelen provocar su propia némesis. La tarea es que la izquierda cultive esa némesis bajo un nuevo sueño para que haya una Europa que no se sostenga en el terror a la incertidumbre de lo que se vendría sin la Unión, sino en la esperanza de seguir avanzando hacia sociedades donde imperen las ideas de la libertad, igualdad y fraternidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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