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La Reforma Educacional en Chile: fuera de consignas, llena de realismos

Erik Adio
Por : Erik Adio Administrador Público
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Difícilmente el año 2011 será un año fácil de olvidar para la sociedad chilena, ahí se configuró un estado complejo, lleno de disputa, conflicto y deliberación. Pero también de consigna, se reclamaba “Educación Gratuita, Pública y de Calidad”. La sociedad escuchaba y le parecía justa la demanda. Se había comprado la consigna, la hacía suya, la trasmitía y coqueteaba con ella.

El 2014 la Nueva Mayoría llega al gobierno, recogiendo el sentir ciudadano expresado. El Estado chileno debía volver a repensar su educación y su modelo, conseguir cristalizar un derecho mediante una nueva política pública de educación, en un intento decidido por golpear la desigualdad. Argumentos rebasaban, hasta los países más capitalistas del mundo resguardaban la educación pública, su gratuidad, y la calidad del sistema; éramos, nuevamente, una excepción planetaria en una aplicación mercantil a rajatabla y a algo tan delicado como la educación; habíamos desgarrado y desalojado a la Educación Pública en favor de fines privados y casi el único avance medible decía relación con el aumento de la cobertura.

Pero no teníamos en cuenta un par de elementos fundamentales:

El primero de ellos, la sociedad había adoptado una posición, pero carecía de una batería conceptual para su defensa, le había parecido interesante lo planteado por los estudiantes, ideólogos, pensadores, comentaristas etc.  Recordaban la consigna—pero ya no la sentían— eran bombardeados por la prensa—pero no entendían la disputa—seguían pagando su colegio y no tenían la menor intención de cambiar a sus hijos de aquel espacio y en eso se transformó la discusión, en que tan excepcional, bueno, malo, bonito, feo, barato o caro era el espacio con el que directa o indirectamente nos relacionábamos con la educación.

[cita tipo=»destaque»]Chile es un país bi-conglomerado, nadie tiene la fuerza necesaria para imponer los términos que cree, ya sean los grupos económicos, los intereses particulares, o la genuina interpretación de la ciudadanía.[/cita]

En segundo término, el mercado había permeado la educación, de tal forma, que había naturalizado el pago, la selección y el lucro. El empresario de la educación resguardaba su negocio y lo consolidaba. Buscaba la forma de hacerle frente a la reforma y lo conseguía, nada había cambiado tanto para cerrar un colegio por falta de ganancia o por no poder seleccionar. Se consagraba un sistema mixto de educación y se abrían ventanas y puertas para no ahogar a los colegios subvencionados, mientras los públicos esperaban ansiosos que se comenzará a hablar de ellos.

El gobierno armaba su diseño, tomaba posición y avanzaba. Revolución Democrática, con Giorgio Jackson, se tomaba el Ministerio de Educación, diseñaba, proyectaba, negociaba, escribía, subía y bajaba.  Pero al final de cuentas, salía incólume, se retiraba sin heridas y sin hacerse cargo ni de puntos, ni comas, muchos menos, del fondo. Al final de cuentas, no era su reforma, lo habían intentado, pero nunca fue lo mismo hacer gobierno estudiantil, que gobierno.

El parlamento miraba desde lejos—queriéndonos recordar—finalmente aquí se discutirá y se resolverá todo. Pero la mayoría no era pro-reformas. Chile es un país bi-conglomerado, nadie tiene la fuerza necesaria para imponer los términos que cree, ya sean los grupos económicos, los intereses particulares, o la genuina interpretación de la ciudadanía.

En definitiva, emplazábamos a una ciudadanía carente de una mochila argumental, en defensa de algo que ya habíamos delegado al gobierno; los grupos subterráneos de dominación nos bofeteaban cada vez que podían; la reforma la conducía, hasta hace muy poco, un grupo de niños, que seguramente eran buenos estudiantes, buenos dirigentes, buenos hijos, buenos padres y madres— qué duda cabe— pero dejaron la “pega tirada”, vociferando disconformidad, olieron un posible fracaso y se marcharon. Por último, nos olvidábamos que eran necesario voluntades y votos (expresado en quorum), de una ingenuidad política mayúscula, de un populismo evidente, de una tristeza enorme.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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