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¡Muera Chile mierda!


Me fascina la entrada de Ariel Dorfman en sus memorias autobiográficas, “Si puedo contar esta historia, si la puedo contar…”, porque habla de lo realmente vivido, un testimonio que no se esconde tras la ficción. En este caso no quiero hablar desde la auto-novela –una ficción del yo-, no quiero engañar a nadie, no hay nada peor que mentirle al lector escudándose en la máscara del soy y no soy. Si soy soy, y si no soy no soy.

¿La verdad de las mentiras de Vargas Llosa? Para nada. La cruda realidad, la tiranía de los hechos, como me gusta decir. En pelotita, y claro, con toda la subjetividad implicada. Dicho esto no hay engaño, no hay disfraz, la realidad como la veo y me veo a mí mismo. Voy a disparar y dispararme a mí mismo. Apróntense. Más bien, sírvanse una chela, un ron cola o un whisky, hablaré de este pobre cuerpecito y, por ende, del cuerpo de todos nosotros, hechos mierda (cabeza, cuerpo y corazón) por el neoliberalismo. Aquí voy. Yo, el más huevón de la patria, que se le ocurre escribir de lo que nadie quiere leer o escuchar.  Un salto al vacío. ¡Muera Chile mierda!

Hubo un tiempo en que eras feliz en Ñuñoa, robándome y comiéndome las peras de la chacra Valparaíso, que posteriormente fue la Villa Frei. En esos años sesenta yo era más huevón que perro nuevo. Cachaba poco, mis viejos eran antiguos comunistas y vivíamos como reyes. Teníamos dos empleadas domésticas puertas adentro: una cocinera y una “niña de mano”, es decir, que se ocupaba del aseo y de los niños (en este caso, mi hermano mayor, myself y mi hermana menor). Comíamos “regio niña”, pues mis progenitores tenían negocios de abarrotes en La Vega y todos los viernes mediodía llegaba Jorge, mi tocayo, con una gran “yegua” (carro de cargar) con las frutas y verduras. La verdad es que no tengo idea cómo mierda se trasladaba el Jorge desde Recoleta a Ñuñoa.

[cita tipo=»destaque»]Viene una época bizarra, cargada de desafíos, deberemos pensar, deberemos reflexionar, deberemos inventar, deberemos seguir soñando pero nunca ceder.[/cita]

Eran tiempos extraños, ¿cuándo no han sido los tiempos extraños? En tiempos de González Videla, que ilegalizó a los comunistas que lo habían votado para que fuera presidente, el departamento en la calle Portugal donde nací era una tapadera, un refugio clandestino donde se reunía la Comisión Política del Partido Comunista perseguido. Mientras yo dormía bebé el sueño de los justos el PC decidía la estrategia para sobrevivir la traición de los radicales. Hoy, cuando los veo apoyar a Guillier me cago de la risa, una manera de decir que no les tengo ninguna confianza.

Después el tiempo hizo lo suyo, y la única figura que siento inmaculada es Allende, el socialista Allende (yo soy un antiguo comunista). Allende nunca traicionó a nadie; a Allende lo han traicionado todos. Altamirano, su hija Isabel, Tohá, Escalona, Andrade, Letelier hijo, Elizande, Maira, Lagos, Bachelet, Tellier, Vallejo, Carmona, Cariola, Jadue, y demás.

El devenir fluye, la tiranía de los hechos se impone, vienen nuevos tiempos. Ya quedaron atrás las viejas utopías, viene inventarse las nuevas. Pero afincadas en las fantasías de antaño, las que no han muerto, las que debemos recrear. Somos comunistas, somos socialistas, siempre lo hemos sido, jamás debemos olvidarlo. Allende nunca lo olvidó.

Viene una época bizarra, cargada de desafíos, deberemos pensar, deberemos reflexionar, deberemos inventar, deberemos seguir soñando pero nunca ceder.

El pueblo es nuestro norte, la gente sencilla ha sido siempre nuestro norte, como dice Silvio Rodríguez: “El tiempo está a favor de los pequeños, el tiempo a favor de buenos sueños”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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