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A los turcos no les gusta la democracia

Bruno Ebner
Por : Bruno Ebner ‎Periodista y realizador independiente
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La victoria de Recep Tayyik Erdogan y su partido, el AKP, en el plebiscito constitucional del domingo pasado, en Turquía, sólo demuestra algo que, políticamente incorrecto, he venido sosteniendo hace bastante: los países musulmanes no entienden la democracia como en los sistemas occidentales.

Es algo paradójico, pero observen cómo un mecanismo en apariencia democrático, un plebiscito, es utilizado para justamente minar los pilares bases de una democracia: no es sólo que con este resultado (un controvertido 51,4% versus 48,6%) el sistema de gobierno turco vaya a mutar de uno parlamentario a uno presidencialista. Cambiar un sistema de gobierno dentro de márgenes democráticos, en principio no tiene nada de malo; de hecho, Chile es un país con un presidencialismo fuerte y varias veces se ha hablado de cambiarlo a un régimen semi parlamentario.

Pero no se trata sólo de una reforma constitucional. Es mucho más que eso. Gracias a estos cambios a la Carta Magna de Turquía, Erdogan podría ser reelecto hasta 2029, inclusive hasta 2034. Tendría, además, al poder judicial bajo su alero y la capacidad para disponer del presupuesto y gobernar por decretos, saltándose al parlamento. ¿Les suena conocido? ¡Es el sueño dorado de Maduro, en Venezuela, y de Evo, en Bolivia! Sólo que Erdogan «la supo hacer». De facto, el mandatario turco se está quitando el manto presidencial del que fue investido para enfundarse el de autócrata. Una auténtica versión turca de las dictaduras «a la latinoamericana».

¿Cómo ha sido posible este nuevo escenario? Y es ahí donde vuelvo a la idea del primer párrafo, y que es el punto débil de los dictadorzuelos locales. El islam, del que Erdogan y la mayoría de Turquía son llorosos devotos, es más que una religión con reglas morales de conducta personal. Es un verdadero sistema político totalitario, en donde es la religión la que diseña al Estado y la que rige la mayoría de los aspectos de la vida íntima y pública de la ciudadanía. Todo eso sometido a un gobernante absoluto, como el ayatolá iraní, los dictadores egipcios disfrazados de presidentes, o los sangrientos y opresivos monarcas de la dinastía saudí. Sólo por nombrar algunos. Y todo esto, bajo el grito del miedo, la represión y las acusaciones de no ser «un buen creyente».

[cita tipo=»destaque»]La democracia, tal como es concebida en Occidente, no funciona en los países bajo la religión de Mahoma. Estas naciones aceptan mejor a los déspotas, aunque suene mal decirlo; aunque los «buenistas» y «progres» izquierdo-comprensivos se tapen los oídos. Porque así es su mentalidad[/cita]

La democracia, tal como es concebida en Occidente, no funciona en los países bajo la religión de Mahoma. Estas naciones aceptan mejor a los déspotas, aunque suene mal decirlo; aunque los «buenistas» y «progres» izquierdo-comprensivos se tapen los oídos. Porque así es su mentalidad. Islam significa «sumisión»; no sólo a un dios y a un profeta, sino también a un gobernante, a un clérigo, a la familia, al padre, la mujer al marido, etc. Ésa es la verdadera mentalidad de la «umma» musulmana, no los intentos de Occidente por imponer un modelo que a ojos nuestros es el mejor que se ha inventado, pero que no tiene que ser así para otras sociedades.

Dejémonos de diplomacia estilística: Libia era perfectamente habitable antes de la muerte de Gaddafi. El Irak de Saddam -sí, un tirano sanguinario- no era el avispero de terroristas, bombas y muertos que es hoy. Lo mismo Siria antes de la guerra civil; de hecho era un país bastante moderno, hoy en ruinas. Los países del golfo, como Dubai, Qatar, Omán o Bahréin, están todos regidos por reyes, sultanes y emires, que no se eligen democráticamente. Así ha sido desde siempre. ¿Por qué pretendemos cambiar a algunos y no a todos?; ¿por qué Occidente bombardeó a Libia y no a Arabia Saudí, si éste es quizás el país más brutal y represivo del mundo, donde no se conoce la noción de derechos humanos?; ¿por qué se forzó la salida al dictador egipcio Mubarak y no a algún sultán?; ¿hay algunos autócratas más democráticos y «occidentales» que otros?; ¿paladines de la justicia y libertad, o custodios de los intereses convenientes?

Volvamos a Turquía. La Turquía moderna. El sueño de Mustafá Kemal Atatürk fue un gran oasis que duró mucho. Una república laica, desarrollada, con esperanza de igualdad para hombres y mujeres. Erdogan dijo ser continuador de este sueño y durante un buen tiempo así lo hizo. El país logró un excelente nivel de desarrollo e infraestructura. Estambul es una urbe moderna y cosmopolita, centro de la vida política, empresarial y cultural del país. Pero, lentamente, el gobernante turco comenzó a desenmascararse y coquetear cada vez más con el islamismo férreo. Es que él lo es. Entregó millones para construir mezquitas en todas partes, varias por barrio, decenas por ciudad, hasta en las gasolineras de las carreteras. Metió a su círculo íntimo a musulmanes rigoristas y, poco a poco, la ideología religiosa comenzó a operar. No hay mejor forma de manejar a las masas que a través de la religión como herramienta política. No lo sabrán los iraníes.

Y así comenzó lo que hoy vemos en la tierra de Atatürk. De partida, el fin de la libertad de expresión. No puede haber un régimen autoritario firme sin el control de la opinión ciudadana. Y el islam no admite la indisciplina, menos la disidencia. Hoy los principales medios turcos están secuestrados por el gobierno, amenazados, vigilados y con periodistas presos, acusados de sedición y de trabajar para el enemigo. Y también los opositores políticos (otro tufo a Venezuela). ¿Es diferente en Arabia Saudí? Sí, porque allí es aún peor, pero ningún gobierno dice nada. Realpolitik.

Luego está la propaganda a mansalva. En este plebiscito se acusó al gobierno de haber utilizado a voluntad los recursos del Estado a favor de Erdogan. Vean lo que pasó en Europa, el veto europeo a los ministros turcos que iban a hacer proselitismo a Holanda, Alemania y Francia, y que tiene hoy a al país bicontinental enemistado con la UE y con su anhelo de integrarse a la comunidad ya casi sepultado. Hoy Turquía nunca había estado más lejos del grupo de los 27, o 28, descontando al Brexit de Inglaterra. Ellos no la quieren y Erdogan está despechado. Hoy, más que nunca, Europa representa un mundo ideológico y cultural a años luz de Turquía, país que se distancia a gran velocidad del espíritu de valores sociales y democráticos que dieron vida a la UE. El nuevo autócrata turco lo sabe, y por eso mismo usó en esta campaña una fuerte retórica antieuropeísta que incendió a sus esbirros y seguidores.

¿Y quiénes quedan para oponerse a Erdogan y los islamistas? Como sucede en los sistemas donde la religión intenta regular todos los aspectos de la vida, son los laicos, los religiosos moderados y quienes han tenido la posibilidad de viajar, de estudiar y vivir fuera; de ver más allá de lo que dice el Corán, quienes se oponen mayormente a la islamización e involución democrática que está sufriendo el país. El problema es que son los menos, los «poderosos de siempre», los adinerados. En los países musulmanes, los grandes «rebeldes» son quienes saben lo que hay tras las fronteras y experimentado las libertades occidentales. Los que no se tragan el miedo que inculcan los líderes religiosos a quienes desobedezcan las enseñanzas. Desafortunadamente, son la minoría. Es mucho más fácil convencer a través del miedo y la ignorancia a quienes no han podido ver más allá del clérigo del pueblo, o del niqab que transforma a las mujeres en fantasmas.

Pero así es el islam. Y así ha sido casi siempre. La pregunta es: ¿tenemos derecho a establecer que lo nuestro es bueno y lo de ellos es malo? ¿Dictadura versus guerra civil? Porque parece que aquí no es posible un término medio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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