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Chile, Trump y la baja de impuestos: ¿jugamos el mismo juego?

Por: Oscar Ascencio Alarcón, Ingeniero Civil, Master en Políticas Públicas, Master en Administración y Negocios


Señor Director:

Esta semana se hizo oficial la impactante promesa de campaña del actual presidente de los Estados Unidos: un agresivo recorte de impuestos, “el mayor en la historia del país”. Aunque todavía no se conocen los detalles técnicos, el plan presentado por Gary Cohn (principal asesor económico del presidente) y Steven Mnuchin (secretario del tesoro) contempla una impresionante disminución de la tasa del impuesto a la renta federal desde el actual 35% hasta un 15%. En el caso de las personas, se sintetizará la gama de impuestos: sólo 3 tipos de impuestos (actualmente existen 7 tipos) y rebajará de la tasa máxima individual desde 39,6% a un 35%.

Es sabido que los ingresos fiscales, con los cuales se financia el presupuesto de una nación, están sustentados en la recaudación tributaria: con menos ingresos difícilmente se pueden cumplir todas las expectativas que va resolviendo el gasto social. Y una decisión así tomada por la mayor economía del mundo influirá en casi todo el planeta. Por esa razón, es legítimo observar esa acción como una estrategia no sólo económica y financiera, sino también ideológica.

Cuando asumió Ronald Reagan, en Enero de 1981, traía bajo el brazo un programa de políticas económicas basado en las teorías de Milton Friedman (contenidas en lo que se llamó la “economía de la oferta”) que se caracterizó, entre otras cosas, por la desregulación del sistema financiero y la reducción drástica de los impuestos, como base para generar un despegue de la economía del país. El plan era: a) reducción del gasto público, b) reducción de impuestos, c) reducción de la regulación a la actividad económica, y d) control de la oferta de dólares para reducir la inflación. El esfuerzo del gobierno de Trump por derogar el ObamaCare (un programa de salud más accesible que cubre a más adultos de bajos ingresos y subsidia las pólizas médicas privadas) apunta a replicar la primera de estas medidas.

La hipótesis de que una baja en los impuestos aumentaría los ingresos fiscales se basaba en los trabajos del economista Arthur Laffer (aunque también había sido estudiado por Keynes e incluso mucho antes). Si la tasa impositiva es igual a cero, la recaudación tributaria es cero. Si la tasa impositiva es igual a 100%, la recaudación tributaria será cero porque en ese caso nadie querrá impulsar alguna actividad económica. Por lo tanto, la teoría asegura que debe haber un punto intermedio para el cual la tasa de impuestos logra un máximo de recaudación (la curva es una parábola invertida o, coloquialmente, una “U” invertida o domo). La tesis de Laffer en aquella época era que la economía estadounidense estaba “a la derecha” de ese punto máximo, y por lo tanto al rebajar los impuestos se acercarían al máximo de recaudación tributaria. Bueno. La historia mostró que Laffer estaba equivocado y los ingresos fiscales cayeron. (Si en el gobierno de Reagan la economía estadounidense creció posteriormente, mucho se explica por el desplome de los precios del petróleo y las medidas anti-inflacionarias de la política monetaria de la Reserva Federal).

Hoy se alzan voces en Chile respecto de la audaz medida anunciada por el gobierno del presidente Trump, haciendo un ácido cuestionamiento al rumbo de nuestro país y de otros en dirección contraria a este anuncio desde Estados Unidos: “mientras ellos bajan los impuestos, nosotros los subimos”.

¿Estamos en Chile en condiciones de bajar los impuestos? ¿En qué punto de la curva de Laffer estamos hoy? Nuestra tasa impositiva es relativamente baja si nos comparamos (como está de moda) con la OCDE. Si estamos a la izquierda del punto máximo y bajamos los impuestos, sólo conseguiremos achicar las arcas fiscales y sacrificar gasto público, en un país en que estamos lejos de tener nuestras necesidades básicas resueltas.

Menos impuestos puede significar menor recaudación tributaria y, por lo tanto, menos gasto público. Reducir el Estado. Eso sí es ideológico. Y luego ¿cómo financiamos más y mejores hospitales? ¿cómo financiamos mejor seguridad pública? ¿cómo financiamos más y mejor educación? ¿cómo proveemos mayores y mejores pensiones? ¿cómo financiaremos medicamentos más accesibles para nuestra tercera edad? ¿cómo compraremos aviones para combatir incendios? Claro que sí. Hay otras opciones: otorgar cupones para que las clínicas privadas resuelvan la demanda de salud y luego cobren, contratar empresas privadas de seguridad, abrir más mercado a instituciones privadas de educación, profundizar en sistemas de administración de fondos de pensiones, etc. Hay varios caminos para reemplazar el rol del Estado, pero para quien pueda comprar esos ‘bienes de consumo’.

Bajar los impuestos es una buena bandera para las próximas elecciones.

Por último, este asunto se hace más delicado cuando relaciona dinero y política, empresas privadas y bien común, y cuando los grupos que tomarán estas decisiones pueden beneficiar significativamente a unos y eventualmente perjudicar a otros.

Nuestro país, nuestra economía, nuestra historia, nuestra idiosincrasia y nuestro potencial son muy diferentes a los de Estados Unidos. Somos dos jugadores dispares. En dos canchas distintas. Con reglas distintas.

¿Estamos en condiciones de jugar el mismo juego?

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