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El feminismo de los muchos

Carla Pinochet Cobos
Por : Carla Pinochet Cobos Dra. en Antropología de la Cultura. Docente Universidad Alberto Hurtado
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Durante mis años universitarios, sentía pudor de decir que era feminista. Estaba perfectamente entrenada para distinguir las desigualdades estructurales que marcan las biografías de hombres y mujeres, y la constatación cotidiana de esas injusticias alimentaba en mí una indignación creciente. El «feminismo», sin embargo, sonaba a grandes ligas. A derechos conquistados en las calles por mujeres aguerridas y heroicas. A cuerpos liberados del yugo patriarcal, derrochando una desinhibición que a mí parecía habérseme negado.

Aunque admiraba a las feministas que me rodeaban, también me sentía lejos de ellas. Suscribía a sus ideas y validaba la rabia social que las acompañaba, pero una distancia incómoda me separaba de sus sentencias categóricas. El patriarcado que ellas denunciaban atravesaba vergonzosamente mis prácticas, pues no conseguía llevar esos postulados hasta sus últimas consecuencias. Así, mientras esquivaba el problema optando por conceptos más asépticos, como el de “enfoque de género”, la señorita que aprendí a ser en el colegio continuaría sentándose con las piernas cruzadas; depilándose las axilas; haciendo dietas tortuosas para encajar en el estrecho modelo de mujer que promovían los medios de comunicación.

Algo de todo esto ha cambiado en la última década. Los jóvenes que hoy día habitan las universidades no conciben el feminismo como una prueba de la blancura. Hombres y mujeres, con diferentes capitales políticos y culturales, pueden identificarse como feministas sin temor a los fantasmas que acechaban a mi generación. Ser feminista en la actualidad puede ser un punto de partida, y no un carnet de miembro honorario.

En buena medida, ello es posible porque el movimiento feminista nos ha legado un escenario distinto al que existía hace quince años. Ejemplos hay muchos: se han instalado nuevos conceptos para nombrar y distinguir la violencia de género; hay menos tolerancia y más denuncias respecto de abusos y acoso sexual que solían estar normalizados; se ha incrementado la vigilancia social frente a los mensajes sexistas de la prensa y la publicidad. No cabe duda que la sociedad tiene hoy una mayor capacidad de indignación y respuesta frente a las muchas formas de discriminación y violencia contra las mujeres. Pienso que gran parte de esas batallas no podían ser libradas más que con las armas de los feminismos de la vieja escuela, las cuales —para ser filosas y efectivas— a veces terminaban siendo sectarias.

[cita tipo=»destaque»]Los jóvenes que hoy día habitan las universidades no conciben el feminismo como una prueba de la blancura. Hombres y mujeres, con diferentes capitales políticos y culturales, pueden identificarse como feministas sin temor a los fantasmas que acechaban a mi generación.[/cita]

Si observamos las marchas del 8 de marzo por el día de la mujer, vemos que año a año aumentan exponencialmente sus asistentes, y que junto al número crece también la diversidad de los manifestantes. Pareciera ser que hoy la lucha dispone de otras herramientas, y que en este “feminismo de los muchos” caben hombres y mujeres, jóvenes y viejos, heterosexuales y LGTBI. Los álgidos debates en la discusión pública (columnas de opinión, artículos web, contenidos virales, etc.) indica que hoy en día ser feminista no es un punto de llegada, sino una convicción y una voluntad. Una convicción de que vivimos en un sistema injusto, que otorga derechos y reserva privilegios a los hombres en desmedro de las mujeres. Y una voluntad de restituir la equidad social, examinando y transformando —con ese proyecto en el horizonte— las prácticas propias y las del mundo que nos rodea. Convicción y voluntad no son poca cosa; pero tampoco proveen de un certificado de autoridad para excluir a los más adormecidos.

En suma, pienso que en los feminismos del siglo XXI se vienen imponiendo los plurales. Ello no quiere decir que los movimientos feministas históricos hayan sido un bloque monolítico y excluyente, ni que haya que conformarse ahora con un feminismo liberal que se limite a promover reformas cosméticas. Sí quiere decir, en cambio, que cierta rigidez ha retrocedido, y que se pueden ejercer estas convicciones desde prácticas menos flagelantes. Ante la pregunta: «¿tú, eres feminista?», la mayor parte de mis amigos responde: «por supuesto». Hace quince años, al menos me habrían exigido especificar una definición. Es cierto que aún queda un largo camino por recorrer, pero en ese pequeño gesto distingo una victoria importante. Y es que el feminismo, en el país de Nabila Rifo, sin lugar a dudas nos necesita a todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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