Publicidad

La alegoría de la caverna: Sebastián Piñera, libertad y educación

Sebastián Astete
Por : Sebastián Astete Licenciado en Arte y Comunicación.
Ver Más

El programa de campaña del exmandatario y actual precandidato presidencial continúa perpetuando la visión de la educación como un bien de consumo y no como un derecho fundamental. Una propuesta asociada a créditos, condonación de la deuda al cabo de 15 años, y retornándoles a los padres “el derecho de elegir”.


“El placer de pensar se ha atrofiado, hasta se ha atrofiado el placer de seguir el razonamiento ajeno”
Bertolt Brecht.

A lo largo de la historia, la educación ha sido el eje central para la formación y desarrollo del ser humano. Desde los inicios, el hombre se ha movilizado por entender al mundo en el que habita, la relación de éste con su ambiente y la interacción con sus pares.

Esta búsqueda por parte del sujeto tiene como consecuencia la producción de “conocimiento”, un conjunto de información que el hombre comienza a almacenar y que por su naturaleza de ser social tiene la necesidad de compartir.

Por lo tanto, afirmando que el hombre tiene el menester de transmitir su saber, nace la idea de “educación”. Seleccionando sólo algunas acepciones que expone la RAE sobre este vocablo, se consigue: Acción y efecto de educar: dirigir, encaminar y doctrinar / Crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes / Instrucción por medio de la acción docente.

¿Quién realmente “dirige” y “encamina” la línea editorial del proceso educativo? ¿Con qué objetivo?

Son estas interrogantes a donde se focalizará el análisis. Pretender reflexionar sobre la educación y las actividades que se llevan a cabo para ejecutar este proceso, desconociendo su actual y verdadero propósito conduce, de manera inminente, a un análisis errado.

Hoy, en Chile, para nadie es una sorpresa que uno de los temas con prioridad nacional es la educación. Una materia que toma protagonismo en la agenda pública debido al reclamo generalizado por parte de la ciudadanía.  Esta movilización social se manifiesta con fuerza y visibilidad a partir del primer semestre del año 2006, encabezada, inicialmente, por estudiantes secundarios y conocida, de manera informal, como la “Revolución Pingüina”. Con el transcurso del tiempo, la demanda convocó la participación de nuevas fuerzas políticas, entre ellas estudiantes universitarios, profesores y las mismas familias.

Todo este fenómeno social tiene como consecuencia la elaboración de una reforma educacional, que aún continúa debatiéndose entre la opinión pública, el poder ejecutivo y legislativo.

El foco de conflicto ya no sólo radica en el financiamiento y gratuidad en la educación para todos, sino en la calidad de la educación; una calidad trastocada con el influjo de un sistema económico de libre mercado, que tiene como fin último satisfacer las necesidades que la demanda indique, sólo para quienes puedan pagarlo.

En ese contexto, el programa de campaña del exmandatario y actual precandidato presidencial Sebastián Piñera, presentado el pasado 3 de mayo, continúa perpetuando la visión de la educación como un bien de consumo y no como un derecho fundamental. Una propuesta asociada a créditos, condonación de la deuda al cabo de 15 años, y retornándoles a los padres “el derecho de elegir”. ¿No es el discurso reiterado de los últimos 20 años? Es como un “Déjà Vu”, hablar nuevamente del CAE con otro nombre, de las becas sólo para algunos, cuotas con tope máximo de pago del 10% del ingreso. Nada nuevo, es simplemente retroceder en el tiempo y seguir endeudando “ordenadamente” a las familias.

Este programa, refleja de forma honesta, una visión de administración con poca intervención del gobierno y mayor libertad a los privados.

El 21 de marzo, durante la proclamación de su candidatura señaló: “Nos esforzaremos, en el futuro gobierno, en proteger 3 principios básicos: la libertad, la justicia y el progreso. Libertad, que significa que cada uno sea el verdadero arquitecto de sus propias vidas y no un súbdito del Estado.”

Una realidad lejana a la situación que viven las familias de nuestro país, quienes ganan menos de quinientos mil pesos mensuales y no tienen la “libertad” de seleccionar la “institución” que consideran adecuada para la educación de sus hijos, como tampoco el sistema de salud y mucho menos ahorrar para mejorar su jubilación. Eso no es retornar el derecho de elegir, menos la libertad, la cual es una utopía para la gran mayoría de los chilenos y sólo una realidad para algunos pocos, que tienen el privilegio de poder pagar los bienes y servicios que más satisfacen sus necesidades, incluyendo los fundamentales.

Estamos frente a una mala definición de libertad, sería como mezclar o confundir los conceptos de Estado Democrático, Estado de Derecho y Estado Social de Derecho, como la misma cosa. ¿A quiénes realmente se les resguardan los intereses y el privilegio de escoger? ¿A la burguesía o a todos? Nuevamente, nos vemos enfrentados a un discurso político creado por buenos publicistas, quienes usan “hermosas ideas” como la libertad y ser el arquitecto de tu vida; pero que en la realidad no aplican.

Bajo la visión del ex jefe de Estado, podemos deducir, sin ningún esfuerzo, que el “educando” continúa siendo un cliente y que la “institución educadora” seguirá en su rol de empresa, privilegiando la eficiencia. Ambas partes conectadas en una relación comercial, más parecida a una fábrica de “ilustrados” que un lugar para desarrollar y cultivar el saber. Una relación que está al servicio del sistema gobernante, quienes buscan satisfacer sus propias necesidades, las que tienen relación con generar altas rentabilidades y la formación de mano de obra especializada, ilustrada y dócil.

Podemos, entonces, generar una analogía entre el proletario del siglo XIX, y el trabajador del siglo XXI, el primero más vinculado a la tierra, un campesino u obrero. El segundo, un trabajador que requiere conocimientos más técnicos, por las circunstancias de los tiempos en los que vive, y que necesita operar las nuevas maquinarias, entender los nuevos programas computacionales y, en general, tener las competencias para resolver los diferentes desafíos laborales.

Un trabajador que podemos denominar como el “proletario ilustrado del siglo XXI”, educado para ser un tecnócrata en alguna materia. Ilusionado con la idea que su licenciatura universitaria, MBA, o postgrado le generará libertad, amplitud de conocimiento y dominio social; pero que, en la realidad, es un sujeto que presenta dificultades para reflexionar, problematizar y acceder a un “conocimiento integral”: dominando su oficio, comprendiendo su rol en la sociedad, conociendo las obligaciones y deberes de sus autoridades, y entendiendo, realmente, sus derechos para poder exigirlos en el caso que éstos sean vulnerados. En conclusión, un individuo imposibilitado de poder fiscalizar a sus autoridades y al sistema imperante; el trabajador y ciudadano ideal para las fuerzas dominantes.

“La Alegoría de la Caverna” de Platón, presenta un mito que aborda la relación del hombre con el conocimiento, y que a pesar de los siglos transcurridos no difiere del escenario actual.

Intentando construir un paralelo entre los elementos presentes en la alegoría y la realidad de estos tiempos, se puede comenzar relacionando a la caverna con el “sueño” o “adormecimiento” que vive la sociedad, inmersa en el consumismo, en la ignorancia de la cívica y la política, el bombardeo de estímulos publicitarios; lo que mal conocemos como “vida cotidiana”.

¿Quiénes gobiernan hoy la caverna? ¿Quiénes son los autores intelectuales de la proyección de las sombras?

El sistema que nos gobierna, es un sistema que tiene rostros, nombres y apellidos, quienes poseen y heredan las fortunas materiales más grandes del planeta. Propietarios de las principales empresas encargadas de producir alimentación a gran escala, última tecnología, mensajes comunicacionales masivos, y control de las instituciones educadoras. Sujetos con la capacidad de influir en los diferentes mercados, incluida la educación, con total libertad y, lamentablemente, egoísmo.

Claramente, los hombres encadenados, en la caverna de Platón, somos todos los miembros de esta “nueva sociedad proletaria ilustrada”. Seres humanos atrapados en un intrincado mundo de sombras y apariencias, alentado por la entronización de los medios de comunicación, que muestran una realidad manipulada y editada, alojando necesidades y preocupaciones ajenas a la naturaleza humana. Acciones que, si bien no pertenecen a la educación formal, doctrinan, instruyen y catalizan el estado animal de las personas.

Una realidad difícil de diferenciar para los seres humanos que no conocen otro escenario, porque en definitiva la costumbre terminó por hacer naturales todas las cosas. Para Platón, esa costumbre natural pertenece al mundo sensible, que parece real, pero son únicamente sombras, cuyos habitantes de ese mundo, para Marx, sería la “sociedad de individuos alienados”: ajenos a sí mismos, y que desconocen su propia esencia.

Por lo tanto, la educación que pretendía Platón no existe, continúa siendo un ideal. Como señala Carlos Calvo Muñoz, en una entrevista para “La Educación Prohibida” “(…) al escolarizarse, se metió dentro de la escuela y perdimos los criterios exteriores de la naturaleza, hoy día leemos los criterios que salen en los libros y el problema es que como son muchos de ellos verdaderos, ¿para qué me voy a poner a discutirlos?, pero con eso desvirtuamos lo que es el proceso, que es de descubrimiento y no de aprendizaje de las verdades.”

El impacto que este procedimiento de educación causa, se basa en una paradoja: lo que hace daño desde una perspectiva humana, es un bien desde una perspectiva del sistema.

Entendiendo las circunstancias ¿Se puede salir de la caverna?

Este escrito no pretende, aunque lo parezca, entregar una visión inmutable de la situación actual. Una sociedad dominada por algunos pocos, que han ido concentrando el poder y perfeccionando sus métodos de control. Entre ellos, el empoderamiento de la educación.

Por el contrario, primero invita al ejercicio de estar recordando lo que sucede, recapitulando o resumiendo los que otros personajes han dicho sobre este tema. Si bien, somos parte de una sociedad alienada, no se deben considerar las presentes circunstancias como realidades inmodificables, esperando que algún elemento externo aparezca y nos salve de esta situación.

Esperar, en pausa, como lo hacen los personajes del texto dramático “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett, no debería ser el camino correcto. Los protagonistas de esta obra, simplemente, aguardan la venida de un ente, Godot, que nunca llega, que nunca saben cuándo podría aparecer, pero, a pesar de eso, depositan la esperanza en un desconocido para que se produzca el cambio de sus vidas rutinarias. Si bien, es una pieza de arte ligada al teatro del absurdo, la situación podría ser un espejo del absurdo de estos tiempos.

Es por eso, que la invitación es a tomar conciencia de la condición humana, de la posibilidad de la libertad, pero sobre todo de la responsabilidad individual. Una visión más cercana al autor y dramaturgo alemán, Bertolt Brecht, quien a través de su “Teatro Épico” pretende despertar a una sociedad adormecida, utilizando entre sus recursos el efecto de Distanciamiento o Develamiento. “El efecto de distanciamiento consiste en transformar la cosa que se pretende explicitar, y sobre la cual se llama la atención; en lograr que deje de ser un objeto común, conocido, inmediato, para convertirse en algo especial, notable e inesperado.”

Por lo tanto, observar la realidad en un nuevo soporte, permitirá juzgarla bajo una perspectiva inédita.  Una postura que no difiere con la pedagogía de Platón, quien nos incita a salir de la caverna, obtener el verdadero conocimiento, episteme, y volver a ésta con la convicción y deseo para invitar a otros a salir, como muchos ya lo están haciendo, desde la calle.

Para todos los que somos parte del “Proletariado Ilustrado”.

Publicidad

Tendencias