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¿Y las convicciones?


Durante los últimos días hemos sido testigos de situaciones que evidencian, nuevamente, el gravísimo deterioro del ejercicio de la actividad política. Convengamos que la Política es una actividad noble, que se enfoca en lograr, desde distintas perspectivas, el tan mentado bien común (la felicidad para algunos países, la paz, el desarrollo espiritual, etc.). Muy ajena a esa nobleza están las situaciones que hemos observado, de manera repetida a estas alturas, por parte de personajes vinculados a la actividad política.

Partamos por el más vil; la circunstancia de existir una sentencia condenatoria por violencia intrafamiliar no fue obstáculo para el tribunal supremo de la DC para, simplemente, amonestar por escrito al diputado involucrado. Éste, según consta en diversos soportes, habría dado una feroz paliza a su pareja para luego no cumplir con la orden emanada, ni más ni menos, que de un tribunal. De esta circunstancia surgen bastantes derivadas; partamos por las más evidentes.

De más está decir que la violencia, sea contra quien sea, debe ser rechazada en todas sus formas. Sin duda que una de las que más rechazo causa es aquella ejercida provechándose de la magnitud física del atacante. Luego, tenemos que la cobardía de agredir a un miembro del grupo familiar implicaría en cualquier servicio público una trasgresión a las normas del Estatuto Administrativo (llevar una vida social acorde con la dignidad del cargo, reza el Estatuto); es decir, significaría un sumario para el cobarde. Como tercera derivada, podemos afirmar que el sujeto en cuestión no solo es un cobarde, sino que también miente sin arrugarse siquiera, toda vez que calló su gravísima falta y luego la negó y, más grave aun, mantiene su negativa, no obstante mediar una sentencia. Esto último es una evidente falta a la probidad, donde la destitución, para cualquier funcionario público, estaría a la vuelta de la esquina. Podríamos seguir enumerando diversas consecuencias, pero sin duda que la más delicada, pero no siempre la más vistosa, es la complicidad de aquellos que integran el mismo partido político del agresor; hemos visto con estupor que la mera amonestación escrita les parece suficiente para dar por superado el “impasse” y, peor aun, no les parece de la gravedad necesaria como para marginar a ese individuo del partido político. Pero el estupor no queda ahí, porque diversos parlamentarios (todos de sexo masculino), expresan a través de La Segunda que no ven inconvenientes para que el agresor pueda volver a postular al Congreso. Es decir, en este punto, así como en varios más, según veremos, no existen convicciones (la mínima debiera ser aquella que repudia cualquier tipo de violencia, en cualquier caso).

A continuación, el SII ha dado un portazo a la Justicia, negándose a interponer las querellas necesarias para que aquellos que han delinquido en materia tributaria, vayan a la cárcel a pagar por sus delitos. Nuevamente, diversas derivadas surgen.

[cita tipo=»destaque»]Porque a esos que apuntaron con el dedo, a los que dieron encendidos discursos acerca de la alegría que venía, a los que criticaron desde la tribuna del periodismo a esos que hoy los ensalzan, solo cabe hacerles una pregunta: ¿Y las convicciones?[/cita]

Primero, nada menos que ministros de Estado, funcionarios públicos nuevamente, se prestan para defender la actuación espuria del Director del SII. Afirman que el rol de esta institución es el de recaudar, mas no el de perseguir penalmente. El craso error en que incurren radica en que no es el Director quien determina el rol, ni el ministro de Hacienda, ni la mismísima Presidenta; es la ley quien fija el marco de competencias dentro de las cuales un determinado servicio público debe actuar. Es decir, en tanto el Director en cuestión tiene la facultad de ejercer o no ejercer la acción penal, también tiene la carga de fundar su decisión. Esta no puede ser arbitraria ni caprichosa, como correctamente ha indicado el Contralor, sino que debe ser fundada en argumentos razonables y racionales. Evidentemente el argumento de que el SII es un ente recaudador no resiste el más mínimo análisis; de acogerse, estaríamos ante un funcionario todopoderoso que decidiría por sí y ante sí, en qué casos impetrar la acción penal y en qué casos no. Existe en este caso una evidente violación al principio de igualdad ante la ley, contenido en la Constitución, toda vez que la acción penal tributaria se ha ejercido en algunos casos y en otros no (incluso hubo una prescripción por la demora en interponer la querella correspondiente). Me cuesta recordar un hecho tan evidentemente antidemocrático y con un contenido tan alto de indecencia política. Resulta evidente que el beneficio de la decisión del Director del SII es transversal; tan transversal que deja en evidencia la connivencia entre los partidos que se dicen de izquierda y los partidos de derecha. En suma, es obvio que son exactamente lo mismo: instituciones e individuos carentes de convicciones.

Finalmente, como para ponerle la guinda a esta desagradable torta, vemos cómo juegan con la Democracia, haciendo verdaderas fintas a las primarias, aquellas respecto de las cuales tantos alabaron las diversas virtudes que representaba contar con una legislación que las institucionalizara. Que la competencia, que la posibilidad de exponer ideas, que la ciudadanía podría evaluar mejor a los candidatos, en fin, que en suma nuestra azotada democracia se vería beneficiada a través de un proceso que la fortalecería. Hoy, el discurso de candidatos y candidatas es ir a primarias solo si les conviene; una pone condiciones, el otro afirma bajarse si no hay primarias, para luego desdecirse. El otro se baja por que ha escuchado la voz del pueblo, expresada a través de encuestas… Por el otro lado dicen que para qué hacer primarias si los otros no las van a hacer; que las encuestas revelan que no es necesario realizarlas porque hay un candidato inalcanzable, en tanto que los otros apenas aparecen mencionados. Sí, las benditas encuestas son hoy el barómetro que señala si debe haber o no primarias, quién es candidato y quién no. Triste, pero cierto.

En suma, como se puede apreciar, las convicciones que les asisten a todos estos personajes, desde el PC a la UDI, son exactamente igual a cero. Sugiero sacar la mirada de estos grupos tradicionales, que mantienen un discurso básico (que el otro no gane), y que no tienen ni mantienen convicción alguna respecto de los ideales democráticos que tanto dicen defender. Sugiero buscar convicciones, construir más democracia; sugiero enviar a la cárcel a los delincuentes que golpean a sus parejas o que defraudan al fisco por la vía tributaria en complicidad con el Director del SII. Sugiero que volvamos a esas convicciones que nos hicieron derrotar con un lápiz y un papel al dictador (asesino y ladrón) Pinochet. Porque a esos que apuntaron con el dedo, a los que dieron encendidos discursos acerca de la alegría que venía, a los que criticaron desde la tribuna del periodismo a esos que hoy los ensalzan, solo cabe hacerles una pregunta: ¿Y las convicciones?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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