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A un mes de la marcha por la ciencia: la verdad política y la verdad científica

Por: Andrea Hidalgo


Señor Director:

El pasado sábado 22 de abril, participé entusiasmada de la marcha por la ciencia, convocada a nivel mundial, como una llamada a reafirmar el papel del conocimiento científico en el bienestar humano; y la necesidad de incluir sus hallazgos en la redacción de políticas públicas.

El llamado que realizaron las organizaciones chilenas –y del que formé parte- se enmarcó también en este abanico general de la convocatoria internacional, pero fue capaz también de generar un manifiesto y un petitorio propios, donde destacó la unión que logramos levantar entre las disciplinas tradicionalmente conocidas como ciencias duras y las ciencias sociales, las artes y las humanidades, definidas todas como disciplinas del conocimiento.

Me sorprendió, por tanto, la sensación de aprehensión que me invadió al leer varios de los carteles que circularon ese sábado por la plaza de armas y el paseo ahumada.

A medida que avanzaba con la columna que recorría el centro de Santiago y leía los manifiestos performativos que se desplazaban enarbolados en los carteles escritos por los colegas, no podía dejar de analizar sus complejos significados y las potenciales implicancias de lo allí expuesto, que por momentos lograban hacer tambalear mi entusiasmo.

Como investigadora de la (re)construcción pasional de los discursos políticos –pues era eso lo que estaba ocurriendo el pasado 22 de abril en el centro de Santiago y en muchas otras partes del país y el mundo, entre aplausos, gritos, risas, disfraces y pancartas- tengo claro que el lenguaje pasional se encuentra en un registro diferente del que corresponde a otras racionalidades. En mis investigaciones, sin embargo, he descubierto que esto no significa que el sentido pasional se encuentre aislado de otros formatos de construcción de sentido, sino más bien que se encuentra en la base de todos ellos, particularmente en lo que respecta a la construcción de relato político.
Desde esta perspectiva entonces, era posible entender que las emociones que me embargaban, tenían que ver precisamente con el mensaje sencillo y directo – como suelen ser los sentidos pasionales- de las pancartas: los dueños de la verdad somos nosotros y eso es algo bueno y feliz.

¿Era eso lo que queríamos transmitir a la ciudadanía a la que llamábamos a marchar y a sumarse a la columna?
Aquí hay un tema crucial, que tiene que ver, me parece, con la complejidad que implica construir un relato político, que es esencialmente ideológico y pasional, desde una plataforma que sostiene que sus discursos son esencialmente no-ideológicos y desapasionados.

Permítanme analizar en detalle algunos de los carteles enarbolados el pasado sábado 22, a fin de expresar de mejor manera las contradicciones que estoy tratando de resaltar.

Los transgénicos son buenos. Nos encontramos aquí con una declaración ética. Que sostiene, no que investigar sobre los transgénicos es bueno (modalidad deóntica), sino que los transgénicos en sí son (modalidad veridictiva) un elemento deseable desde un punto de vista moral, aunque no sabemos exactamente en qué términos tal bondad se establece.

De paso, este slogan deja de lado el reconocimiento a la existencia de intereses creados, que tanto desean que la investigación avance en estos ámbitos, como desean detenerla.

Las vacunas funcionan. Y qué duda puede caber sobre esto. ¿Significa esto que no debemos investigar sobre los efectos del etilmercurio, especialmente en individuos con predisposiciones genéticas o ambientales?

El odio no da cáncer. Ciertamente no hay evidencia científica que respalde esto. ¿Le cerramos la puerta a investigaciones futuras que conecten los estados anímicos con la capacidad de los pacientes de perjudicar o mejorar sus estados generales de salud?

Sin ciencia no hay desarrollo (también sin ciencia no hay progreso). Si el concepto de desarrollo implica un constante crecimiento ¿Cuál es este crecimiento que no es posible sin la ciencia? Históricamente este crecimiento ha sido definido como económico y se entiende además que los países –como los organismos- deben pasar por una serie de estadios pre establecidos que los terminarán por llevar a un estadio desarrollado. ¿Nuestro país, Chile, tiene entonces pre establecidos los caminos de su devenir histórico? ¿No es posible postular otros caminos, hacia otros desarrollos o incluso hacia un devenir que no implique necesariamente un crecimiento constante?

Otro tanto pasa con la idea del progreso, concepto –al igual que la idea de desarrollo-heredado del siglo XIX, que implica la idea de que la historia es teleológica, esto es, que posee alguna clase de finalidad, postulado que, dicho sea de paso, fue descartado en general por las ciencias sociales de fines del siglo XX, después del fracaso de los socialismos reales.

Nosotros como científicos ¿Adherimos entonces a esta clase de postulados o los criticamos?
Facts not Feelings. ¿Alguno de nosotros marchó el pasado 22 de abril exclusivamente por los hechos y sin ningún sentimiento detrás? ¿A quienes de nosotros los sentimientos propios, cuando los estamos sintiendo, se nos presentan como otra cosa que no sean hechos inapelables?

Más ciencia, menos ignorancia. ¿Alguno de nosotros cree que los sacerdotes, de la religión que sea, son ignorantes respecto de sus respectivos libros sagrados; o que los lectores del tarot no saben el significado de sus cartas? Los conocimientos humanos son muchos y las personas que no son científicas difícilmente podrán ser definidas como ignorantes. Podremos diferenciarnos en el tipo de conocimiento que producimos, pero no en el hecho de ser o no ser ignorantes. En el fondo, ningún ser humano es ignorante.

Cada una de estas frases, aunque parezca contradictorio, está a mi entender correctamente redactada, pues su sentido no es lógico, sino ético y pasional, como deben serlo las apelaciones que buscan conmover a los sujetos receptores, a fin de sumarlos a un movimiento político.

El problema, insisto, es que la identidad del sujeto político que las enarbola es científica y, por tanto sostiene que su relato está más allá de la ética y la pasión.
¿Cómo resolver el problema?

Me parece que lo que ha ocurrido el pasado 22 de abril, ha sido que los colegas y compañeros investigadores, que han salido por primera vez a la calle poniéndose el traje identitario de científicos, dieron énfasis al poder de la evidencia empírica y olvidaron que lo que nos define, como investigadores científicos, pero también como artistas, filósofos, humanistas, etc. es nuestra capacidad de abrazar la crítica como un método de producir conocimiento.
Somos críticos a la hora de leer el mundo –y este escrito es una prueba de ello- pero también, y quizás más importante, somos capaces de incluir a la crítica en nuestros propios trabajos y esperamos que nuestros pares lean nuestros avances desde esta perspectiva.

No somos perfectos, ningún colectivo humano lo es, ni somos dueños de la verdad. Nuestras organizaciones, como otras organizaciones humanas, están sujetas a los intrincados vericuetos de la política, el poder y los intereses económicos, que muchas veces francamente impiden el avance del conocimiento.

Nuestra gran fortaleza, en cambio, es que estamos dispuestos, no sólo a reconocer este hecho, sino que a buscarlo activamente, identificarlo y evidenciarlo como el obstáculo que es.

Compañeros, es menester que convirtamos nuestro quehacer en política, es imprescindible que las pasiones se apoderen de nosotros y nos permitan bailar, gritar y enarbolar pancartas en las calles. Nos encontramos en una coyuntura histórica donde esto no es sólo necesario, sino inevitable.

Pero no olvidemos nunca que lo que nos une no es la verdad, sino la reflexión y el pensamiento críticos.

Andrea Hidalgo
Candidata a Doctora en Estudios Latinoamericanos
Universidad de Chile

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