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Chile, país grande

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
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La visión de un país, la utopía de los eslóganes fáciles, y la panóptica de las élites que nos otorgan su a-culturización simbólica contenida en la curva de Lorenz, esa manía tan desigual que precariza el léxico del alma de los chilenos, un país de gente ignorante, pero buena para la pega, para repetir y copiar, gente buena y vulnerable, endeudada en sus sueños.

Artistas de la modernización desreguladora, acostumbrados a ocultar la verdad líquida de manera cotidiana. Ingenieros nuestros de cada día con su epistemología positivista, improvisando siempre la gestión maquinea, aprendieron a calcular las ganancias, pero nunca entendieron cómo se miden las ideas.

El método de Leibniz era mejor porque él era un vividor, y no el monje asexuado y forme de Newton. Las tareas son para nosotros, las ideas siempre se han hecho en otra parte, y es porque no tenemos talento, ni talento, ni alma, ni siquiera elegancia, puros citadinos bajo el calentamiento global de esta angosta franja.

[cita tipo=»destaque»]La digitalización cultural hará táctil los espacios cognitivos, y ya no nos revivirá la neurociencia, la otra pomada de la psicologización de la cultura. Se nos pasa la vida ciudadanos y seguimos acá con esa intolerable manía de llamarle país a la casualidad de la resistencia Mapuche, que son la cultura más inteligente de Chile.[/cita]

Y los profesores que son los más ignorantes, intuyen como hacer del niño más listo un imbécil, ellos son una de nuestras peores tragedias, porque son identitarios de esa liviandad y flojera tan idiosincrática. Solo repetir algunos escasos libros leídos a medias, profesores de la gramática de los cuentos cortos.

Nuestros políticos del verbo fácil ya no sueñan un New Harmony, solo el espacio territorial del voto flotante. Una izquierda que difícilmente estuvo dispuesta a agarrarse a combo por sus ideas, una derecha solo ganancista ya sin ninguna luz más que la tecnología del miedo que les enseñó el capo de Chile, el sicario genocida de la clase pudiente de este país: Pinochet.

El temor rasca sobre el “empleo” y la “inversión” intenta incidir, hoy en día, para elegir al patrón de las tarjetas electrónicas, el chico listo del banco de Talca. Tienen agencias publicitarias, y recursos, y no inventan ningún relato verosímil, salvo el miedo, que vergüenza intelectual de nuestra clase dirigente.
Y un centro pechoño sin “Dasein”, sin ideales públicos, virando a la derecha por antonomasia. El socialismo hayekiano terminó como accionista capitalista de la ética empresarial forjada en los metales de la dictadura.

El proyecto de la socialdemocracia fracasó en Chile, el rostro humano del neoliberalismo es demasiado impúdico. El proyecto de Atria fue carcomido en los achiques fácticos, los partidos no están para pensadores, necesitamos hombres y mujeres prácticos, líderes pragmáticos. Los radicales son la arqueología decimonónica de la tectónica del siglo XX, hoy son una secta de los acomodos cuyo verbo no se conoce. Los “pepito” son la challa de siempre que se murió con su padre del dedo histórico, su proyectualidad es la política chica, hijos del arribismo criollo de poca monta.

Los comunistas siempre dignos caen en reemplazar los procesos sociales por la gestión pública, y se arropan de tecnócratas utilitaristas, cuya noción del manifiesto es creer que se trata de una parodia de Marx. Solo recuperando la culturización de sus mejores tiempos, podrán comenzar a esbozar el impresionismo de las transformaciones hacia una revolución neo-keynesiana que es la única posible en el derrotero de los caminos a los que hemos sido arrojados.

Y los movimientistas quieren ganar altiro, sin inversión histórica, rentabilizando el descontento, con el ideólogo de la sociología del merchandising. Hay que hacer camino, las elecciones no son el mall de los movimientos sociales. No sólo basta con ideas populares, hace falta construir un proyecto de sociedad, se requiere más imaginería.

Y la memoria de Allende en su pedagogía del martirio, nos dejó sin astucia, sin retorno, enterró una historia de la que solo sobrevivió Víctor Jara, el hijo de la educación pública, el hijo de un sueño que alguna vez tuvimos en Chile. Ese que revivieron los jóvenes que siempre sueñan imposibles, la educación pública gratis y de calidad. Que pasado de época dijeron los neoliberales, y mandaron a parar, la modernidad de Chile es pagar, y monetarizar la cultura hasta que el arte sea solo fetiche.

Nuestros gordos, cada vez más, incontenibles que no paran de desear calorías frías de cariño, tienen que comer porque nunca los han amado. Esta nueva estética de la pobreza camina su morbilidad desde la infancia primaria, porque nuestra política alimenticia no existe, como no existe nuestra sociedad.

Nuestros suicidas que como reloj aumentan la estadística de la rebeldía anémica no dejan de persistir. Solo entre 1990 y 2011 la estadística es de un incremento del 90%. Nuestras depresivas histéricas que domestican el sufrimiento en el abuso y maltrato a sus hijos e hijas. El 17% de la población nacional presenta rasgos depresivos, porque viven en el país del edén del supermarket.

Nuestros femicidas atentos (va una veintena en 2017 y en aumento), no pierden pisada de matar una y otra vez a sus madres, porque eso hacen, matar a sus madres, es lo que Freud nos diría. Aun cuando se habla de igualdad y derechos, las estadísticas dicen otro léxico desigual, nuestro capitalismo multiculturalista de doble estándar.
Nuestra policía verde, ahora de ladrones, revelan su lumpenización a manos de la psicosis conductual del neoliberalismo. Algo olía mal hace rato, entre toda su arsenalería de gomina y pelo corto, con su semiología del pobre facho. Claro, ya con más lucas, ya no se casan con la asesora del hogar, sino con la chica linda de la villa feliz, de buen vivir.

Nuestros viejos pueden funcionar y viven más, pero no se sabe para qué, para ver TV obvio. Nuestras viejas le agregan el comadreo venenoso, copuchento, y pernicioso. Sobre leer, solo titulares, analfabetos disfuncionales de la semiótica de las teleseries del sultán.

En nuestra élite no hay ni una idea que hayan producido auténtica, todo lo prueban, lo traen y lo copian, no tienen swing, su civilización es de hedonistas segregacionales del consumo exclusivo, donde la principal movilidad valórica es cargarse al resto de los chilenos.

Nuestras calles son la espiritualidad de nuestra orografía humana, llenas de hoyos e imperfecciones, llenas de fecas de perros de los ciudadanos solitarios que son los chilenos, solos, muy solos, y muy pencas.
Demócratas que creen que la democracia es posible sin democracia social, y que la democracia termina cuando les afecta. Esa dictadura que todos llevamos dentro.

El último que creyó en el mundo era el Che, y era internacionalista. Aquí callamos y negamos la libertad libre, que no está en el individuo, actuamos con ese miedo inconcebible y seguimos comprando.

La digitalización cultural hará táctil los espacios cognitivos, y ya no nos revivirá la neurociencia, la otra pomada de la psicologización de la cultura. Se nos pasa la vida ciudadanos y seguimos acá con esa intolerable manía de llamarle país a la casualidad de la resistencia Mapuche, que son la cultura más inteligente de Chile.
Su cosmovisión es la razón de Neruda y la Gabriela Mistral, son la razón de la Violeta y su Nicanor. Aprendices de Rojas, leímos al más inteligente de Chile, Roberto Bolaño, y tomamos vino con Teillier recordando el sur de la poesía de los árboles, los auténticos nunca son decadentes.

Nuestros inmigrantes son los mejor de nosotros, y nosotros somos lo peor de ellos. Chileno chaquetero, mala gente, solo ves en el ojo ajeno, y nunca autocríticas tu labor, no amas lo que haces, por eso te frustras. Tienes que ser empresario de ti mismo, profeta del individuo, y párroco de la desregulación.
Nuestros académicos pensaron una idea buena en el eurocentrismo de su imaginación, no es posible tener académicos si no se tuvo a Borges. Loros habilosos de papers indexados y de las metodologías siempre inexactas, gente con liderazgo proactivo.

Y nuestros jóvenes no van a votar, no leen, solo TV y fútbol, consumo, ideario subcultural, adscripción de esquina, moda y celulares. Son auténticos ahora dicen, auténticos ejemplares de que no hay futuro, porque no superamos la media sueca en educación. Puros niños hiperactivos y maltratadores, sujetos de la domesticación inicial de la estupidez nacional.

Resulta que ahora criollamente la meritocracia no es una valoración del liberalismo, nuestra élite crea un neoliberalismo individualista de apellidos, y ahí nos damos vuelta al interior de eso.

Eso somos, solo un espejismo de país, un dibujo infantil de nación. Solo el coaching nos hará vivir el éxito, ese es el “secreto”, eso era todo chileno, pensar positivo y jugar como la selección.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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