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Videopolítica del fútbol


Polémica ha causado en el fútbol la implementación del VAR (video assistant referee, árbitro asistente de video), un aparato tecnológico cuya finalidad sería apoyar las decisiones arbitrales para ajustarlas estrictamente a la norma. Según parece, el VAR se justifica en los cientos de cobros polémicos a lo largo de la historia, donde se ha cuestionado el criterio de los jueces (y en consecuencia de la FIFA), quienes deben dirimir sujetos a presiones no solo externas (del contexto político, digámoslo así) sino que propias de las circunstancias impredecibles que tiene el balompié, pudiendo sancionar erradamente una jugada, voluntaria e involuntariamente.

Hay dos ilusiones que se transportan en un mismo sentido; la primera de ellas es que la norma pudiese objetivarse a tal punto que el árbitro se convertiría en una figura técnica, en cuya participación se anularía (irrisoriamente) la subjetividad intencionada y se disminuiría radicalmente el margen de error. La segunda es que se podría prescindir de criterios políticos referidos a los cobros arbitrales, mediante la implementación de un lenguaje puramente técnico que es afanosamente custodiado por una especie de panóptico, esta vez denominado VAR.

[cita tipo=»destaque»]No solo le quita al fútbol (así como se ha hecho en otros ámbitos) su componente más valioso, la espontaneidad, o incluso destituye la autoridad de los jueces asistentes (lo que bien podría generar una crisis gremial), sino que el mismo supuesto en que se sostiene la implementación del VAR resulta paradójico, porque las resoluciones, de cualquier tipo, siempre serán materia de disputa, de conflictos y contradicciones.[/cita]

Esta videopolitica del fútbol cosifica el sentido del deporte, evaluando sigilosamente las jugadas polémicas donde, o bien el árbitro solicite un apoyo exterior para sus decisiones o, por otra parte, donde se estime que el réferi ha cobrado de un modo dudoso. Es interesante cómo el dispositivo técnico aparece mediando toda actividad humana, convirtiéndose en el lenguaje de nuestro tiempo, operando como una metanarración inspirada en juicios positivos. Esto, desde luego, se extiende a todos los ámbitos de la vida social, incluido el fútbol.

Visto desde otros campos, tal tratamiento se le intentó dar al derecho, pero la imparcialidad (imposible) es el nombre en que se oculta el mecanismo de dislocación que constituye los sentidos posibles en una comunicación humana (dicho desde Laclau), independiente de cuáles sean los géneros en la cual esta se produzca. La mirada de Roberto Esposito al respecto es interesante, al situar al derecho en el campo de las relaciones de fuerza que definen lo político, como consolidación de una “voluntad impuesta”. Quise, a propósito, usar el concepto “voluntad” por la columna reciente de Carlos Peña (“Hijos de su tiempo”), puesto que define la acepción desde el voluntarismo, escondiendo así el deseo que lo moviliza: que haya fenómenos políticos contemporáneos que no son atribuibles a la “connivencia”. En alguna medida los términos que utiliza, se relacionan con el problema que aborda esta columna.

En el ámbito del periodismo, por ejemplo, ocurriría exactamente lo mismo; la tendencia neofuncionalista que contribuye al modelo de Dominique Wolton sobre comunicación política es una referencia al respecto; nos indica que en los actos de comunicación cada agente podría poseer una  dimensión propia desde donde gestionar su legitimidad. Así, el periodista se abstraería de incidir, siendo un nexo que relaciona los intereses que se exhiben mediáticamente y las audiencias que los recepcionan.  Esto lo haría situado en el lugar de la información, cuadrícula desde donde su labor se reduce a operacionalizar una técnica de transmisión de datos, cuya única pretensión sería la de “articular otros campos”.

Pero volvamos, luego de lo dicho, sobre el problema del VAR y su consustancialidad con la connivencia. La pregunta que nos urge responder es la siguiente ¿Es posible suspender la subjetividad humana? Nos apresuraríamos afirmando que no, sin antes hacer mención al menos a un par de fundamentos.

En última instancia, los que dirimen son los jueces que administran lo que el videoarbitraje advierte. Hipotéticamente, diremos que ante una mano que fue capturada por el ojo mecánico del VAR, se debe juzgar sobre la intención de la misma. La subjetividad se activa otra vez. Si el gol de Vargas ante Camerún se anulaba, era un robo arbitral respaldado por la FIFA porque, visto desde el riguroso criterio (precario y contingente), no había participado en el inicio de la jugada, por más que el VAR lo acusara en posición de adelanto. Mientras, en el mismo sentido, el aparato tecnológico, en su afán de precisión absoluta, obligaría a normativizar hasta las intenciones al interior del campo de juego lo que, desde luego, es la propia imposibilidad del fútbol y de todo lo circunscrito a la politicidad humana.

La connivencia es el principio de las acciones, siempre que no se le caricaturice por medio de una operación retórica que la ubica en el delirio conspirativo. Se acomete, en todo orden de cosas, con arreglo a un sentido e intención que posibilita la existencia de normas. Así, la FIFA ha pretendido resolver las diferencias sobre los cobros solo restándoles espacio, y asegurando absurdamente su “neutralidad” referil,  apelando a una objetividad dada por un aparato tecnológico que avalaría lo que se decide técnicamente y, en último término, contribuiría a cumplir las reglas, subordinando el juego a los preceptos normativos.

No solo le quita al fútbol (así como se ha hecho en otros ámbitos) su componente más valioso, la espontaneidad, o incluso destituye la autoridad de los jueces asistentes (lo que bien podría generar una crisis gremial), sino que el mismo supuesto en que se sostiene la implementación del VAR resulta paradójico, porque las resoluciones, de cualquier tipo, siempre serán materia de disputa, de conflictos y contradicciones. No existen criterios puramente técnicos y/o principios esencialmente naturales, que se eximan de esta condición humana.

Me parece que a todo esto que acontece en el fútbol se le puede asignar la función discursiva de ser una interesante metáfora de nuestra sociedad, donde el autogobierno de los jugadores, al saberse observados por el VAR, evitaría la astucia en la cancha, pero además gubernamentalizaría el juego.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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