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La desigualdad agudizada por la desvinculación ciudadana ¿Y qué hacemos?

Felipe Petit-Laurent
Por : Felipe Petit-Laurent Director Nacional de Servicio País.
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Hemos comprobado en la práctica que los problemas de convivencia social, entendida como desigualdad, no tienen que ver solo con el ingreso, sino con la dignidad, con el “ninguneo” que se siente desde el centralismo tan arraigado en nuestro país. También hemos tenido la valiosa experiencia de jóvenes de universidades “cuicas” trabajando mano a mano con jóvenes de centros de formación técnica con un perfil socioeconómico muy distinto, que también se encuentran en la experiencia común de la solidaridad.


A propósito del nutrido debate sobre el reciente estudio “Desiguales” del PNUD, cabe preguntarse cuál es el llamado a la acción para quienes desde la sociedad civil trabajamos por una causa. Es decir, ¿a qué “hacer” nos interpela un diagnóstico tan robusto sobre una desigualdad histórica que sigue reproduciéndose y agudizándose por la desconfianza y la discriminación?

De acuerdo al PNUD más del 40% de los entrevistados ha sufrido discriminación, ya sea por su clase social, por dónde vive, o por su género, entre otras causas. Esta es la faceta de la desigualdad social que resulta ser la más dolorosa. Somos un país clasista, machista, y que además, se siente tratado indignamente, irritado, irrespetado, y ve con impotencia como otros sí pueden tener educación y salud de calidad. Que hay que esperar años para un cambio cultural, dicen algunos. O que en realidad la desigualdad es un tema de ingresos, y que siendo así, ésta ha mejorado, dicen otros. Nosotros no lo vemos así.

Tras revisar el completo aporte de este organismo internacional, sobre un país que además se autodenomina como solidario, nos damos cuenta de que seguimos entendiendo la solidaridad como ayuda o caridad a otros que están en la posición desaventajada de la fracturada balanza social chilena.

Nosotros, en realidad, vemos la solidaridad como un intercambio e igualación de experiencias entre ciudadanos que tienen diversidad para aportar y que deciden vincularse para transformar. Puede ser una transformación pequeña o una grande, cuidar un espacio público o sacar adelante una escuela. Lo que más deja a quienes son solidarios no es la transformación en sí misma, sino que la experiencia de vincularse para esa transformación. Llevamos años comprobándolo en terreno con nuestro voluntariado.

¿De verdad Chile es incapaz de convivir y dar un trato digno a todos y todas? Nosotros creemos que apurar el cambio social y cultural para lograr la convivencia, eso que resulta tan simple como tener experiencias comunes y tratarnos con igualdad, es posible. Y respecto de ello nos sentimos desafiados con el informe del PNUD a “hacer” más para la cohesión social. Un impulso importante puede lograrse a través del voluntariado, si lo comprendemos como hecho político de revinculación social, desprejuicio y ejercicio del respeto. Ello es simplemente, un aporte a reducir la desigualdad.

Sin embargo acortar la distancia entre unos y otros no es tarea fácil, el primer paso es avanzar en la confianza. Cada año tenemos 1.500 jóvenes que quieren ser parte de nuestro llamado, y efectivamente el impacto es importante cuando llegan a zonas de todo Chile donde la comunidad se sienten despreciada en diversos sentidos. Ganarse la confianza de comunidades que han sido “sacrificadas” por la actividad energética, forestal, minera, o cualquiera otra que haya modificado radicalmente su hábitat y sus formas de vida, es un trabajo que debe comenzar en el respeto y la dignidad. Nuestro proceso formativo en la acción, busca que voluntarios (estudiantes de educación superior) y comunidades donde trabajan nuestros profesionales Servicio País (zonas apartadas, rurales y empobrecidas) se vinculen y se valoren mutuamente, en su cultura, su historia, sus formas de vida. Este ejercicio es y debe ser horizontal. En él, la valoración y la ganancia son recíprocas y la experiencia es común.

Hemos comprobado en la práctica que los problemas de convivencia social, entendida como desigualdad, no tienen que ver solo con el ingreso, sino con la dignidad, con el “ninguneo” que se siente desde el centralismo tan arraigado en nuestro país. También hemos tenido la valiosa experiencia de jóvenes de universidades “cuicas” trabajando mano a mano con jóvenes de centros de formación técnica con un perfil socioeconómico muy distinto, que también se encuentran en la experiencia común de la solidaridad.

Lo que falta para comenzar a romper la dolorosa desigualdad son las experiencias comunes. Como las hemos perdido casi todas, encontramos en el voluntariado una forma valiosa de revitalizarlas, invitando a los jóvenes a una experiencia más profunda que armar algo de utilidad para otros. Los invitamos al ejercicio de sentirse iguales con otros y aprender a confiar.

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