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De Grenfell Tower (Londres) a la Villa San Luis de Las Condes: segregación, planificación y capitalismo en la ciudad Opinión

De Grenfell Tower (Londres) a la Villa San Luis de Las Condes: segregación, planificación y capitalismo en la ciudad

Hoy, Grenfell Tower se levanta como un esqueleto ennegrecido, y parte de sus antiguos residentes han sido relocalizados en edificios circundantes, donde algunos de ellos han debido enfrentar el rechazo y la discriminación de sus nuevos y más pudientes “vecinos”, que de la manera más explícita han declarado que no los quieren tan cerca. Por su parte, la Villa San Luis (o lo que queda de ella) continúa a la espera de la última palabra sobre su destino: de cualquier manera, ya la última residente de la Villa la abandonó hace tiempo, en 2015.


Hace algunas semanas nos enteramos cómo una torre de vivienda social, emplazada en uno de los distritos más acomodados del centro de Londres, se quemó por completo. El incendio se habría iniciado por una falla eléctrica en un refrigerador, en uno de los pisos inferiores, y se esparció con sorprendente rapidez por todo el edificio, en parte ayudado por el material inflamable con que la torre había sido recubierta, como parte de un trabajo de renovación llevado a cabo hace algunos años.

Hace pocos nos hemos enterado también cómo, a días de votarse su declaración como Monumento Histórico en el Consejo de Monumentos Nacionales, un conjunto de vivienda social, emplazada en uno de los distritos más acomodados de Santiago, comenzó a ser demolida, en circunstancias que el municipio respectivo habría insistido en que ello no sucedería, al menos por el momento. La presión ejercida fundamentalmente a través de las redes sociales habría sido crucial para detener el avance de la demolición… por el momento.

Separadas por miles de kilómetros, en ciudades tan distintas como pueden serlo Londres y Santiago de Chile, Grenfell Tower y la Villa San Luis de Las Condes comparten bastante más que la fecha de inicio de sus respectivas obras (comienzos de la década de 1970) y ciertas peculiaridades arquitectónicas (aquellas brutalidades, angulosidades y monumentalidades modernistas tan características de la época). Los proyectos de North Kensignton y Las Condes sintetizan como pocos lo mejor y lo peor de las políticas de vivienda social británica y chilena, y constituyen al mismo tiempo convergencias inesperadas de procesos globales de renovación urbana, gentrificación, especulación inmobiliaria y segregación. Grenfell Tower y la Villa San Luis son lecciones sobre cómo opera el capitalismo urbano en nuestras ciudades, y sobre cómo las comunidades organizadas han intentado hacerle frente.

Como se sabe, la Villa San Luis (originalmente “Villa Carlos Cortés”) fue un esfuerzo de la Unidad Popular por radicar de manera definitiva en Las Condes a familias que vivían en los numerosos campamentos que en aquel tiempo convivían con urbanizaciones de muchísimo mayor estándar en la comuna. Por su parte, Grenfell Tower –parte del extenso conjunto Lancaster West Estate- se erigió para acoger bajo estándares modernos (en sentido literal y figurado) a la abultada población de trabajadores y migrantes que desde el siglo 19 se hacinaba en condiciones paupérrimas en la zona de Notting Dale, próximo al conocido enclave de Notting Hill. A comienzos de la década de 1970, la geografía social tanto de North Kensignton como de Las Condes era marcadamente heterogénea, y los respectivos proyectos –la torre y la Villa-, un reconocimiento explícitamente político de aquel hecho.

Tal heterogeneidad, sin embargo, daría paso en las décadas siguientes a una progresiva uniformización en el perfil demográfico de ambos lugares. Como también se sabe, a poco de instaurada la dictadura de Pinochet se procedió a una erradicación sistemática de campamentos y poblaciones en Las Condes, bajo la implausible razón de que una concentración geográfica de la pobreza (principalmente en el sector sur de Santiago) permitiría una mejor focalización de la política social. Aunque la Villa San Luis se trataba de un proyecto consolidado, la mayor parte de sus residentes originales fueron expulsados al transformarse la Villa en un condominio para suboficiales y sus familias. Mientras, del perímetro de la Villa hacia fuera, Las Condes se afianzaba como una de las comunas de mayor ingreso per cápita del país.

En el otro hemisferio, la proximidad de Notting Dale a algunas de las áreas históricamente más “nobles” de Londres activó procesos de gentrificación que fueron aislando progresivamente a los residentes de Grenfell Tower, transformando a la torre –así como al estate del que forma parte- en un reducto de desatención y vulnerabilidad. Y aunque las familias que tenían su hogar en Grenfell Tower no fueron apremiadas para hacer abandono de ésta, sí se vieron enfrentadas a la desidia de los administradores del conjunto habitacional, el gobierno municipal y el gobierno central, que en numerosas ocasiones desestimaron las preocupaciones de los residentes ante los problemas de seguridad en el edificio. El día 14 del mes pasado le dio la razón del modo más horrible a estas familias.

Hoy, Grenfell Tower se levanta como un esqueleto ennegrecido, y parte de sus antiguos residentes han sido relocalizados en edificios circundantes, donde algunos de ellos han debido enfrentar el rechazo y la discriminación de sus nuevos y más pudientes “vecinos”, que de la manera más explícita han declarado que no los quieren tan cerca. Por su parte, la Villa San Luis (o lo que queda de ella) continúa a la espera de la última palabra sobre su destino: de cualquier manera, ya la última residente de la Villa la abandonó hace tiempo, en 2015.

Buena parte de la historia reciente de nuestras ciudades se ha escrito entre las tensiones y conflictos de la integración versus la segregación; la planificación versus la desregulación; el capital inmobiliario versus las comunidades. Grenfell Tower y la Villa San Luis aparecen en esta historia como esfuerzos que no pudieron sobrevivir los embates de la liberalización de las políticas urbanas y la gentrificación. Pero estos esfuerzos no deben quedar circunscritos solamente al catálogo de excentricidades modernistas en una era de planificación excesiva. Investigadores como Francisco Sabatini y Gonzalo Cáceres sostienen que, históricamente, las áreas urbanas que concentran la mayor riqueza admiten también una importante heterogeneidad socioeconómica, y que entre los grupos más acaudalados existe alguna disposición a compartir el espacio con otros “diferentes”. Por su parte, desde hace algún tiempo se han asentado con fuerza en el vocabulario de la planificación y ordenamiento urbano y territorial nacional las nociones de sustentabilidad, inclusión e integración. Sí puede ser posible, entonces –y ésa es nuestra convicción-, pensar en construir ciudades donde el acceso a las “ventajas de la localización” sea más una norma que una excepción dictada por la capacidad de pago individual… y donde torres y villas no tengan que incendiarse o demolerse para recordarnos que las ciudades no pueden construirse a espaldas de los propios ciudadanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

 

 

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