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Sename: el borde más trágico

Por: Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega


Señor Director:

Lo sucedido en el SENAME durante los últimos once años, la muerte de 210 niños y adolescentes en hogares administrados por ese Servicio o en organismos colaboradores (un total de 1.313 muertes), es una verdadera tragedia; tal como se lee, con todas sus letras, a pesar de las llamativas acrobacias intelectuales con que algunos dirigentes y autoridades han pretendido simularla. El país se ha enterado de a poco, no sin estupor e íntimo desconcierto, de la ocurrencia de una verdadera catástrofe nacional humanitaria de enormes proporciones, que ofusca la consciencia moral hasta del más indiferente y, sencillamente, clama al cielo.

Los responsables de este verdadero holocausto de niños y adolescentes vulnerados, maltratados, abandonados, marginados y descartados por el sistema y el “modelo”, intentan tranquilizar y pacificar sus consciencias lamentándose públicamente por lo ocurrido, para con ello sentir que han cumplido, que han mostrado la compasión correcta, que han transmitido las emociones debidas, que son personas solidarias. No se ha sabido de una autocrítica verdadera o de una interrogación sincera, descarnada, acerca de las causas próximas y remotas de esta tragedia, de las condiciones políticas, institucionales, culturales, ambientales, éticas, que como una verdadera espiral de fatalidad la prohijaron e hicieron posible o, tal vez, hasta dramáticamente inexorable.

Sin embargo, hasta ahora nada o muy poco se había dicho de la grosera instrumentalización de que ha sido objeto dicho Servicio durante ese mismo período, para instalar confortablemente en su organigrama a verdaderas falanges de operadores políticos y agiotistas sin escrúpulos, dedicados no a procurar que esos niños abrigasen alguna mínima esperanza en una sociedad que tempranamente los segrega y maltrata, sino a urdir maquinaciones orientadas a conservar e incrementar las cuotas de poder y de influencia de sus mandantes, de partidos políticos, de caudillos y facciones insaciables y desnaturalizadas, que ya no reconocen otra justificación de existir que el aprovechamiento incesante y descarado del aparato público, con lógica de bastión o enclave, para profitar, acumular ventajas y satisfacer su intereses.

Es claro que no basta con sólo asignar mayores recursos para ese Servicio, lo cual es sin duda una medida necesaria y condición indispensable para hacer los cambios profundos que requiere. Pero ello no es suficiente. En estos tiempos de extrema levedad y relativismo se tiende a caer con facilidad en esa seductora trampa de sesgo mecanicista, reduccionista, asaz materialista, de pensar que todos los problemas se solucionan sólo con la inyección de más recursos, en una lógica de asignación presupuestaria que a poco andar deviene insostenible, imposible de satisfacer. Al final, la inevitable exigüidad de recursos disponibles siempre es un buen argumento para explicar y justificar cualquier cosa, aún las más dramáticas, aborrecibles y aberrantes.

En el caso del SENAME -servicio público que como pocos devela el rostro trágico de la profunda crisis moral en que se debate nuestro país, que es mucho más honda y devastadora que una coyuntural o pasajera crisis de confianza, como complacientemente la presentan los líderes de opinión-, los nuevos recursos que se le asignen deben ir acompañados de una reforma estructural profunda e integral, bien diseñada, hecha con criterios profesionales, técnicos y de largo plazo; concebida con sentido humanista, integrador, comunitario, de bien común; y también de acciones concretas y eficaces que sustraigan a dicho Servicio de la insaciable voracidad partidista que en estos años ha contribuido a degradarlo, desencadenando la tragedia de esos niños y adolescentes que el país ha dejado morir.

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega
Comunicador Social
Abogado

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