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La tarea número 1 de Chile es la música; el resto es contabilidad Opinión

La tarea número 1 de Chile es la música; el resto es contabilidad

Fernando Balcells Daniels
Por : Fernando Balcells Daniels Director Ejecutivo Fundación Chile Ciudadano
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Las palabras hacen cosas; eso lo saben bien los políticos. Hablar de crecimiento como prioridad excluyente, es quitarle a la economía la densidad, el peso y la acción eficiente de la equidad. Es renovar la autorización para que las empresas se permitan comportamientos anticompetitivos y anticiudadanos, en el límite entre el abuso y la ley. El crecimiento al que apela Piñera y del que se hace eco Lagos; el crecimiento que relega la música al campo de lo despreciable, es un crecimiento conocido. Son las grandes inversiones en los cerdos de Freirina, es autorizar a Barrick Gold a destruir un par de glaciares en el norte, son los permisos para que mineras y eléctricas eliminen la vida marina y los humedales en sus entornos. El crecimiento a ojos cerrados es el que autoriza los desequilibrios biomarinos que hacen crecer la marea roja y liquidan la pesca por meses en el sur de Chile.


La prensa reporta que el ex Presidente Ricardo Lagos, en un seminario de Moneda Asset, ha dicho que ‘la tarea número 1 de Chile es crecer; todo lo demás es música’. Siempre he envidiado la posición del que no dice nada como si lo dijera todo. Me he reconciliado con la capacidad de hacer afirmaciones que a lo menos parezca que tienen sentido; suficiente como para que otros las repliquen. Es cierto que, en este caso, no se trata de otros encandilados y desinteresados, sino otros que se sienten confirmados en su ideología antipopular.

El lugar elegido por Lagos y su discurso, lo transforman en estandarte de la derecha en contra de la pretensión desarrollista del crecimiento-con-equidad de la centroizquierda. Los egos despechados son incontinentes y peligrosos. Lagos ha preferido sumarse, en calidad de aval estatuario y ético a la campaña de Piñera, antes que hacer un aporte humilde a su sector. El olvido de la música es sin duda un error, una imagen fallada producida por un cuerpo que se ha despedido del baile.

La antigua política de la Concertación, la que permitió sacar de la pobreza a millones de chilenos, la que entrego acceso masivo a bienes y servicios a los chilenos, la que permite que los chilenos aspiren a nuevos estándares en su calidad de vida; el llamado que ha inspirado al país en los últimos veintisiete años, es el del crecimiento con equidad. Superar las políticas de la Concertación no quiere decir eliminar la equidad sino entender que, sin equidad, no hay crecimiento; escalar en esa política es entender que es por medio de la equidad que podemos dar un nuevo impulso al crecimiento.

A pesar de que a los economistas les cuesta entenderlo, la ecuación no consiste, ni ha consistido nunca, en crecer para financiar la equidad –que sería puro gasto–. La economía en democracia no se sujeta al chorreo del crecimiento. La democracia no concibe que baste con crecer en el PIB para que se cumplan los objetivos sociales de las políticas públicas. Los economistas de derecha nunca han dejado de tratar de demostrar que solo el chorreo es virtuoso, no nos deberíamos dejar impresionar.

Se puede, incluso, pensar que el cambio que experimentamos es el paso desde la intuición imprecisa de que la equidad es importante, a la madurez de un modelo que se alinea detrás de la equidad para abrir caminos al desarrollo. Hemos dado por agotado un modelo de crecimiento basado en mano de obra barata, dólar caro y permisividad monopólica. (Solo que la derecha y sus economistas no se han enterado). Lo que viene ahora es una apuesta por mano de obra calificada, emprendedora y bien pagada.

Apostamos a la capacidad creativa de la gente, especialmente de los sectores medios y humildes de provincia y de los barrios bajos, porque ellos son los que están construyendo las empresas innovadoras y respetuosas con las que vamos a dar un salto en el desarrollo. Apostamos a fortalecer a los consumidores porque, más allá de un deber de justicia, es la fuerza de los consumidores la que puede instalar estándares de calidad en los servicios y en los productos que el desarrollo requiere. La nueva economía del desarrollo es implacable en defender la libre competencia, porque solo mercados abiertos permiten el surgimiento de emprendimientos innovadores. Para los ‘crecedores’, todo esto es música.

[cita tipo=»destaque»]Por último, la invocación del crecimiento incondicional es un pedido de consideración del gran empresariado, que prefiere sentirse incomprendido y maltratado antes que asumir su responsabilidad en los frenos económicos, en las faltas de inversión, en los deslices monopólicos, en los abusos a los consumidores y en los costos de su captura del Estado. El pedido de confianza en las instituciones y en las empresas, la invitación a relajarse y dejarse acunar por el crecimiento, tiene la inconsistencia del causante que busca pasar por víctima.[/cita]

Las palabras hacen cosas; eso lo saben bien los políticos. Hablar de crecimiento como prioridad excluyente, es quitarle a la economía la densidad, el peso y la acción eficiente de la equidad. Es renovar la autorización para que las empresas se permitan comportamientos anticompetitivos y anticiudadanos, en el límite entre el abuso y la ley. El crecimiento al que apela Piñera y del que se hace eco Lagos; el crecimiento que relega la música al campo de lo despreciable, es un crecimiento conocido. Son las grandes inversiones en los cerdos de Freirina, es autorizar a Barrick Gold a destruir un par de glaciares en el norte, son los permisos para que mineras y eléctricas eliminen la vida marina y los humedales en sus entornos. El crecimiento a ojos cerrados es el que autoriza los desequilibrios biomarinos que hacen crecer la marea roja y liquidan la pesca por meses en el sur de Chile.

El crecimiento que se pide, es el que pone en sordina la fiscalización del Estado sobre los contratos abusivos de Bancos y retail; el que permite casos como el de La Polar o las comisiones ilegales de Cencosud. Es en honor del crecimiento sin apellidos que se desarman las regulaciones de los mercados, que se obstaculiza la defensa jurídica de las comunidades como Til Til, amenazadas por inversiones centradas en la baratura y la baja calidad y la externalización (la expulsión) de los inconvenientes sociales.

El crecimiento sin restricciones ni controles es el que protege el carácter ilimitado de las utilidades por comisiones de la Banca, de las Isapres, de las AFP, de las empresas concesionarias de autopistas y estacionamientos. Es el que propone una minería contaminante como la de los viejos tiempos de los relaves en las puertas de las ciudades.

En la tradición de la centroizquierda, el crecimiento se llama desarrollo. En los nuevos tiempos, se le ha llamado desarrollo sustentable. Es torpe pensar que debamos retroceder desde estas condiciones maduradas por décadas a una propuesta de crecimiento que no es siquiera capaz de hacerse cargo de las promesas del capitalismo. A diferencia del ‘crecimiento’, el desarrollo no se conforma con el PIB porque sabe que ese es un indicador incompleto y engañoso del crecimiento de la economía relevante para el país y las personas.

Una política de desarrollo necesita hacerse cargo, no de las fallas del mercado –como las llaman los economistas–, sino de las fallas del Estado que producen falta de competencia, empresas cómodas con sus rentas y monopolios innecesarios. Una política de desarrollo debe remover las protecciones a los monopolios y los permisos para los deslices abusivos. Una política de desarrollo aspira, no a enormes ganancias de los monopolios de servicios sanitarios sino a asegurar la cobertura de agua potable rural que este modelo ha excluido. Una política de desarrollo se ocupa de la calidad y de precios justos en los servicios básicos domiciliarios. El desarrollo implica atención en las condiciones de vida; en los tiempos de trayecto, caros e incómodos, en los desplazamientos diarios.

Ya pasó el tiempo en que el crecimiento a cualquier costo y de cualquier modo, permitía traspasar directamente a la población las inversiones hechas por los monopolios surgidos del Estado.

Cuando se apela al crecimiento con angustia y con urgencia, como petición de principios, se hacen dos cosas: se afirma que el país está en un caos y se entrega un cheque en blanco para retroceder a políticas desreguladas que no tienen curso en el mundo al que aspiramos a pertenecer. Se afirma, de manera oportunista, que las condiciones de la economía mundial no influyen en Chile y que nuestros males se deben a las debilidades de una política callejera.

La queja por las reformas tributaria y laboral es una en contra de una mayor contribución de las grandes fortunas en el esfuerzo de desarrollo del país y es una reivindicación de la capacidad para disponer de mano de obra barata y dócil, así como de certeza jurídica en la capacidad de actuar arbitrariamente.

Por último, la invocación del crecimiento incondicional es un pedido de consideración del gran empresariado, que prefiere sentirse incomprendido y maltratado antes que asumir su responsabilidad en los frenos económicos, en las faltas de inversión, en los deslices monopólicos, en los abusos a los consumidores y en los costos de su captura del Estado. El pedido de confianza en las instituciones y en las empresas, la invitación a relajarse y dejarse acunar por el crecimiento, tiene la inconsistencia del causante que busca pasar por víctima.

Amigos empresarios, lo primero es reparar sus faltas, luego es necesario enmendar el rumbo, y la confianza e incluso el entusiasmo y el amor llegarán solos hasta ustedes.

El desarrollo a la manera chilena combina crecimiento, formación de masa crítica emprendedora, espesor cultural, instituciones cercanas e innovadoras y más ciudadanía.  Los economistas no lo entienden, pero el desarrollo de movimientos sociales y de nuevos referentes políticos es una gran noticia económica para el país. De esas nuevas formas de convivencia que se exploran salen también las nuevas formas de vivir la economía y el emprendimiento.

Solo falta que se sumen las grandes empresas y que se sacudan de la tutela ideológica de los técnicos que formaron para protegerlos con los expedientes de la maximización y de la pillería.  Lo que está en marcha, y que los índices del Banco Central no captan, es una eclosión de energías creativas que buscan crecer desde la gente y no a pesar de la gente. Las empresas que surgen hoy, ponen en el centro el emprendimiento, la asociatividad, la competencia, el financiamiento de la innovación, el mercado interno (que juega un papel central en hacer más densa nuestra base empresarial; hacerla más cercana y generarla en las regiones) y la internalización del ambiente y de la sociedad.

Los nuevos emprendedores no son gente crispada y que defiende privilegios cómodos; es gente entusiasta, perseverante y políticamente inquieta. No nos confundamos, en ellos y no en reivindicaciones de egos ochenteros  reside el porvenir de nuestro país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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