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A propósito de la DC


 

A raíz de la decisión soberana de la Democracia Cristiana de llevar candidatura a primera vuelta, se ha desatado un conjunto de hechos políticos que han afectado la convivencia interna del partido. Ello también ha producido y producirá importantes efectos en la vida nacional que, por encontrarse aún en proceso no han sido analizados por los analistas políticos en prospectiva y con la debida profundidad.

Los analistas, tomándose de un incidente al que se le ha dado demasiada importancia en una junta nacional, conflictiva como muchas otras, han iniciado una competencia de conclusiones, en la      que con mucho entusiasmo han declarado a la Democracia Cristiana destruida, cometiendo suicidio político, definitivamente extraviada, dando palos de ciego o con el corazón roto, por existir diferencias internas y manifestarse aquellas con singular vehemencia y transparencia.

No cabe la menor duda que los episodios últimos no han sido particularmente felices, y es difícil no reprocharle a su dirección superior, mesa directiva, consejo nacional y junta nacional, una falta de claridad y comprensión del fenómeno que significa una candidatura que pretende mostrar una línea distinta después de 25 años de alianzas políticas más o menos sólidas, basadas esencialmente en la recuperación democrática, luego de la persecución brutal y la hostilidad política que sufrieron, tanto la izquierda como la democracia cristiana, durante la dictadura.

Los últimos episodios, constatan  que los órganos directivos del PDC pretendieron inútilmente establecer una separación entre el partido y la candidatura presidencial, lo que escapa de una línea de buen criterio,  además de la historia de las relaciones entre el partido y los comandos electorales, en los tres casos que han existido en la vida de la DC.

Si nos remontamos a los años 60, cuando el partido ya manifestaba tendencias internas claras, por lo demás muy comprensibles e incluso necesarias para su potencialidad, el comando de Eduardo Frei Montalva sagazmente integró al partido en una tarea de contornos épicos, que liderada por ese gran estadista, también resultó favorecida por circunstancias históricas, y que permitieron que un partido nuevo, que no tenía 10 años de vida, llegar al poder.

El proceso de designación de Aylwin fue muy tormentoso, y sin ánimo de recordar aquí todo, solo nos cabe como protagonistas, rememorar que el 19 de Octubre de 1988, hubo que rescatar de las puertas de los buses a destacadísimos militantes que se retiraban de una junta en Talagante, porque consideraban que tenían derecho a disputarle a Aylwin el liderazgo. Nótese que lo anterior ocurrió a 15 días del triunfo del NO, y habiendo jugado Aylwin un rol determinante en uno de los momentos más difíciles de la historia de Chile. Las juntas eran reuniones políticas profundas con cientos de oradores y muchas deliberaciones.

Resuelto el problema, dejando inevitablemente heridos, el Partido se integró totalmente de capitán a paje tras la campaña, esta vez, de un hombre que buscaba también una reivindicación histórica personal, y que la logró.

[cita tipo=»destaque»]Los últimos episodios, constatan  que los órganos directivos del PDC pretendieron inútilmente establecer una separación entre el partido y la candidatura presidencial, lo que escapa de una línea de buen criterio,  además de la historia de las relaciones entre el partido y los comandos electorales, en los tres casos que han existido en la vida de la DC.[/cita]

Más tarde, con la “Concertación” a todo vapor, debimos sortear las dudas, más en privado que en público, que en el Partido existían sobre la candidatura de Eduardo Frei Ruiz- Tagle. Resueltas aquellas, el partido logró por primera y única vez lograr continuidad en el ejercicio de la presidencia de la República y aunque quedaron algunas heridas, ellas se sobrellevaron bien.

Hoy día, el partido ha intentado cambiar el eje de la historia. Una senadora joven, la primera mujer DC que estará en una papeleta presidencial, busca redefinir el mapa político de Chile. Este último aspecto, muy significativo, debe ser tomado en cuenta por los riesgos que implica y las heridas que dejará. Estamos en un momento de cambio histórico y aún la ciudadanía no lo ha asimilado en la profundidad que tiene, lo que no es nada de extraño, porque así ocurre con estos procesos. A modo de ejemplo, valdría recordar ahora la renovación socialista iniciada fuera de Chile en 1979, cuyos efectos tardaron en madurar más de 10 años.

Estos procesos que ha vivido la Democracia Cristiana, son muy particulares, pero también se han dado en la derecha y en la izquierda. La derecha se rehízo después del año 1965 y la izquierda se renovó como acabamos de referir.

Puede que algunos piensen que la joven senadora no tiene los talentos de quienes han sido ya presidentes de la República en otras épocas y con otras historias y eso es comprensible. Pero la voluntad de hierro que ha demostrado Carolina Goic en su vida personal, y la forma de cómo ha ido construyendo su candidatura y como ha ido sorteando las dificultades, demuestran que hay que estar atentos a este proceso. Por su parte,  la Democracia Cristiana debe prepararse para terminar o al menos atenuar el juego fraccional, porque es altamente probable que el proceso iniciado por ella termine bien, y aquellos que no contribuyan al éxito del mismo, lo lamentarán profundamente.

Hoy día la tarea esencial es la candidatura presidencial. Y no lo es por descarte ni por disminuir valor a los candidatos a parlamentarios o cores, sino porque esa candidatura es la punta de lanza de un cambio fundamental en la política chilena, tan imprescindible como urgente, y que tiene que ver no solo con la ética privada y la pública, sino muy particularmente con el deber del Partido Demócrata Cristiano por su primera definición estatutaria: ser la piedra angular de gobernabilidad de nuestro país, de la mano de lo que decidan las grandes mayorías nacionales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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