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Todos los caminos llegan al TC

Paula Ahumada
Por : Paula Ahumada Abogada, Universidad de Chile; Master en Derecho, Duke University
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Sale de una polémica para entrar a otra porque es una constante que sea el escenario desde el cual se decide el destino de las reformas políticas.


En su libro Conversaciones con Allende (1971), Regis Debray advierte a quienes buscan conocer la revolución chilena que acá las disputas solo podrían motivar el interés de especialistas en derecho constitucional: “La palabra clave en todas las polémicas…no es revolución, ni justicia, ni tampoco liberación o proletariado. El término tabú, el obsesivo leitmotif es el de legalidad”.

Más de cuarenta y tantos años han pasado y en Chile el obsesivo leitmotif es el de constitucionalidad. No importa que sea una constitución impuesta por la dictadura, ni tampoco una que la mayoría quiera cambiar. Porque cada vez que se intentan reformas políticas el destino es el mismo: el TC. Y cada vez que hay que alegar ante los ministros del tribunal, no importa si crees que la constitución es ilegítima, que no nos representa, o que no es una constitución: te volverás una defensora de sus palabras, de su gramática y hasta de lo que dijeron o no los miembros de una comisión constitucional fantasma. Dirás que tu interpretación es la correcta y que los jueces deben decidir conforme a derecho.

Y lo tendrás que hacer porque no hay otro camino para realizar los cambios políticos que los órganos representativos decidieron. Ya se ha vuelto costumbre asistir a un espectáculo constitucional donde el teatro es el tribunal, y jueces y abogados pasan a ser los protagonistas de la trama que se desenvuelve entre alegatos, protestas y declaraciones.

En el caso de la revisión de la ley sobre despenalización del aborto, el tribunal puso la cuota de suspenso cuando postergó la entrega del veredicto de un viernes a un lunes. Durante el fin de semana, la prensa y los especialistas se volcaron a intentar predecir la decisión; y mientras los críticos recordaban su carácter de tercera cámara o advertían que las audiencias públicas eran un “ridículo constitucional”, otros emplazaban a este órgano para “decidir conforme a derecho”. El final es conocido: el TC rechazó el requerimiento contra el proyecto de despenalización del aborto por 6-4, y el resultado no tuvo el dramatismo anticipado solo por el voto de la ministra Brahm.

El poder que tiene el actual TC es casi proporcional a su protagonismo en la política chilena. Si el 2015 fue la ley de inclusión y la gratuidad en educación, el 2016 la reforma laboral, la semana pasada se trató de la constitucionalidad del proyecto de ley que despenaliza el aborto en tres causales. Este protagonismo tiene costos: para la democracia y para el propio tribunal. Sale de una polémica para entrar a otra porque es una constante que sea el escenario desde el cual se decide el destino de las reformas políticas.

Por eso no es extraño que sus funciones y su propia existencia sean puestas en duda. Tampoco puede ayudar a mantener su legitimidad el que algunos de sus integrantes sean cuestionados por falta de idoneidad para ejercer el cargo, por sus vínculos políticos, o por acusaciones de plagio. O que entre sus presidentes sea posible citar a un ex jefe de la oscura DINACOS o que quien asume hoy el cargo sea noticia como “el señor de los corvos”. Los días del TC así como lo conocemos hoy, están contados.

* Publicado en RedSeca.cl

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