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El valor de la amistad en la adolescencia

Por: Germán Gómez


Señor Director:

Hace unos días, Child Development publicó un estudio longitudinal que sugiere que los tipos de relaciones entre compañeros que hacen los jóvenes durante su enseñanza media, son luego fundamentales para la salud mental en la edad adulta. La exploración realizada por investigadores de la Universidad de Virginia examinó a 169 adolescentes por algo más de 10 años, desde los 15 hasta los 25 años.

Uno de los aspectos interesantes del estudio y que hace poco especificó en una entrevista Rachel K. Narr, una de las líderes del equipo de investigadores, es que encontraron “que la calidad de las amistades durante la adolescencia puede predecir directamente aspectos de la salud mental y emocional a largo plazo», en cuanto a que las experiencias positivas con amigos ayudarían a reforzar sentimientos positivos acerca de sí mismos, durante una etapa de la vida en que la identidad personal se está desarrollando.

Para comprender mejor el alcance funcional de la investigación que comentamos, conviene subrayar que ella distingue atributos prácticos de la condición humana cuyo fundamento se pueden notar, con mejor claridad, desde la perspectiva de la antropología filosófica. Empezaré por considerar que en las relaciones de genuina amistad, siempre es posible experimentar agrado, alegría, cariño, aprecio, o en contraste, en circunstancias adversas, desagrado, tristeza, preocupación, o dolor. Hecha esta observación, no me parece equivocado afirmar que todas estas vivencias impulsadas por emociones que han sido movilizadas a partir de acontecimientos que experimentamos junto a nuestras amistades, los seres humanos la ingresamos al ámbito subjetivo más significativo. Ahora bien, ¿cuál es la razón por la que la amistad mueve, tan resuelta y vivamente, las emociones? Simple: porque nuestros amigos y amigas verdaderos nos importan mucho. Es necesario recalcar en este sentido, que la estructura de la subjetividad humana tiene, aunque mediado por el entendimiento, un componente sensible, y por ello, resulta del todo natural que lo que les acontezca a muestras amistades incida en nuestro ánimo.

Habría que decir también, que desde que decidimos compartir un horizonte vital, ampliamos, simultáneamente, los límites de nuestras alegrías, agrados, tristezas y dolores. De esta manera, lo que le pasa a nuestros amigos no es algo que hacemos propio como si tratásemos de allegar algo que está cerca, sino que, dado que nos importan, lo que a ellos les acontece lo vivimos como algo personal, propio de nuestra intimidad. En este sentido, parece justo reconocer que la amistad verdadera conlleva una ampliación de los referentes humanos de nuestros valores. A lo mejor algo de esta perspectiva antropológica tuvo en mente C.S. Lewis al exponer que “la verdadera Amistad sea el menos celoso de los amores. Dos amigos se sienten felices cuando se les une un tercero, y tres cuando se les une un cuarto, siempre que el recién llegado esté calificado como un verdadero amigo. Pueden entonces decir, como las almas benditas dicen en el Dante, Aquí llega uno que aumentará nuestros amores” (Los cuatro amores).

Germán Gómez Veas
Académico y consultor en materias de liderazgo y gestión escolar

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