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La gran ensalada social

Por: Sergio Rozas


Señor Director:

Carpas básicas, frazadas, cartones o cualquier material que sirva para cubrir. Las nuevas construcciones que proliferan en las calles de Santiago le dan una especial característica. No son personas que viven en la miseria, simplemente está en “situación de calle”, así como otros están en situación de departamento, casa o mansión. Al parecer todo da lo mismo. Cuando mucho una mirada y seguir caminando. Es la magia de poner los nombres adecuados a las cosas, así es más factible disociar los hechos de las apreciaciones. La mente encuentra sosiego y la conciencia tranquilidad. Estamos en el mundo de las oportunidades.

Los problemas reales van por otro carril. La disputa por el poder. Evangélicos y Católicos olvidan que el reino de Dios no es este mundo y tratan de posicionarse en o junto al poder terrenal. Los laicos olvidan que su gobierno sí es de este mundo y buscan congraciarse con el poder celestial. Por otra parte los políticos en su sub mundo dorado dan la dura e insostenible lucha por validarse. Nadie les cree, nadie los necesita, sin embargo ahí están. Firmes como un peral.

A la sombra de la artificialidad de disputas y componendas, un nuevo Dios se va enraizando en la vida de la sociedad. El Libre Mercado, verdadero Señor de los pueblos. A su Iglesia concurren cada día más y más consumidores a lomo del débito y especialmente del crédito, cabalgan sobre las más innecesarias necesidades. Todo tiene precio, todo se compra o se vende, nada escapa al dominio del nuevo Hacedor. Salud, Educación, Previsión, lo imaginable y lo inimaginable está codificado con su precio.

Cómo se valida todo, muy simple: el marco moral se pinta deliberadamente difuso, ya no sabemos bien que está bien o que está mal. Sólo preocupa si sirve o no sirve, si se puede o no comprar. Para eso tenemos nuestro mágico número asignado. Alegres con nuestro RUT vamos por la vida. No sé por qué esto me recuerda el mito bíblico de que todos tendremos un número en la frente sin el cual no seremos reconocidos como seres. ¿Religión o antropología social? Me quedé corto, leo que la empresa Newfusion de Bélgica, implanta un microchip bajo la piel de sus empleados, con eso pueden abrir puertas y acceder al ordenador. Ahí está el futuro, todos chipieados… El RUT, un numerito arcaico.

El arte circula por los dos mismos carriles de siempre. Por un lado el artista que se financia y se promueve. Por otro el artista que cultiva su arte en riguroso anonimato. Los poetas tienen su propio círculo vicioso. Para ser reconocidos como poetas deben editar un libro. Editar el libro tiene costo. Vender el libro editado es una quimera. Mejor no editar y escribir sin ser poeta. Los artistas plásticos están obligados a financiarse para ser artistas. En resumen, se recibe como arte lo que proviene de una elite autosuficiente. Afortunado el que toca un instrumento y puede comprarlo y lleva su música a la calle, es una artista.

Ahora que todos somos emprendedores, loables son los innumerables emprendimientos callejeros, los restaurantes ambulantes ofreciendo una variada gastronomía y perfumando el aire con las más variadas aromas. En algunos sectores, las calles son verdaderos “food gardens”, por usar un término ya tan criollo. ¿La higiene? A quien le importa. También los centros comerciales se extienden en las calles ofreciendo una democratizada opción de compra. Más barato y de calidad. El variado paisaje de los diversos rasgos rompe la monotonía de los habituales serios rostros chilensis. Mamita, papito, chévere, ya son parte del paisaje. Varían los colores y las formas, la piel ya no es tema, el sonsonete de la voz tampoco. A todo nos acostumbramos. Claro, “el hombre es un animal de costumbres”.

Bienvenidos todos a la gran ensalada social, “el pobre en su pobreza y el rico en su riqueza”, tiremos nuestras cartas o los dados o lo que sea, juguemos al Loto, soñemos, seamos, vamos. A quien le importa. Con los ojos puestos en los sueños y los pies necesariamente en la tierra. Busquemos la felicidad del hombre realizado.

Sergio Rozas

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