Señor Director:
La Sra. Bachelet fue objeto de una situación incómoda aparentemente gratuita con motivo del así llamado tedeum evangélico. El hecho, trae al tapete un tema más profundo y complejo de analizar como lo es la pertinencia o no de la comparecencia de la primera autoridad de la nación a determinados eventos que han devenido en verdaderos rituales.
¿Qué hace la primera autoridad de la nación en un evento religioso que interpreta a un porcentaje estimado en un 6 a 7% de la población? Un evento además con claras reminiscencias fascistas como el uso de uniformes por parte de fieles que cumplen las funciones de “anfitriones” Y ello sin considerar otros factores como la muy relativa – por no decir cuestionable – representatividad de autoridades religiosas que se autoconfieren la jerarquía de “pastores”, “obispos”, etc. En la cultura evangélica un “obispo” puede representar a no más de 4 o cinco personas. Y aun cuando no fuera así. El hecho de fondo es que se trata de actividades que no representan la esencia de la nación, que son aquéllas (y no deberían ser muchas) en donde se esperaría la concurrencia de un presidente. Incluso la asistencia al tedeum tradicional ecuménico, pero predominantemente católico, debería ser revisada porque, entre otras cosas, da lugar a otras confesiones y credos a exigir las mismas prerrogativas.
La asistencia a eventos de las características comentadas no se diferenciaría entonces de eventos político partidistas por ejemplo, a los cuales los presidentes no asisten. ¿Entonces por qué a los tedeum?
¿Y qué decir de la ya clásica y obligada asistencia del presidente a los encuentros empresariales en Casa Piedra y otros sitios, como ENADE? ¿No es suficiente que asistan allí las autoridades económicas, a quienes competen directamente los temas allí tratados?
¿O es que la primera autoridad va a todos los eventos en donde haya votos de por medio? Porque si es así, entonces no se queje.
Luis Alberto Machuca M
