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¿Tiene identidad sexual y propiedad la democracia y el matrimonio?

Jaime Vieyra-Poseck
Por : Jaime Vieyra-Poseck Antropólogo social y periodista científico
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Lo que debatimos aquí es el matrimonio civil, no el religioso, pero dentro de un Estado aconfesional, no laico, como se declara el Estado chileno. Un Estado laico, como el francés, excluye la religión de todo el ámbito público. El Estado chileno es aconfesional porque es religiosamente neutral, pero facilita que en el plano público estén representadas todas las religiones. La separación entre Estado e Iglesia se produjo en 1925. Pero el Estado chileno no ha escapado nunca del enorme poder de facto de las iglesias: el gigantesco y agresivo lobby contra la agenda valórica bacheletista lo verifica. Este artículo no puede sustraerse, aunque quisiera, de esa institucionalidad, ya que el debate valórico está secuestrado en Chile por el dogma religioso y, como todo dogma, está instalado en el absolutismo.

Una institución que registra la piedra angular del dogmatismo religioso (heterosexual) es el matrimonio. Diseñado dual ─entre hombre y mujer─ lo dota con la ideología de la exclusión registrando niveles de intolerancia insoportables. Este dogmatismo fractura la democracia que, si es verdadera, es siempre inclusiva, entorpeciendo la convivencia entre homo y heterosexuales.

El sectarismo heterosexual del matrimonio es razonable por el dogma religioso en su base moral que, abrumadoramente homofóbico (y misógino), es un atentado al derecho civil ─una construcción racional y no abstraccionista e ilógica como la teología─ e instala, irremediablemente por ser un dogma, un despotismo brutal contra todo derecho civil que se salga de su dogma; derechos civiles que un Estado democrático aconfesional como el chileno debe garantizar. Este despotismo brutal se ha opuesto al divorcio, a la “pastilla del día después”, al condón, al aborto terapéutico y, ahora, al matrimonio igualitario.

Sin embargo, si analizamos antropológicamente la democracia y el matrimonio, verificamos que son dos creaciones históricas, o sea, construcciones socioculturales. La democracia fue creada en la Antigua Grecia bajo un sistema donde la homosexualidad estaba institucionalizada y tenía, en general, prestigio social. Este empirismo histórico confirma que la democracia es, en gran medida, una creación de los homosexuales (hombres). El matrimonio también es una institución histórica que, además, no se da en todas las culturas. En la nuestra parte en el siglo III d.C. ya como una norma social, no sobrenatural. Entonces, si ni la democracia ni el matrimonio son innatas a la condición humana sino construcciones socioculturales, ni una ni la otra son irreversibles ni inmutables: pueden evolucionar y cambiar según las características de su tiempo y de su espacio.

[cita tipo=»destaque»]Marginar del matrimonio a homosexuales por no ser heterosexuales, ha sido tan aberrante y absurdo como si de la democracia, creada bajo un sistema normativo esencialmente homosexual, se marginara a los heterosexuales. Las instituciones y los sistemas creados por el ser humano pertenecen a la humanidad.[/cita]

Bajo la democracia, sin duda, es posible democratizar la ortodoxia religiosa heteronormativa del matrimonio, rescatándolo de su cárcel patriarcal y de su componente dual: entre un hombre y una mujer, incluyendo el matrimonio igualitario.

Marginar del matrimonio a homosexuales por no ser heterosexuales, ha sido tan aberrante y absurdo como si de la democracia, creada bajo un sistema normativo esencialmente homosexual, se marginara a los heterosexuales. Las instituciones y los sistemas creados por el ser humano pertenecen a la humanidad. Y, además, el matrimonio igualitario ha sido consagrado por otra magnífica creación del sistema democrático: los Derechos Humanos, bajo cuya jurisprudencia el matrimonio igualitario es indisoluble e inalienable.

El matrimonio entre homosexuales es, por decirlo así, otra belleza que ha alcanzado el sistema democrático aconfesional o laico, impensable en uno totalitario-religioso que, históricamente, siempre ha sido antiestético, represivo, sexista y pacato.

Así, después de la era greco-romana, han tenido que pasar más de dos mil años para que la violencia homofóbica (y misógina), distribuida bajo los dogmas religiosos, se neutralice por la evolución democrática de los últimos 20 años, y se logre legalizar el matrimonio igualitario. Fueron 15 siglos de totalitarismo oscurantista (perdón por el pleonasmo) del medioevo católico. Y pasaron otros 5 siglos desde el Renacimiento cruzando la Ilustración, la Modernidad y Postmodernidad, para minimizar la homofobia (y la misoginia).

La evolución del sistema democrático ha logrado cambiar la construcción religiosa y patriarcal heteronormativa del matrimonio; como con otros injusticias: la esclavitud; la prohibición del sufragio de la mujer ─iniciando la mayor revolución del siglo XX aún en curso─; la despenalización del aborto y, ahora, la legalización del matrimonio igualitario; ya un derecho civil en los 25 países más desarrollados del mundo, todos seculares. Esto confirma que, si bien en el sistema democrático mandan las mayorías, este sistema no margina a las minorías de sus derechos civiles, en este caso de las mujeres y hombres homosexuales.

Es otra belleza de la democracia con un Estado laico o aconfesional. Chile no será la excepción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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