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Suicidio de vendedora en el Costanera Center: los costos de la técnica planetaria

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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Hace unos días me apersoné en el Costanera Center para conocerlo.

No deja de ser irónico, pensé, que se premie el esfuerzo de la sociedad que lo hizo posible conteniendo en la Gran Torre Santiago, el rascacielos más grande de Latinoamérica, no al comercio, sino a la burocracia que le opera.

Pero no sería todo. Después de almorzar en el patio de comidas del quinto nivel, tamaña sorpresa me llevé al contemplar aislado Falabella. Vi bomberos y personal del SAMU procediendo con urgencia. La gente ya se estaba aglomerando y, reflexioné, si no iba a ayudar, mejor era espabilar y salir de ahí para hacer expedita la salida de los auxiliadores y, si cabía, de las víctimas también.

Horas más tarde, leyendo la prensa, me encuentro con que se trataba de un deceso: una vendedora de la multitienda se había suicidado ingiriendo cianuro mientras tenía lugar su jornada; había riesgo de intoxicación, entre otras cosas, por los gases resultantes de la ingesta.

Simbólico gesto el de la suicida, una muchacha de veintisiete años. A diferencia de otros autoinmolados, que han terminado con su vida criticando al sistema ajeno a su operación inmediata, la vendedora de retail atentó contra la suya desde dentro.

[cita tipo=»destaque»]Por supuesto, en unos días, ocupados todos con nuestros asuntos, habremos olvidado este fatal himeneo de la muchacha con el cianuro, o de la vendedora con los procesos comerciales a los que daba vida a expensas de la suya. No hay tiempo para duelos muy profundos.[/cita]

Podemos hablar, a lo mejor, de otro efecto indeseable del Neoliberalismo. La carta de suicidio que dejó en su casillero junto al frasco con el químico podría echar luces sobre este asunto. Pero, si es así, también podemos considerarlo una deriva de la técnica planetaria, problema que trató el más importante filósofo del siglo XX, Martín Heidegger, en su etapa más tardía. Él, en “La pregunta por la Técnica”, nos dice que nunca experimentaremos nuestra relación para con la esencia de la Técnica mientras nos limitemos a representar únicamente lo técnico y a impulsarlo, mientras nos resignemos con lo técnico o lo esquivemos. Por lo mismo nos será difícil determinar si el camino que hemos seguido es el apropiado.

El problema de Heidegger apunta hacia una subversión de la técnica, lo que debemos entender como el ejercicio más inconsciente de la misma por parte de nosotros. Dicho de otra forma, hacemos las cosas por hacerlas, sabiendo menos que nunca el porqué y el para qué. No es que se carezca de objetivo, sino solo que este no remite a la esencia de la cuestión, es superficial. Nos abocamos, en el fondo, a una pérdida de control sobre el sentido profundo de cualquier empresa hoy con severas costas sobre la existencia. Ello nos impide la plenitud del ser nosotros mismos. Porque ¿vivimos la vida como una poesía? ¿Nuestra existencia técnica implica un sentido de juego? ¿A mayor sofisticación, mayor plenitud necesariamente? Si uno googlea la entrada “hombre engranaje”, salen muchos íconos del hombre corriendo cual hámster, esclavizado, dentro de un engranaje.

Valen también acá las palabras del no menos renombrado Michel Foucault. Este filósofo francés, en sus lecciones de biopolítica, tratando de establecer una genealogía del Neoliberalismo, reconoce en el utilitarismo que se impone en la práctica gubernamental hacia el final del siglo XVII, no una filosofía, sino una estrategia de definición de una filosofía, que, añadiría, trágicamente nunca se concreta. Se pone una meta y se brega por ella, se sofistica, mas el paraíso nunca se alcanza.

¿Se entiende de qué van estas cosas? De un lado la diestra de la multitienda Falabella, según podemos leer igualmente, prestará su apoyo a la familia de la suicida; de otro, inevitablemente, forzada por los procesos técnicos que la atraviesan, con la siniestra prepara muy probablemente otra muñeca a cuerda para consumar el reemplazo integral, pues de otro modo, sin el puesto operado por el recurso humano, el sistema experimenta mermas. Forjamos un sistema para nuestra bienandanza, pero a veces ese sistema afila las garras, ruge y echa humo como un leviatán, rebelándose, invirtiendo el sentido de la relación de dominio.

Por supuesto, en unos días, ocupados todos con nuestros asuntos, habremos olvidado este fatal himeneo de la muchacha con el cianuro, o de la vendedora con los procesos comerciales a los que daba vida a expensas de la suya. No hay tiempo para duelos muy profundos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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