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El riesgo de naturalizar al Divino Anticristo

Por: Daniel Loyola


Señor Director:

Hace un par de días falleció en la soledad y frío del pavimento capitalino José Pizarro Caravantes, más conocido como el “Divino Anticristo”. Su deceso ha conmovido a gran parte de la ciudadanía y con justa razón.

El Divino Anticristo no era un indigente cualquiera (porque era un indigente, o alguien en “situación de calle” como dicen los que les duele más la crudeza del lenguaje que la realidad misma). Era un indigente que padecía esquizofrenia paranoide crónica pero que – paradójicamente- con mucha lucidez iluminaba a quienes se detenían a conversar con él o bien solo se detenían un segundo a mirar dentro de su famoso carrito. Tal condición lo elevó a la categoría de “personaje”.

Las calles por donde deambulaba potenciaron su figura. Era normal verlo paseando por el barrio Lastarria o por el metro Universidad Católica. Lugares llenos de universitarios e intelectuales.

José Pizarro estuvo internado – a petición suya- dos meses en la clínica psiquiátrica Normita Fournet. Luego fue “liberado”. Si “liberado”, o al menos así lo afirmarían aquellos que se movilizaron bajo el lema “Liberen al Anticristo”, una agrupación de ciudadanos cercanos al barrio Lastarria que buscaron la salida de Jose de la clínica psiquiátrica. Una vez “recuperada su libertad” José habría dicho que “se les estaban inventando enfermedades”.

Seguramente para José Pizarro efectivamente su libertad fue recuperada. Probablemente para el grupo de ciudadanos de Lastarria no se trataba de libertad ni de cadenas opresoras, sino simplemente de devolver al barrio un “ícono”. Quizás Lastarria era más top e icónica si de repente entre sus callejuelas aparecía un personaje con falda y pañuelo en la cabeza repartiendo poemas o hablando en un estilo que podría recordar a Nietzsche. Tras su muerte, incluso algunos han dicho que esas calles han “perdido su encanto”.

Sin duda alguna, el Divino Anticristo fue una gran persona, y por cierto un gran personaje. Pero dicha situación, creo, no puede hacernos naturalizar su condición. En la más cruda realidad, José Caravantes fue un indigente esquizofrénico que murió en las peores condiciones que puede morir un ser humano, botado en una acera en completa soledad en una fría madrugada.

La “naturalización” de su condición puede llevarnos al error de iconizarlo. Algunos hablan de incluso construir estatuas. Yo creo que eso es un error. Hay muchos “Divinos Anticristos”. La mayoría de ellos se pasean por barrios que no son concurridos por ningún tipo de intelectualidad capitalina y tan solo reparten calendarios o juguetes o páginas con mujeres desnudas. Cuando ellos se mueran lo harán en el más completo anonimato.

Si bien estoy de acuerdo en todo reconocimiento y empatía por el Divino Anticristo, trataría de no perder el foco de que el tema principal debe ser el combate a la insanidad mental desde una perspectiva de salud pública. Si no, creo, corremos el riesgo de que estos “loquitos” vuelvan a naturalizarse tal como ocurrió con el “borrachito”, que pasó de ser un enfermo a un personaje típico nacional. Creo que estamos perdiendo por goleada la guerra contra el alcoholismo, ojalá no pase lo mismo con la esquizofrenia y otras enfermedades.

 

Daniel Loyola

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