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Boicot, desinversión y sanciones contra el Estado de Israel (BDS)

Por: Amedeo Rossi


Señor Director:

A propósito de la columna de opinión firmada por Gabriel Colodro y Hernán López, titulada “BDS en Chile: antisemitismo restringiendo la libertad académica”, conviene analizar y responder algunas de las ideas expresadas allí.

1. (…) “Entidades ligadas al conglomerado pro-yihadista en Chile, como ‘BDS Uchile’”.
El movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones contra el Estado de Israel (BDS), es una forma de lucha no-violenta que repudia el racismo y cualquier forma de discriminación. Retoma la expresión del boicot que contribuyó a la caída del apartheid en Sudáfrica (régimen que Israel apoyó desde la década del 50, así como también, a muchas dictaduras latinoamericanas, incluyendo la chilena). Por esta razón el BDS es -exactamente lo contrario- a cualquier forma de yihadismo.

2. “La primera carta en juego, es instaurar la idea de que Israel sustenta un régimen de ‘apartheid’, ya que los palestinos no gozan de los derechos que posee un ciudadano israelí”.
Es cierto. Existen diferencias entre el apartheid sudafricano y el israelí. Por ejemplo, los ciudadanos palestinos con ciudadanía israelí pueden votar y elegir sus representantes en la Knesset. Un hecho positivo en el papel, que se vio ensombrecido en las últimas elecciones cuando Netanyahu invitó a todos los israelíes judíos a votar, porque los palestinos con ciudadanía israelí lo estaban haciendo de forma masiva, lo que representaba una amenaza para el Estado. ¿Qué democracia del mundo acepta algo así? Al parecer, sólo la del Estado de Israel.

El racismo está fuertemente arraigado en la ideología sionista y en la historia del Estado de Israel. El proyecto de construir un Estado sólo para los judíos, excluye los derechos y hasta la existencia de otro pueblo, como bien lo explica el lema sionista “Un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo”.

Entre 1947-48 más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras y viviendas, a pesar de que la mayoría de dicha población habitaba en el territorio del futuro Estado de Israel. Dichas expulsiones empezaron incluso antes que explotara la guerra con los países árabes, momento fundacional del nuevo Estado. Esta fue una manera de garantizar una mayoría judía en un territorio donde se era minoría, y que además, estaba concentrada cerca de la costa.

Los palestinos que se quedaron, vivieron en estado de sitio hasta 1966, les fueron expropiadas tierras, sufrieron represión y algunas masacres. La más famosa, la de Kafr Kashem (1956), cuando el ejército anticipó el toque de queda, sin advertirlo a los habitantes del lugar. Cuando volvieron de sus trabajos, los soldados fusilaron a 43 campesinos. De 1948 a 1967 continuaron las expulsiones de palestinos que se habían quedado en el territorio del Estado de Israel, a pesar de que su gobierno, se había comprometido a permitir que volvieran los refugiados de 1947-48.

En la actualidad, existen cerca de 50 leyes que discriminan a los palestinos referidas al acceso a la vivienda, al trabajo, a la educación, entre otras. En general, a los palestinos se les niegan lo mismos derechos que a la población judía. Periodistas judíos israelíes han denunciado que en los últimos meses, Israel ha destruido los asentamiento de los beduinos en el Negev, a pesar de que se tratan de ciudadanos israelíes. Con eso se intenta su expulsión para deportarlos a “pueblos” construidos con las condiciones mínimas, lo que hace imposible que puedan seguir con su forma tradicional de vida.

Desde la ocupación militar de los Altos de Golan (donde el ejército israelí expulsó al 80% de la población nativa en los primeros días de la ocupación), de Jerusalem Este, Cisjordania y Gaza, los habitantes palestinos se encuentran sujetos al poder militar y a los tribunales militares, mientras que los colonos judíos, que desde el fin de la guerra se instalaron ilegalmente (en base a las leyes internacionales) en los territorios ocupados, están sujetos a las leyes civiles israelíes.
Recientemente el parlamento israelí aprobó una ley que legaliza a las colonias ilegales, obligando al propietario palestino a aceptar una indemnización por el robo de sus tierras.

En los territorios palestinos ocupados, Israel construye colonias donde pueden vivir solo judíos, quitando la tierra a las comunidades palestinas por razones de “seguridad” para que se instalen sus ciudadanos (algo absolutamente prohibido por la Convención de Ginebra). La diferencia de trato entre palestinos y judíos es evidente en el caso de crímenes de alta connotación social (asesinato). Por ejemplo, las casas de los palestinos que cometen un crimen de esta envergadura son destruidas, mientras que eso no ocurre si el asesino es un judío. Es suficiente fijarse en los números de muertos israelíes judíos y de palestinos cada año, y especialmente, en las dos Intifadas, para darse cuenta de la diferencia de trato y de cuánto la ocupación israelí siembra el terror.

Políticos y periodistas sudafricanos que visitaron los territorios palestinos ocupados durante la Segunda Intifada, dijeron que nunca el apartheid sudafricano había enviado el ejército, los tanques y aviones de guerra contra la población civil como estaba haciendo Israel.

Es suficiente con mirar un mapa de Cisjordania para darse cuenta que Israel ha constituido un sistema de islas palestinas, rodeadas y aisladas uno del otro por colonias y asentamientos militares, al estilo de los bantustan de Sudáfrica.
Los palestinos que viven desde siglos en Jerusalem Este (los de Jerusalem Oeste fueron expulsados por las tropas israelíes de sus casas en 1947-48, gracias también a la masacre de Deir Yassin) tienen el estatus no de ciudadanos (aunque la anexión de Jerusalem Este no está reconocida ni siquiera por Estados Unidos) sino de “residentes permanentes” bajo riesgo de expulsión. El gobierno israelí está estudiando una medida para excluir de los límites de la municipalidad a barrios palestinos e incluir a las colonias judías en Cisjordania, que de momento quedan fuera. Hasta el gobierno de Trump ha intervenido para bloquear una ley que anexaría estas colonias al territorio de Israel.

Los mismos héroes de la lucha contra el apartheid de Sudáfrica, Nelson Mandela y Desmond Tutu, han denunciado el apartheid israelí. Mandela dijo que la libertad de Sudáfrica no sería completa hasta cuándo no lo fueran también los palestinos.
En cuanto a la Autoridad Nacional Palestina de Ramallah, es un poder en buena medida virtual. El ejército israelí entra y sale de la zona A (en base a los acuerdos de Oslo, bajo total control palestino), detiene y mata a la población palestina cómo y cuándo quiere. Ni hablar de la zona B (bajo control de la seguridad por parte de Israel), y de la C, donde a los palestinos se les niega hasta el derecho de construir una vivienda.

3. Israel permite a miles de ciudadanos palestinos (no israelíes), mediante la obtención de permisos de trabajo, cruzar la frontera a diario para trabajar en un país diferente al suyo.
Es verdad, hay palestinos trabajando hasta en la construcción de las colonias y del muro de separación. Con una economía palestina sin ninguna posibilidad -no de desarrollo- sino, simplemente de subsistencia, debido a la ocupación militar israelí y al robo de sus tierras, no les queda otra. Israel no le hace ningún favor, ya que se trata de mano de obra barata, sin los sueldos, ni derechos de lo trabajadores israelíes.

4. Dentro de los DD.HH., el derecho educativo comprende literalmente que se debe “favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y entre todos los grupos raciales, étnicos o religiosos”.
A modo de ejemplo, contra Sudáfrica se puso en marcha un boicot cultural, académico y hasta deportivo. El equipo de rugby sudafricano, uno de los mejores del mundo en ese momento, fue excluido de las competiciones internacionales.
En cuanto al boicot académico, este se explica por la colaboración y complicidad de las universidades israelíes con las políticas de ocupación de su país. Además, Israel niega a los ciudadanos palestinos las mismas oportunidades de estudio de los judíos. Por ejemplo, en las municipalidades palestinas (el 20% de la población de Israel) hay solo 25 jardines infantiles, mientras que para la población judía, existen 16.000. No es complejo entender lo que eso significa para las posibilidades de trabajo y de estudio, sobre todo para las mujeres.

En los territorios ocupados, escuelas y universidades han quedado cerradas por mucho tiempo en varias ocasiones. En algunas zonas los estudiantes palestinos son agredidos por los colonos, y en las guerras contra Gaza, Israel ha sistemáticamente destruido a las escuelas y universidades, atacando hasta las estructuras de la ONU, bajo pretexto, desmentido por organismos internacionales, que servían para fines militares.

5. No es casualidad que se haya legislado en contra de este movimiento segregador de base antisemita en múltiples países. Francia, Canadá, España, Estados Unidos, Suiza, entre otros, poseen legislaciones explícitas en su contra, la Unión Europea ha condenado el movimiento, e incluso, La Autoridad Palestina no lo adopta, ni alaba.

El BDS no segrega en base a la origen, ni a la raza. En muchos países hay judíos que militan y apoyan al BDS, y son muchos los intelectuales judíos, algunos hasta con ciudadanía israelí, que hacen lo mismo. Es verdad que en algunos países, gracias a la presión diplomática y económica de Israel (que considera al BDS una amenaza mayor), existen leyes contra el BDS, pero también es cierto que en muchos casos, están a la espera de un juicio de inconstitucionalidad porque afectan la libertad de palabra y asociación. En cuanto a la Unión Europea, respondiendo a una pregunta de un grupo parlamentario, la ministra de Exteriores, Federica Mogherini, dijo que, aunque la política de la UE se opone al BDS, no existe ninguna intención de ilegalizar al movimiento.

6. El diálogo debe ser siempre prioridad, incluyendo el debate de ideas y las legítimas diferencias políticas merecedoras del máximo respeto, pero cuando la ideología se acaba y se terminan los argumentos, lo que mueve es el odio puro, este es el caso del movimiento BDS.

Eso del diálogo es un estribillo que los pro-israelíes repiten un día sí y otro también. Hasta el momento, en Israel y en los territorios palestinos ocupados el “diálogo” y el “proceso de paz” ha llevado a la multiplicación de las colonias, al robo continuo de tierras, a la construcción del muro de defensa, que en realidad, se ha comido otra tierra y ha contribuido a hacer aún más difícil la vida a la población ocupada. En una situación donde una parte tiene un poder total y absoluto sobre la otra, desde el punto de vista político, militar, económico y diplomático, hablar de “diálogo” es un chiste.

Israel quiere el “diálogo” solo para continuar con la ocupación y crear en el terreno hechos irreversibles. Durante los 3 años de la presidencia de Rabin, el hombre del “diálogo” y de los acuerdos de Oslo, los colonos han aumentado en un 50%. A pesar de eso, Rabin fue asesinado por un colono, y en la actualidad están gobernando los mismos políticos israelíes co-responsables de su muerte, que después de Oslo lo trataban de pro-nazi. En el gobierno israelí tienen un rol crucial los políticos más extremistas, colonos, fanáticos integralistas religiosos que no difieren en nada de los yihadistas, que tanto le preocupan al mundo occidental.

Finalmente, ¿qué clase de diálogo puede haber con gente que mistifica a sabiendas las razones del adversario y que utiliza el argumento del antisemitismo y el recuerdo del exterminio nazi para justificar lo injustificable?
Los autores del artículo se han aprendido de memoria la propaganda (“hasbara” en judío) que les han enseñado sus maestros israelíes. Lamentablemente para ellos, la verdad tiene huesos y piernas. Los palestinos no han desaparecido, ni van a desaparecer, y el BDS toma cada día más fuerza en la sociedad civil internacional, que se opone a las políticas de los gobiernos aliados de Israel. Las leyes internacionales y la justicia de la historia -tarde o temprano- le cobrarán factura a la propaganda israelí y a sus sostenedores.

Amedeo Rossi
Miembro del BDS-Torino, Italia.

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