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La operación Concertación: ¿para qué resucitar a un muerto? Opinión

La operación Concertación: ¿para qué resucitar a un muerto?

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Hoy una mayoría política al interior del oficialismo intenta realizar una operación política errada con la memoria: suplantar el presente por un pasado –según ellos– glorioso, restituyendo (o resucitando) una coalición que, incluso, hace varios años, ya tuvo un funeral sin gloria. Si tal diseño político se concretiza debido a la tozudez de un segmento significativo, la centroizquierda perderá, otra vez y por decisión propia, una magnífica nueva oportunidad para transformarse en una opción de alternancia real a la derecha para disputar espacios de poder en los próximos cuatro años y, tal vez, ganar la próxima presidencial.


Genaro Arriagada en una notable columna, publicada recientemente en El Mercurio, vino a colocar un poco de sentido común y sensatez a un debate –resucitar o no a la Concertación– en que los verdaderos protagonistas políticos y, por ende, responsables de cómo se configurará finalmente el panorama en el bloque opositor a partir de marzo, han continuado dando palos de ciego.

En dicho texto, el lúcido Genaro reforzaba la necesidad de que el centro y la izquierda de la antigua coalición recuperen su identidad perdida, motivo de su permanente pérdida de apoyo electoral, a fin de volver a fortalecerse para, desde allí, iniciar la búsqueda de posibles acuerdos futuros. Algo así como la teoría de conjuntos: cada cual con su especificidad para producir espacios de intersección que generen sitios comunes desde donde generar acuerdos políticos preservando la diferencia.

Por el contrario, lejos del sentido común y del cable a tierra que propone el ex ministro DC, los actores políticos y otros no tanto (Mariana Aylwin, por ejemplo) han estado en la vereda contraria intentando resucitar a una coalición que, si bien en su tiempo desempeñó un noble propósito –normalizar un país acosado por la violencia de la dictadura–, hoy no tiene razón de ser.

Resucitando un cadáver

Se escinden del PDC algunas de sus figuras y apellidos más históricos. Arde el partido de la flecha roja y, con ese cisma y la amenaza latente de que se sumen más renuncias durante estos días, se refuerza la operación restauración concertacionista en la que diversos actores han estado trabajando desde el mismísimo 17 de diciembre, día de la derrota abrumadora ante Piñera.

Dicha tesis, por cierto, tiene, primero que nada, adherentes en el propio PDC, pues diversas figuras falangistas –Burgos, Zaldívar, Gutenberg Martínez, entre otros– la han suscrito permanentemente, ya que varios de los mismos –a poco de entrar en marcha el actual Gobierno– se mostraron siempre críticos de la Nueva Mayoría y de la inclusión del PC en la coalición oficialista, nada más que por un anticomunismo trasnochado. Ambos argumentos pesarán al momento en que la junta falangista tome la decisión final que podría ser, precisamente, respaldar la restitución de la vieja alianza política que hizo posible la transición.

Dicha opción también tiene respaldo, aunque por motivos distintos, en el senador Guido Girardi –el polo socialdemócrata–, quien, pese a su discurso progre y con tal de liderar desde el Senado la oposición a Piñera y desplazar a la bancada de senadores del PS como interlocutores principales, no tiene inconvenientes en terminar restituyendo a la vieja coalición y fortalecer la misma operación que se está haciendo desde el PS. En política, a veces, no se sabe a ciencia cierta para quién se trabaja.

En efecto, pese a las declaraciones rimbombantes de sus principales dirigentes luego del pleno desarrollado durante el fin de semana, en torno a ampliar el arco de alianzas del PS hasta incluso el Frente Amplio (FA), lo cierto es que en la práctica el establishment socialista ha estado fortaleciendo, aunque por razones disímiles, dicha opción: salvar el acuerdo implementado desde el 2005 con el falangismo y fortalecer la opción centrista al interior del bloque que, según algunos, fue el motivo de la fuga de votos hacia Piñera en segunda vuelta, aunque eso cueste en la práctica (y el precio es caro) expulsar al PC del referente.

De hecho, si alguien lo vio en el programa ‘Estado Nacional’, habrá podido darse cuenta de que el PC no existe en el discurso del actual mandamás del socialismo local, pese a que el pacto electoral Fuerza de la Mayoría fue votado ampliamente en la última elección parlamentaria y presidencial. Se echa, entonces, al tacho de la basura un acuerdo presente para intentar darle respiración artificial a un moribundo. Así esta de confuso el panorama.

Las consecuencias de resucitar a un muerto

Si tal hecho político sucediese, estaríamos en presencia de un doble suicidio político.

El primero sería la consecuencia natural de la decisión de enviar al Partido Comunista al ostracismo, lo que obligaría a la colectividad de la hoz y el martillo, para garantizar su sobrevivencia política, a ir en busca de un acuerdo con el FA y otras fuerzas de izquierda, con lo que, en la práctica –y si esta vez los principales liderazgos frenteamplistas superan su fase narcisista–, se constituiría un bloque parlamentario opositor de dimensiones próximas al eje PDC-PPD-PS, restituyéndose (por obra y gracia de la Concertación) el eje histórico de los tres tercios que caracterizó al sistema político chileno pregolpe y colocándolos como protagonistas de la política nacional en el periodo que se abrirá en marzo. Si ese hipotético bloque logra algún nivel de concreción política, más de alguna sorpresa nos podría deparar la próxima contienda parlamentaria y presidencial.

[cita tipo=»destaque»]En historia, desde Heródoto a Eric Hobsbawm, nos han enseñado que hay que sacar lecciones del pasado para enfrentar el presente, y las sociedades, en general, así lo han entendido. Aparte de preservar el patrimonio cultural de una nación, ese es también el motivo por el que, hasta hoy, se enseña historia en el sistema escolar. El pasado no solo se preserva como memoria sino también como lección para extraer aprendizajes de las experiencias vividas.  En palabras de Genaro: “Hoy no es la hora de la unidad. Es la hora de la recuperación de los perfiles propios y de la renovación. No es la centroizquierda, sino el centro y la izquierda diferenciados”.[/cita]

El segundo tiene relación más bien con un fenómeno sociológico y/o psicológico, ya que al restituir un bloque político del pasado que, en una coyuntura histórica extraordinariamente compleja, como lo fue la salida a la dictadura y la búsqueda de la normalización en un país convulsionado por la violencia durante los 80, pero que, hoy por hoy –en otro contexto y con otros desafíos y demandas que la sociedad chilena les exige a sus actores políticos–, lo cierto es que solo se pone de manifiesto la falta de proyecto y programa político de quienes sustentan una opción de esa naturaleza.

Volver al pasado, solamente porque nos evoca y nos retrotrae a una época gloriosa –emulando a Charles Dickens, solo porque fue “el mejor de los tiempos”–, únicamente reafirma nada más que la falta de una visión política sobre el presente y, por extensión, la ausencia de un proyecto político de fondo que ofrecer a la sociedad chilena de quienes encabezan hoy, una parte, de la aun coalición oficialista.

En historia, desde Heródoto a Eric Hobsbawm, nos han enseñado que hay que sacar lecciones del pasado para enfrentar el presente, y las sociedades, en general, así lo han entendido. Aparte de preservar el patrimonio cultural de una nación, ese es también el motivo por el que, hasta hoy, se enseña historia en el sistema escolar. El pasado no solo se preserva como memoria sino también como lección para extraer aprendizajes de las experiencias vividas.  En palabras de Genaro: “Hoy no es la hora de la unidad. Es la hora de la recuperación de los perfiles propios y de la renovación. No es la centroizquierda, sino el centro y la izquierda diferenciados”.

Sin embargo, hoy una mayoría política al interior del oficialismo intenta realizar una operación política distinta con la memoria: suplantar el presente por un pasado, según ellos, glorioso, restituyendo (o resucitando) una coalición que, incluso, hace varios años, ya tuvo un funeral sin gloria.

Si tal diseño político se concretiza debido a la tozudez de un segmento significativo, la centroizquierda perderá, otra vez y por decisión propia, una magnífica nueva oportunidad para transformarse en una opción de alternancia real a la derecha para disputar espacios de poder en los próximos cuatro años y, tal vez, ganar la próxima presidencial.

Prueba evidente de que, a veces, en especial en tiempos turbulentos donde se requiere más que nunca que los actores políticos que dicen representar a los menos empoderados estén a la altura de los nuevos desafíos y circunstancias, estos concluyen pegándole un portazo a la realidad y dándole la espalda al presente.

Sinónimo de que, a veces, nuestros protagonistas políticos (como sucede en algunas novelas) estando vivos, se comportan, sin embargo, como si estuvieran muertos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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