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El cambio de eje copernicano o el principio autoritario de la neoliberalización

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
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El Estado, está orientado como un eje de apoyo, en los procesos de acumulación global. No es precisamente, una medición solo numérica de disminución, sino una exigencia de redireccionamiento, aunque la disminución cuantitativa y cualitativa se ha traducido en una realidad en ámbitos decisivos.

Su cambio de responsabilidad desarrollista, en el caso de América Latina, como su desvinculación en áreas sociales, ha contribuido, a esta contracción, esta transformación, lo remite a apoyar, la promoción de los mercados como una expansión global.

La noción de un Estado nacional desarrollista, bajo un modelo de economía, de “sustitución de importaciones” (1930-1970) es una concepción societal que determina aspectos constitutivos de la producción, pero también los aspectos de la producción social cambian otros aspectos determinantes del orden social.

La centralidad gravitacional del Estado, en una economía nacional populista, es de una importancia reguladora de las relaciones sociales, el Estado es un eje de las articulaciones sociales. El modelo neoliberal impulsa una transformación en la forma de administrar el capitalismo, en este preciso sentido.

La privatización a gran escala, determina que un Estado chileno que poseía 725 empresas, es entregado en los 90 con 13 empresas, ósea una perdida gravitacional por parte del Estado importante, tanto es así, que emerge otro enclave en incipiente desarrollo, que se va a desatar con la potencia cultural de los mercados, y su rol, instalara un eje gravitacional distinto, que “silenciosamente” como diría Lavin fue provocando una revolución, un cambio de paradigmas.

El cambio de una economía política tiene implicancias estructurales:

“la instalación regional del neoliberalismo describe un acontecimiento político más que económico,.. las llamadas – políticas económicas – puestas en práctica a lo largo de este proceso de militarización – privatización, desregulación, liberalización, descentralización, .. – constituyen, en rigor, una economía política que tuvo como principio el desmantelamiento del Estado nacional y su estructura ideológica como promotor exclusivo del desarrollo económico” (Victoriano, 2010:177).

[cita tipo=»desstaque»]Esta relación entre autoritarismo y mercado instala un nuevo país, y lo desarrolla en sus posibilidades más paradigmáticas. La sociedad chilena no girará más entorno al Estado, sino en torno al Mercado, las fuerzas gravitacionales se descentran permitiendo la aparición de otro centro. Y este centro no opera bajo las mismas lógicas, tanto es así, que el propio Estado se ve como impulsador del mercado.   [/cita]

El mercado copo todos los espacios de la sociedad, levantando una curvatura en el espacio tiempo social y político, donde se provocó una revolución del orden, tanto es así, que se refundan las relaciones laborales, civiles y políticas. Se combina una noción donde: “en la matriz de una dictadura terrorista devenida dictadura constitucional se formó el Chile Actual, obsesionado por el olvido de esos orígenes” (Moulian, 2002:28), el mercado ayudo a un “blanqueamiento” de la escena militar, por lo menos prefiguro una ordenación distinta de los factores constitutivos de lo social, desechando la “polis” como matriz, he imponiendo una licuación muy progresiva de todo solido que podía tener el Estado nacional.

Así, el nuevo rayado de cancha, se jugó entre liberalización y autoritarismo, una especie de relación esquizoide, que pese a la instalación de dispositivos de legitimidad, como la constitución del ochenta, siguió en un ámbito donde la represión se instaló como una tecnología de vida, por eso que la raíz de la liberalización está en el temor, el temor parió  el neoliberalismo en este país.

El miedo transformado en una biopolítica del terror instaló la sospecha del espacio público como espacio de cohabitación. La administración del terror tuvo sus propios derroteros, pero se imbricó genuinamente con la desregulación de todos los aspectos de la sociedad, dicha administración de los ciclos de vida humanos, activaron una responsabilidad estatal a través de la “doctrina de seguridad nacional”. Esta biopolítica macabra fue instalando una sociedad de consumo, de características rentistas y extractivista, lo cual ofrece un modelo de la producción y el consumo.

Se podría señalar que detrás de toda la imaginería de mercado hay rostros que están en el registro del terror,  en la imagen de cada producto y servicio uno podría encontrar un rostro perdido de la escena nacional, y que aparece como un “otro sensible” aplastado, hecho desaparecer, ahí, hay un no lenguaje, en la sociedad de consumo chilena, que aflora como una relación con el pasado terrible.

La “transición” debía encargarse, y dar un lugar a unas ceremonias muy peculiares de dicho proceso, cristalizadas en la llamada “reconciliación”. El mercado haría olvidar, y lo hizo, blanqueo el país de un cutis muy tectónico que al final ha prefigurado una cultura de una visualidad ineludible, donde los relatos son eslóganes, sensaciones, y lo demás es un estereotipo visual.

Es decir, una cultura rotular, reticular, estereotípica, cuyos relatos son significaciones de la nueva inteligencia emocional. Los contenidos son sobrepasados por imágenes que dicen más que mil palabras, y todas esas palabras no son necesarias porque las podemos ver en una imagen.

El mercado ha generado tal influencia que es una zona transversal, de tal manera que la política en el neoliberalismo se transforma en un subsistema del mercado.

Los negocios como lenguaje, impactan todas las imágenes republicanas, envolviendo las acciones colectivas en un marketing social, que separa los sujetos como consumidores, su objetualidad se transforma en un cosismo muy mercantilista.

Esta relación entre autoritarismo y mercado instala un nuevo país, y lo desarrolla en sus posibilidades más paradigmáticas. La sociedad chilena no girará más entorno al Estado, sino en torno al Mercado, las fuerzas gravitacionales se descentran permitiendo la aparición de otro centro. Y este centro no opera bajo las mismas lógicas, tanto es así, que el propio Estado se ve como impulsador del mercado.

A través de otros mecanismos como el “capital financiero” articula una presencia mundial que interviene los estados, generando un flujo en la geosfera sin barreras, sin trabas, atravesando culturas y sociedades. Los capitales y su orden social mueven literalmente el mundo.

El capital es tan intenso, en estos tiempos, que transforma ciudades, regiones, y países enteros, sino preguntar en el bloque de los “socialismos reales”. O en el laboratorio de Chile.

La transformación anclada a los adelantos tecnológicos actúa como la constante de la “novedad”, y  se agudiza el “presentismo” del neoliberalismo, en tanto, todas las relaciones son inmediatas, instantáneas, desechables, y de difícil proyección, pues la movilidad implica a su vez una inestabilidad de los horizontes.

Del desarrollo hacia dentro, con mercados protegidos, pasamos a un modelo hacia fuera con mercados desregulados, dispuesto a la globalización. No hay protección y no hay adentro, no hay nación, como un sueño político, sino como un sueño deportivo, de mercado, las seguridades sociales son licuadas hasta vivir una desprotección que nos devuelve una sociedad del riesgo o insegura (Beck, 2002).

Todos deben competir, y ahí, ese darwinismo social opera a sus anchas, sobreviven los “actores fuertes”, que son los mismos que concentran grandes intensidades del capital. Ellos mueven las inversiones y desafían regímenes y la autodeterminación de pueblos, transforman la representación de las naciones, y dando vida a una imagen mundial que puede ser una transteleserie donde los “trumans” (Weir, 1998) son poblaciones completas.

Es un dron ininteligible que anida en el existencial arquetipo de la vigilancia microfísica, “estamos en la era de los nervios”, y la nueva administración de una vieja costumbre humana maquinea los corazones de los chilenos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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