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La DC y la unidad

Nicolás Mena Letelier
Por : Nicolás Mena Letelier Ex Subsecretario de Justicia
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Durante estas últimas semanas y en el contexto de la situación de crisis que vive la Democracia Cristiana, han surgido opiniones de insignes dirigentes, militantes y simpatizantes, recomendando entrar en un proceso partidario que postergue o derechamente descarte cualquier proceso que conduzca a la unidad de la oposición, con el fin de re perfilar al partido. Se da como argumento algo que se ha dicho en variadas ocasiones: que la principal causa de nuestro declive electoral estaría en la política de alianzas de la DC y la pérdida del centro político.  Incluso es más, varios de quienes adscriben a esta tesis sostienen que el 5,8% obtenido en la elección presidencial, es un triunfo político, pues el partido habría ganado en identidad.

Es evidente que la DC vive una profunda crisis que se explica por múltiples razones, donde la falta de diferenciación de los partidos pudo haber contribuido a ella. Pero a mi juicio, no es la única ni la más importante de las causas. Me explico.

La antigua política, la que predominó hasta la primera década de este siglo, descansaba en certezas más menos estáticas, en las que era posible identificar determinadas clases sociales en los partidos políticos. Hoy esa realidad es cada vez más difusa. Nadie podría decir que el Partido Comunista representa a la clase obrera -si es que existe algo parecido a ello-, así como difícilmente se podría identificar a la UDI tan solo con las clases acomodadas o a la Democracia Cristiana con las clases medias, en circunstancias que la clase media es un segmento social extremadamente variopinto, con diferencias significativas que hacen imposible clasificarla homogéneamente, existiendo múltiples tipos de clases medias.

Esta paulatina desvinculación entre los partidos y determinados grupos que se decían representar, se ha agravado aún más durante estos últimos años, con la pérdida de confianza respecto del instrumento partido político, a tal punto, que hace que la gente opte cada vez más por liderazgos personales, independiente del partido político al que representan. Eso explica que electores que votaron por Beatriz Sánchez o ME-O en primera vuelta, lo hicieran por Sebastián Piñera en segunda. Por lo tanto, estamos ante un fenómeno de volatilidad propio de los procesos de cambio social, que como advirtiera Tocqueville, suelen anticipar cambios estructurales más profundos.

A su vez, nuestra democracia representativa lo es cada vez menos. Este fenómeno que ya era preocupante con el sistema de inscripción voluntaria y voto obligatorio, se agudizó a niveles críticos tras la instauración del voto voluntario. En esta última elección presidencial -que sorprendió por la alta participación en segunda vuelta-, tan sólo un 49% de la población participó, por lo que el 54% obtenido por el Presidente Piñera, constituye el 26% del total de las personas en edad de votar. Es decir, existe un 74% de ciudadanos chilenos que no votaron por Sebastián Piñera, siendo esto en extremo complejo para la gobernabilidad del país.

De este modo, es imposible realizar un análisis serio de lo que está ocurriendo en los partidos políticos, sin considerar estos factores. Pues tanto los partidos políticos como el sistema democrático están en una profunda crisis de confianza y credibilidad, deviniendo en un sistema en el que más que predominar los metarelatos, prevalecen minorías intensas con agendas acotadas y muchas veces minoritarias, lo que hace que tanto el gobernar como el interpretar y mediar entre la sociedad y el poder estatal -dos funciones esenciales de los partidos políticos-, sean mucho más difíciles que antes.

En razón de esta realidad, ¿tiene sentido entrar en estas disquisiciones relativas a recuperar centros, izquierdas o derechas? ¿Existen esos espacios políticos, y si los hay, se recuperan con las mismas recetas de hace 20 o 30 años atrás? Evidentemente todavía existen culturas políticas identificadas con estos espacios. Un claro ejemplo de ello es la derecha, que en los grupos acomodados de la sociedad chilena campea, pero los clivajes socio – políticos de antaño son cada vez más difusos.

[cita tipo=»destaque»]Entonces, el desafío para la Democracia Cristiana está precisamente en volver a ser un partido de transformaciones, y para eso es preciso construir un relato que haga sentido respecto a la actualidad y vigencia de nuestros principios, basados en la justicia social y en la democracia sustantiva, es decir, en la democracia basada en valores. Todo esto dentro de un contexto extraordinariamente complejo, con un mundo globalizado e inserto en una revolución tecnológica sin precedentes, quizá la más importante de la que haya tenido memoria la humanidad, con todo lo que ello implica para el orden social, cultural, material y espiritual del ser humano.[/cita]

Entonces, insistir en que la DC perdió electorado por su falta de diferenciación, y que además esa votación se habría ido a la derecha, es por decirlo menos, discutible. La DC lleva perdiendo votación desde las elecciones parlamentarias de 1997, en circunstancias que en ese entonces era el partido hegemónico de la Concertación. Y por otro lado, la votación de la DC no se ha ido a la derecha, sino que ha dejado de participar del sistema, engrosando esa masa de chilenos que no vota. Solo para objetivar el análisis y desmentir el argumento de que el declive DC se deba a sus políticas de alianzas: en la única elección parlamentaria en que la Democracia Cristiana y los comunistas han ido juntos, en una misma lista, la de 2013, la DC obtuvo un 15,5%. Es decir subió respecto del 14,2% que obtuvo en 2009, y aumentó de 19 a 22 diputados, dentro de un universo de 120 diputados. En esta última elección, compitiendo sin los comunistas en la tesis del camino propio, la DC obtuvo un 10%, disminuyendo de 22 a 14 diputados, de un total de 155. El peor resultado parlamentario desde el retorno de la democracia. Claramente el principal problema de la DC, no es el PC.

De este modo, la recuperación del centro parece más una quimera que una realidad. El centro como espacio equidistante entre derechas e izquierdas no existe, se terminó tras el fin de la guerra fría, y se comprueba nítidamente en la baja votación que obtuvieron movimientos como Ciudadanos y Amplitud, que intentaron erigirse con discursos centristas, por lo que insistir en esa estrategia es un grave error. Lo que la Democracia Cristiana debe hacer es reencantar a sus electores, que los hay entre quienes participan del sistema, pero mayoritariamente entre quienes dejaron de hacerlo, y para ello, nada más contrario a los principios y valores de la Democracia Cristiana que el discurso de la moderación, el gradualismo y el centrismo.

En efecto, la DC nació en 1957 a la vida política para interpretar un anhelo de progreso y cambio social, realizando grandes trasformaciones que permitieron romper con el statu quo del Chile de aquel entonces. La reforma agraria fue precisamente eso, uno de los cambios más grandes del siglo XX, que transformó la sociedad rural feudal chilena de manera radical. De ahí el encono que hasta el día de hoy nos tienen ciertos sectores de la derecha.

Entonces, el desafío para la Democracia Cristiana está precisamente en volver a ser un partido de transformaciones, y para eso es preciso construir un relato que haga sentido respecto a la actualidad y vigencia de nuestros principios, basados en la justicia social y en la democracia sustantiva, es decir, en la democracia basada en valores. Todo esto dentro de un contexto extraordinariamente complejo, con un mundo globalizado e inserto en una revolución tecnológica sin precedentes, quizá la más importante de la que haya tenido memoria la humanidad, con todo lo que ello implica para el orden social, cultural, material y espiritual del ser humano.

La estrategia de persistir responsabilizando a los partidos de izquierda por nuestra pedida electoral, sólo nos conduce a un ensimismamiento sectario que nos impide encontrar respuestas, apuntando a falsas identidades que se construyen en torno al “anti algo”, imposibilitándonos el desarrollar procesos serios y razonables de análisis que nos permitan llegar a propuestas convocantes.

Por estos motivos, lo planteado por aquellos camaradas que insisten en el camino propio, pero ahora desde la oposición, me parece un profundo error. La Democracia Cristiana no puede caer en la tentación de pretender auto aislarse para salir del estado crítico en que se encuentra. Por el contrario, al igual que en tiempos pasados, debe ser la DC quien lidere y articule la oposición, mostrándose frente al país como una alternativa real de gobernabilidad, en base a la defensa de los avances sociales del actual gobierno y los grandes temas país. Para ello se requiere empezar a construir desde hoy las condiciones que permitan construir la unidad del mundo progresista, sin vetos ni exclusiones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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