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Los desafíos del Frente Amplio, el sentido y los alcances de una convergencia de izquierda

Antonio Almendras y Roberto Vargas
Por : Antonio Almendras y Roberto Vargas Cientista Político y Director de Fundación CREA
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Entre la comuna de Providencia – hoy administrada por una emblemática edil de derecha – una de las comunas tradicionales de las clases satisfechas y acomodadas del Gran Santiago y ViIla Francia en la comuna de Estación Central, donde día a día se hacen patentes las precariedades y exclusiones de la “otra” modernización: pobreza, hacinamiento, marginalidad, carencia de servicios públicos, deficitaria infraestructura urbana, escasas áreas verdes, desintegración social, etc., hay solo 15 kilómetros que las separan, pero cientos de kilómetros en el actual mapa social y económico del Chile clasista que en estos días recibió al papa Francisco. En una de las casonas señoriales de Providencia, sede de la Nunciatura Apostólica, se refugió Francisco; en Villa Francia, otrora territorio de resistencia a la Dictadura, vive el sacerdote Mariano Puga, que ha destacado por no callar y al mismo tiempo denunciar insobornablemente las desigualdades sociales e injusticias que caracterizan a la actual sociedad chilena.

Ese territorio de desigualdades e injusticias es el que el FA debe redibujar, remapear, reconfigurar dadas las condiciones de posibilidad abiertas – reforma al sistema binominal mediante – con posterioridad al proceso electoral del 19N y que expresan una nueva correlación de fuerzas al interior del sistema de representación política, permitiendo esta vez la emergencia de nuevas organizaciones políticas que entrarán a disputar espacios políticos [está por verse] al duopolio].

Efectivamente, post-elecciones el panorama político institucional cambió. La transformación que está sufriendo el sistema de partidos, es decir, el reordenamiento de las fuerzas políticas hacia un sistema multipolar con una amplia distancia ideológica, es el escenario en el cual emerge el FA como un actor relevante, en un contexto de crisis de la centro izquierda y del obligado – táctica electoral mediante – viraje retórico al centro en cuestiones programáticas por parte de la derecha, al menos, es lo que se advirtió en el balotage.

El 2018 será un año relevante para la nueva coalición. El principio general del anti-neoliberalismo, y la construcción del programa presidencial – “El programa de todos” – deberán dar paso a la conformación del proyecto frenteamplista más allá de consignas y proposiciones técnicas para construir un proyecto de sociedad para el país. Por lo menos cuatros elementos fundamentales destacan a superar: (1) el Estado subsidiario; (2) la democracia representativa/procedimental de carácter semi-soberano; (3) el modelo de desarrollo y (4) el sistema simbólico que hace posible y al mismo tiempo dota de sentido a los dispositivos de control social. Todos estos elementos claves de lo que representa el «consenso y arquitectura neoliberal» y lo que, por tanto, debe apostar a disputar y transformar el FA. Es decir, hacer de la política/politicidad un espacio capaz de procesar el conflicto y el malestar social.

En segundo lugar se debe potenciar la articulación entre lo social y lo político. Una vía de entrada para avanzar en este aspecto será el lugar que ocupará el bancada parlamentaria, la cual debe generar una nueva relación entre movimientos sociales e institucionalidad, esto es, un nuevo modo de relación entre el Estado, el sistema de representación y – por así llamarlo – la demanda popular. Hasta el 11 de marzo de 2018 – por venir – la institucionalidad parlamentaria clausuraba a los movimientos sociales y a la demanda popular toda capacidad de incidir-influir y torcer la hegemonía gatopardista transicional en la formulación de leyes o en la resolución de demandas, generando frustración en los sectores sociales que se activaron desde el fin de la siesta transitológica en el 2006-2011 a la fecha. Precisamente, a partir del 11/M nace la potencial posibilidad de derribar la “vieja política” comprometida con los intereses empresariales y con los poderes fácticos, que eran capaces de desactivar el conflicto político-social a través del consenso de las elites [política de los acuerdos] y la coerción a la lucha de masas. La otra vía, intrínsecamente vinculada a la institucional, debe ser la territorial-sectorial. Se ha avanzado bastante en poco tiempo respecto a los objetivos de la construcción territorial, ahora viene lo más complejo, desplegar, vincular desde los territorios a nivel local en conjunto con las luchas sectoriales, construir una democracia radical en el seno de la organización. Ambas vías, la social y política (o territorial/sectorial – institucional) forman parte de un solo momento: la articulación. Lo que el mercado ha desintegrado la agencia social lo debe articular. Se trata de ir prefigurando lo que García-linera ha elaborado a partir de Gramsci como la batalla por la hegemonía. Vale decir, disputar desde ambos momentos “la percepción lógica de la sociedad”, en palabras  del actual Vice-Presidente de Bolivia. El FA debe prefigurar el modelo de sociedad que proyecta para posteriormente avanzar en una eventual transformación de fuerzas al interior del Estado. Por lo pronto, el FA en el corto plazo deberá apostar, a la disputa social e institucional simultáneamente, pero sobre todo debe calibrar la importancia meridiana del poder local a partir de la disputa municipal, construyendo política local en el territorio, lugar donde se expresa la vida cotidiana, espacio donde el capitalismo ha ingresado con fuerza construyendo espacios-mercantiles para el capital.

[cita tipo=»destaque»]Habrá que tener presente que la “forma Partido político” debe reconfigurarse, no se trata de reproducir el entramado “jacobino”, los mayores niveles de “autonomía” y “autodeterminación” [por cierto ambas relativas] de los “individuos” a propósito del espíritu de la época, dificultan una organización con sesgos autoritarios y extremadamente vertical, de modo que habrá que explorar formas más democráticas de autodeterminación colectiva.[/cita]

En ese nuevo escenario las fuerzas de izquierda al interior del FA, los movimientos y partidos aliados deben contribuir a la construcción de un nuevo sujeto político social, capaz de expresar un nuevo pacto social entre los movimientos sociales, la demanda popular y el FA, sabiendo que el canal institucional es un conducto realista “no testimonial” para generar cambios pero por ningún motivo desacreditar o abandonar la lucha en los territorios y en los sectores a través del trabajo político-social que permita acumular fuerzas a mediano y largo plazo, para ir profundizando las reformas a objeto de avanzar en orden a “desmantelar” el «consenso y arquitectura neoliberal» e instalar el reconocimiento de derechos sociales universales en los ámbitos de la educación, la salud y la previsión.

En tercer lugar, el Frente Amplio debe delimitar y diferenciarse de lo que queda de la Nueva Mayoría, debe tomar el camino de la construcción propia. No obstante el FA podrá eventualmente conducir una oposición al gobierno de Piñera/Gran-empresariado, junto a todos los sectores “progresistas”, siempre y cuando el carácter de esa oposición sea anti-neoliberal. Incluso el FA podría llegar a abrirse a acercamientos “tácticos” en el Congreso Nacional, aprovechando la desacreditada y alicaída NM y evitar que ésta – o al menos algunos sectores de ella [DC] – le dé mayoría a la derecha para gobernar. Ese forado que exhibe la NM se abrió, desde que se ha instaló una crisis (que incluso podría llegar a ser terminal) en el espacio político que ocupaba, en su momento, la Concertación y luego la Nueva Mayoría, en la medida que sus partidos vienen experimentando un evidente declive electoral, instalándose como uno de sus problemas centrales la pérdida de autoridad y de legitimidad para hablarle a la sociedad. Para el presente cercano, será fundamental si el PS – tironeado por sus pugnas/tendencias internas – gira ideológicamente intentando ocupar su lugar en la izquierda, en ese giro la Izquierda Socialista de Atria/Aguilar podría  llegar a jugar un rol fundamental.

Por otra parte, la transformación que está sufriendo el sistema de partidos, también afecta a las nuevas coaliciones políticas, y el FA no será la excepción. Después del fenómeno electoral las fuerzas políticas al interior de la nueva coalición tenderán a la concentración de fuerzas que permitirá un orden interno en base a posiciones y a puntos de encuentro afines, para construir correlaciones de fuerza favorables para impulsar la política del FA.

La izquierda anticapitalista al interior del FA, crítica de los socialismos reales” así como también de los socialismos del siglo XXI anclados en la dicotomía Estado-Mercado, extractivista y carente de un proyecto basado en la propiedad social y en sentido de lo “común”, podría eventualmente converger. La clase política, especialmente la ex-Concertación y lo que hoy queda de la NM nos acostumbró a pensar en términos de “cuotas de poder” y “operaciones políticas”, creando incluso partidos vacíos de contenidos ideológicos y construidos como meras máquinas electorales, como el caso del PPD. Posiciones ideológicas y políticas más no fundamentalismos  son necesarios para construir un proyecto de sociedad país. Colocar al anticapitalismo como principio es cuestionar la propia modernización capitalista, que tanto la derecha como la centro-izquierda/socialdemócrata han intentado dirigir como una apuesta teleológica hacia el “progreso”.

Apostar por un FA anti-neoliberal es disputar también el carácter pos-neoliberal. Apostar por construir correlaciones de fuerza al interior de la coalición con un carácter anticapitalista es también construir proyecto político social, que cuestiona la forma bajo la cual el Estado se encuentra subsumido formal y realmente a la lógica valorización del capital. De ahí que sea importante no engañarse con apuestas neodesarrollistas o neokeynesianas/heterodoxas. Converger es para articular las distintas expresiones políticas capaces de hacerse cargo de un “sujeto político-social” transformador identitariamente complejo para discursos tan ortodoxos o mecanicistas a la hora de entender la lucha de clases.

En ese sentido la convergencia es un proceso para construir organización que ha de ser expresión de demandas populares, un ideario que nada aborrece tanto como las fórmulas (estratégicas y tácticas) fijas y definitivas y que debe abrirse paso con las armas de la autocrítica y sobre los rieles de la historia y la lucha político-social. En ese fluir es del todo necesario abrir paso a la convergencia sin renunciar a un proyecto de transformaciones estructurales, teniendo presente la voluntad política de consolidar al FA como un proyecto político cuyo propósito  es avanzar hacia una sociedad pos-neoliberal.

El referido proceso de convergencias no resultará sencillo, será una tarea de largo aliento, con un debate y trabajo mancomunado, respetando las identidades de los movimientos y organizaciones afines. De esta manera, se debería rechazar el cortoplacismo, ejecutando un trabajo simultáneo en las orgánicas y en los territorios consensuando premisas, medios y fines para impulsar un proyecto transformador y terminar con la inconsistente retórica y larga noche de la izquierda chilena.

Habrá que tener presente que la “forma Partido político” debe reconfigurarse, no se trata de reproducir el entramado “jacobino”, los mayores niveles de “autonomía” y “autodeterminación” [por cierto ambas relativas] de los “individuos” a propósito del espíritu de la época, dificultan una organización con sesgos autoritarios y extremadamente vertical, de modo que habrá que explorar formas más democráticas de autodeterminación colectiva.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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