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Isabel Plá, ¿poder femenino?

Gustavo Guzmán
Por : Gustavo Guzmán Doctorando en Historia, Tel Aviv University. Twitter: @guguzman
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“Chile es una de las excepciones en el mundo, tal como lo fue en el siglo XIX frente a la esclavitud. El 24 de julio de 1823 Chile se convirtió en el primer país americano, y el segundo a nivel mundial, en decretar la libertad absoluta de los esclavos. En vez de avergonzarnos, deberíamos sentirnos orgullosos de que nuestro país, tal como antes frente a la esclavitud, marque hoy una diferencia significativa ni más ni menos que respecto a la vida y la dignidad del que está por nacer”. Así se refería Isabel Plá, futura Ministra de la Mujer y la Equidad de Género, al hecho de que Chile fuera uno de los cuatro países del mundo en los que se prohibía toda forma de aborto, a comienzos de 2015. Declaraciones como ésta, que abundan en su trayectoria política, han resonado con fuerza durante los últimos días, tras conocerse su designación al frente de dicha cartera. Varios comentaristas han destacado lo provocativo de su designación, augurando un importante frente de conflicto para el gobierno entrante. Otros han optado por la ironía, destacando la falta de espesor intelectual de la futura ministra. Sin embargo, pocos han reflexionado sobre el rol que históricamente han jugado las mujeres conservadoras en la política chilena y su importancia al interior de la derecha.

Varias son las investigaciones sobre el tema, destacando entre ellas la tesis doctoral de la historiadora estadounidense Margaret Power. Aunque ésta se centra principalmente en los años sesenta y setenta, retrata con nitidez algunas de las principales continuidades históricas entre las mujeres conservadoras del siglo XX, desde las católicas que intentaron inscribirse en los registros electorales para defender a la Iglesia del “liberalismo anticlerical”, a comienzos de siglo, hasta la detención de Pinochet en Londres, cuando figuras como Evelyn Matthei y María Angélica Cristi se convirtieron en protagonistas de las manifestaciones públicas a favor del “senador Pinochet”.

Una de esas continuidades es la persistente identificación de las mujeres como madres y esposas. Ello quedó de manifiesto, por ejemplo, en la elección presidencial de 1964, cuando la derecha desarrolló una eficaz campaña del terror que apuntaba principalmente al electorado femenino. Según ésta, el Frente de Acción Popular (FRAP) constituía una grave amenaza para las madres chilenas y sus familias. Los “comunistas” no sólo les quitarían sus hijos para enviarlos a Cuba y arruinarían la economía, obstaculizando el desempeño de sus labores de madre, sino que además matarían la femineidad, tal como habían hecho en Rusia. Para enfrentar esa amenaza, un grupo de mujeres de clase alta fundó “Acción Mujeres de Chile”.

Otra continuidad histórica entre las mujeres conservadoras del siglo XX es la esencialización y jerarquización de los roles de género. Del mismo modo que las mujeres eran esencialmente madres y esposas, cuyo hábitat era el hogar, a los hombres correspondía el trabajo remunerado y la actividad pública. Lejos de ser construcciones culturales arbitrarias, como denunciaban las feministas, tales roles eran expresiones de un orden natural, amenazado por la izquierda atea. Ante esa amenaza, y ante la incapacidad de sus maridos para volver las cosas a su cauce natural, debían ser ellas, las madres chilenas, las que debían tomar el destino del país en sus manos, desinteresadamente y sin distinciones de clase. Eso era al menos lo que decían las mujeres “apolíticas” que, escoltadas por miembros de Patria y Libertad, llevaron a cabo la Marcha de las Cacerolas Vacías, en diciembre de 1971.

Dicha marcha marcó un hito para las fuerzas opositoras a la Unidad Popular, en general, y para las mujeres conservadoras, en particular. Ella movilizó a un amplio número de mujeres de clase media y pobres, afectadas por el desabastecimiento, y marcó el nacimiento de la agrupación de mujeres de derecha más importante del siglo XX: “Poder Femenino”. Heredera directa de “Acción Mujeres de Chile”, ésta tenía como objetivos centrales la defensa de sus privilegios de clase y el derrocamiento del Presidente Allende. Para ello, desarrolló un activismo inédito, que mezclaba género, nacionalismo y anticomunismo. Sus integrantes no sólo hostigaron al General Prats y su familia hasta conseguir su renuncia –que permitió el ascenso de Pinochet a la cabeza de las FF.AA.–, sino que también azuzaron a los militares para que derrocaran al gobierno, recurriendo a nociones de género fuertemente enraizadas en la sociedad chilena. Ellas se apostaban fuera de los regimientos, lanzándoles maíz y llamándolos “gallinas” por su negativa a intervenir, humillándolos públicamente. Vale decir, estas mujeres jugaron un rol clave en propiciar un clima favorable a la intervención militar.

Por supuesto, “Poder Femenino” aplaudió el Golpe de Estado. Finalmente los militares se habían “puesto los pantalones” y restaurado el orden. Las madres “apolíticas” que lo conformaban podían ahora volver a sus hogares y retomar sus labores de madres. Serían ahora las esposas de los oficiales de las FF.AA. quienes encabezarían la defensa de los valores de la familia chilena, por medio de instituciones como CEMA-Chile y la Secretaría Nacional de la Mujer, ambas encabezadas por Lucía Hiriart de Pinochet. Respecto de la brutal violación de los Derechos Humanos cometidas por los militares, estas mujeres adoptaron posiciones idénticas a las de los hombres de derecha, negándolas, relativizándolas o celebrándolas, dependiendo del momento y del lugar.

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Como sabemos, desde 1990 las conservadoras chilenas han centrado sus energías principalmente en combatir cambios culturales y políticos vinculados a la sexualidad. Así, una vez disipada la amenaza del “comunismo”, se han opuesto tenazmente a la ley de divorcio, la despenalización de la “sodomía”, los planes de educación sexual –como las JOCAS–, la entrega de preservativos por parte del Estado, la pastilla del día después y un largo etcétera. Y según se desprende de las palabras de la futura ministra, durante el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet su principal dolor de cabeza ha sido el debate en torno al aborto, “una de las mayores injusticias de la humanidad”.

¿Cómo será el desempeño de una mujer conservadora –y militante de la UDI– como Isabel Plá al frente del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género? Desde luego, no tengo respuesta a esa pregunta. Pero sí puedo esbozar algunas ideas para comprender el rol de estas mujeres al interior de la derecha y su actitud hacia los profundos cambios culturales que vive nuestra sociedad en torno al género. En primer lugar, como demuestra la profesora Power, las conservadoras chilenas no han sido meras actrices de reparto al interior de la derecha. Por el contrario, en determinados momentos históricos han jugado roles protagónicos, sobre todo en términos culturales y de movilización política. En tal sentido, no es de extrañar que las actuales agrupaciones “pro-vida” chilenas sean lideradas exclusivamente por mujeres. En segundo lugar, a pesar de los cambios experimentados por éstas durante las últimas décadas –muchas de ellas se han incorporado al mercado laboral–, ellas se rehúsan a desafiar los roles de género tradicionales, así como las jerarquías que se desprenden de ellos. Por el contrario, a contrapelo del sentido común reinante hoy en día en el mundo occidental, para ellas sigue siendo natural, por ejemplo, que los hombres estudien ciertas carreras universitarias y “las niñitas”, otras. Y en tercer lugar, pese a su entusiasta activismo, mujeres como Isabel Plá son una minoría en el Chile de hoy, donde las perspectivas de género copan la discusión pública. Es tal la fuerza de estos cambios culturales que muchos hombres que fuimos educados en coordenadas abiertamente patriarcales, hemos ido incorporando –no sin dificultades, por cierto– estas categorías de pensamiento a nuestra comprensión del mundo. Veremos si también la futura ministra es capaz de hacerlo. A la luz de sus declaraciones públicas, tengo mis dudas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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