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Otras razones para valorar la filosofía

Tomás Ortega
Por : Tomás Ortega Estudiante de filosofía y militante de la Nueva Acción Universitaria
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Dentro de los diversos problemas que conciernen a la educación chilena, existe uno que lleva varios años sin llegar a puerto y que, afortunadamente, ha logrado un mayor nivel de exposición en el último tiempo. Me refiero al debate en torno a la presencia, o más bien ausencia, de la asignatura de filosofía en el curriculum escolar mínimo. Recientemente, personajes políticos e intelectuales de diversa índole han alzado la voz en defensa de esta disciplina. Estas muestras de apoyo son, sin duda, bien recibidas por quienes nos dedicamos al estudio de la filosofía. No obstante, creo que el esfuerzo ha sido estratégicamente estéril en ciertos aspectos. Mi preocupación se origina en el hecho que la defensa de esta asignatura se ha enfocado, casi exclusivamente, en el argumento de que la formación filosófica incentiva el pensamiento crítico y permite el espacio para independizarse de las exigencias productivas propias de nuestro tiempo. Esto es, sin lugar a dudas, real. No obstante, creo que son argumentos que sólo reconfortan a quienes ya valoramos la disciplina, mientras que no logran convencer a quienes la menosprecian, dejando así, el escenario igual que como empezó. En el siguiente texto intentaré esbozar algunas razones diferentes por las cuales creo que el estudio de filosofía permite el desarrollo de habilidades intelectuales necesarias para toda persona y ciudadano.

Cuando se realiza una defensa existen, al menos, dos grandes caminos: uno es defender aquello que se defiende por su valor intrínseco y otro es defenderlo por ciertas consecuencias útiles o favorables que la existencia de esto conlleva.  Reconozco que aquí se encontrará una defensa de la filosofía del segundo tipo. Vale decir, intentaré justificar la existencia de la asignatura en cuestión desde sus consecuencias útiles y favorables, pero no desde su valor intrínseco. Esta decisión argumental se basa solo en criterios de efectividad persuasiva y, desde luego, no porque considere que la filosofía carezca de valor intrínseco.

Una de las razones por las que creo esencial estudiar filosofía es por como esto conlleva el desarrollo del pensamiento abstracto.  Estamos habituados a enfrentarnos a asignaturas que traen una carga conceptual que uno debe adquirir de memoria para, posteriormente, aprender algunos contenidos. Como también, acostumbramos a debatir sobre la contingencia sin caer en cuenta que los recursos conceptuales que estamos utilizando nunca han sido sometidos a nuestro propio análisis. Por ejemplo: predicamos de los árbitros de futbol tildándolos de justos o injustos, al mismo tiempo, nos referimos a debates de carácter legislativo diciendo que tal reforma no nos parece justa, y de igual manera, acusamos al profesor de evaluarnos de manera injusta. En el día a día, y con total soltura, predicamos sobre justicia e injusticia sin nunca detenernos a preguntar ¿qué es la justicia? Con este cotidiano ejemplo busco demostrar que el estudio de la filosofía nos expone a un desafío que muchas veces rodeamos, en donde debemos preguntarnos por X sin recurrir a los casos concretos y contingentes de X. Nos vemos obligados a ir más allá, pensando X independiente de sus ejemplos y las características particulares de estos. Precisamente, esta es la forma de desarrollar el pensamiento abstracto, buscando preguntar por aquello común a la multiplicidad, logrando una apropiación de los conceptos que uno mismo utiliza al pensar.

[cita tipo=»destaque»] Una de las razones por las que creo esencial estudiar filosofía es por como esto conlleva el desarrollo del pensamiento abstracto. Estamos habituados a enfrentarnos a asignaturas que traen una carga conceptual que uno debe adquirir de memoria para, posteriormente, aprender algunos contenidos. Como también, acostumbramos a debatir sobre la contingencia sin caer en cuenta que los recursos conceptuales que estamos utilizando nunca han sido sometidos a nuestro propio análisis.[/cita]

Para nadie es sorpresa como año a año se confirma una lamentable realidad: los chilenos y chilenas no alcanzamos un nivel de competencia básica en el uso del lenguaje y no logramos argumentar nuestras propias ideas de manera suficiente. Creo que la enseñanza escolar de filosofía puede ser una de las soluciones a este grave problema. La filosofía, en todos sus niveles de complejidad, exige una precisión y dominio conceptual que deviene en un mejor uso del lenguaje y la capacidad de argumentación. Un gran porcentaje de páginas de los clásicos están dedicadas a reflexionar en torno a distinciones conceptuales que permiten estructurar el pensamiento de manera más eficiente y precisa, por ejemplo: saber diferenciar entre condiciones necesarias y suficientes, o distinguir una conclusión proveniente de una inducción de una deducción, poder determinar cuándo se trata de un conocimiento a priori o uno a posteriori, o bien cuando predicamos de una sustancia y no de un atributo accidental de ésta. Más allá de si uno comparte o no la filosofía de estos pensadores y pensadoras, el ejercicio de esforzarse por entender sus planteamientos y líneas de razonamiento le permite a cualquier joven desarrollar un mejor aparato conceptual y solidez argumental para defender lo que piensa o desea expresar en el futuro.

En adición al desarrollo de habilidades, la enseñanza escolar de la filosofía introduce a reflexiones de gran riqueza para la formación de toda persona y ciudadano.  A continuación, mencionaré algunos casos en donde se presentan reflexiones que todos deberían tener en su formación escolar. En el caso de la ética, la temática central se enfoca en la pregunta por el bien: ¿que constituye una acción buena o una vida buena? En vista a que en los últimos años se ha cuestionado mucho la calidad moral de las autoridades y profesionales, tratar estas temáticas desde la escuela no parece mala idea. De similar forma, la filosofía política nos presenta reflexiones en torno a la legitimidad de nuestros sistemas de representación, el grado de justicia de nuestras instituciones y decisiones distributivas. Parece razonable esperar que en todo orden político democrático la formación de los ciudadanos incluya reflexiones críticas en torno al status quo, de tal manera que las nuevas generaciones se interesen por mejorar nuestra sociedad hacia el futuro. Esta podría ser una de las tantas formas de atender, a largo plazo, la baja participación electoral y política en nuestro país. Finalmente, podemos considerar el caso de la epistemología, la cual se constituye como el estudio de las condiciones de posibilidad y acceso al conocimiento y la verdad. Con toda seguridad, podemos decir que uno de los objetivos de los procesos educacionales y formativos de cualquier tipo comparten un objetivo en común: la búsqueda de la verdad. Reflexionar en torno a la existencia de la verdad y el acceso a ésta debe ser un ejercicio autocrítico imprescindible en todo proceso formativo educacional, pues busca cuestionar la tarea misma que se está emprendiendo, otorgándole un sentido y una mayor consistencia.

Finalmente, considero necesario hacer una reflexión en torno a la humildad. Desde el siglo VII a.C. (¡hace 2800 años!) mujeres y hombres se han dedicado a esta actividad desinteresada, buscado comprender la condición humana y los límites de nuestro conocimiento. No caigamos en la irresponsabilidad de privar a próximas generaciones de su derecho a la filosofía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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