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Desde la escolaridad, empleados

Por: Alison Vivanco


Señor Director:

No hace muchos años salí de IV medio, logro que según la encuesta Casen, un poco más del 30% de la población ha alcanzado en Chile, muchas veces sin entender siquiera lo que dice un titular de prensa hasta luego de leerlo dos, tres o más veces.
En Chile se potencia la mediocridad, los gobiernos de turno creen sólo en la educación a medias para cumplir con estándares internacionales que califiquen su gestión como positiva, obteniendo una mini bandera de triunfo que llena de aire el pecho de algunos políticos y también las mentes de los jóvenes. Sí, de aire. Aire que se transforma, paralelamente, en votos e ignorancia (para la producción de más votos futuros).

Según los informes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en 2004 la educación preescolar era limitada, los grupos sociales con mayores ingresos eran capaces de doblar el nivel de acceso a este rango de escolaridad respecto a los más pobres. Entre ese año y 2016, creció considerablemente la cobertura nacional parvularia, se vislumbró un «compromiso» donde los recursos inyectados superan los recomendados por el organismo internacional.

Seguramente, favorecer el ingreso a esta etapa fundamental para los más pequeños que necesitan tener su mente activa, les dará continuidad a la educación básica y superior, una especie de puente inútil en la mayoría de los casos.

Digo inútil, porque el puntaje promedio de la Prueba de Selección Universitaria (PSU) del colegio en que estudié, por ejemplo, es de 503,4 puntos, cifra positiva considerando que el promedio más bajo del país es de 288, aunque imposible de comparar con el Cambridge College de Providencia y sus 714,3 puntos. ¿Desigualdad?

El país está creado para mantener la ineptitud. Sería bueno hablar de mantener ramos esenciales como filosofía, pues, si al menos pudiésemos asegurar una comprensión lectora efectiva a cada uno de los estudiantes del país, muchos –incluyéndome– ni siquiera sabemos de derivadas, funciones, expresiones matemáticas que nos guiaron al abismo en la PSU. Otros, no tienen idea qué dice lo que leen, no saben cuál es el sinónimo de una palabra, poseen un lenguaje escaso y lleno de modismos. Chile es un país de escueto vocabulario y, aún sabiéndolo, nuestros libros son carísimos, no existe ni un interés del Estado puesto en solucionar este problema.

Quitar filosofía tiene dos aristas. La primera es esencial en el desarrollo de los estudiantes como personas, erradicar esta asignatura implica un desapego con el llamado “pensamiento crítico”, que supone la capacidad de análisis, observación y entendimiento, para dar paso al obrar. Actuamos de la manera que vemos el mundo, y si el Estado de Chile insiste en ampliar la incapacidad de cuestionar el entorno, tendremos un futuro destinado a obedecer, sin más.

La segunda. No sólo es crucial integrar en el nivel secundario esta rama del conocimiento para optimizar la capacidad de análisis crítico que tienen los más jóvenes, también es importante asegurarles su aprendizaje a través de la comprensión lectora. Fomentar programas de lectura durante toda la escolaridad favorece de sobremanera la capacidad de entender esta y otras cátedras, como historia, imprescindible para superarnos como sociedad en el futuro, para como dice el cliché “no cometer los errores del pasado”.

Asegurar el ingreso a una casa de estudios es fácil, se modifican y amplían presupuestos, levantan edificios, arman un equipo, etcétera. El desafío real es otro, uno mucho más complejo, consiste en garantizar que la información entregada a cada uno de los estudiantes a lo largo y ancho de todo este país, sin importar su etnia, condición económica o social, sea transversal e igualitario.

El afán de crear empleados se les está notando.

Alison Vivanco
Estudiante de Periodismo
Universidad de Santiago de Chile

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