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Día de la Mujer, el después y el backlash a la igualdad de género

Cristhie Mella Aguilera
Por : Cristhie Mella Aguilera Psicóloga, Mg. Criminología y Psicología Forense, Candidata a Doctora en Políticas Sociales. Universidad de Bristol, Reino Unido.
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Hubo una nueva conmemoración del día internacional de la mujer. Las distintas manifestaciones, actos públicos, posts en las redes sociales e intervenciones de distinto tipo revelan inequívocamente que la diferencia en relación a otros años, es que, no obstante, muchos de los problemas centrales que afectan a las mujeres siguen aún pendientes, existe hoy una creciente conciencia colectiva sobre la necesidad de avanzar hacia la igualdad y la  eliminación de toda forma de violencia de género. Claro, estas demandas vienen siendo planteadas desde los movimientos feministas de los años 60 y 70. Es decir, el avance ha sido lento. Pero como señalaba, al menos, ahora hay más conciencia sobre la legitimidad de esas demandas.

Cabe traer a colación la decisión del grupo Mexicano Café Tacuba respecto de no  volver a tocar su exitoso tema “Ingrata”, precisamente bajo un acto de mayor conciencia, que les hace ver ahora, algo que no pudieron cuando lanzaron esa canción, y es que el contenido de la letra es un claro llamado a ejercer violencia femicida, uno de los grandes problemas en nuestra Latinoamerica.

Y es que no solo las mujeres han ganado hoy más conciencia de las concepciones que sustentan un orden machista. Muchos hombres han empezado a hacer el aprendizaje de desafiar los estereotipos convencionales asignados socialmente al  proclamar las bondades de la igualdad de género. La socióloga australiana Raewyn Connell, quien anteriormente fuera Robert Connell-ejemplo de otro tema que tenemos pendiente en Chile y a propósito de “Una mujer fantástica”- plantea el concepto de Masculinidad hegemónica, como una construcción cultural y  orden social imperante, que legitima la dominación masculina y sus atributos. Su análisis da cuenta de que no solo las mujeres son sometidas y subyugadas, sino también los hombres, cuyas identidades quedan así determinadas y entrampadas por una serie de mandatos implícitos y explícitos que se les imponen normas sobre la expresión de la masculinidad. De aquí emanan los tácitos mandatos como la prohibición de llorar, expresar sentimientos, dedicarse al hogar o tareas tradicionalmente asociadas a lo femenino. En resumen, también los hombres han sido víctimas del patriarcado y sus manifestaciones. También ellos necesitan ser liberados y algunos han iniciado ese proceso. En ese sentido debemos superar el esencialismo de asumir que son todos patriarcales, muchos se han sumado a esta batalla por la igualdad.

No obstante, así como esta mayor consciencia comienza a tomar mayor protagonismo en la vida pública y ha permitido que la perspectiva de género sea considerada relevante, incluso desde las políticas y actuaciones del Estado, existe o más bien persiste en la sociedad una tendencia contraria a ese movimiento de avance. Persiste bajo formas sutiles a veces, y otras más primitivas, una corriente que se opone al cambio de forma dogmática.

[cita tipo=»destaque»]Ese backlash toma la forma en nuestra sociedad con el discurso de la “ideología de género, narrativa bajo la cual se pretende obstruir el avance que como sociedad debemos alcanzar en la materia, con un llamado a concepciones rígidas y autoritarias sobre lo que es ser mujer u hombre, sumado a un discurso conservador en torno a los “valores de la familia”. Este discurso es también parte de la violencia de género, por cuanto reproduce la ideología patriarcal, la asignación desigual y estereotipada de roles, que limita las libertades individuales y por tanto, es opresiva.[/cita]

Backlash se dice en inglés a la corriente pública negativa que se opone a cualquier forma de avance representado en algún cambio de mirada o perspectiva sobre determinados temas considerados sensibles. El Backlash es esencialmente reaccionario, por cuanto lo que procura es la defensa de un viejo orden, de mantener el estado actual, de aferrarse al “como las cosas son”. Ve en el cambio una amenaza.

Ese backlash toma la forma en nuestra sociedad con el discurso de la “ideología de género, narrativa bajo la cual se pretende obstruir el avance que como sociedad debemos alcanzar en la materia, con un llamado a concepciones rígidas y autoritarias sobre lo que es ser mujer u hombre, sumado a un discurso conservador en torno a los “valores de la familia”.  Este discurso es también parte de la violencia de género, por cuanto reproduce la ideología patriarcal, la asignación desigual y estereotipada de roles, que limita las libertades individuales y por tanto, es opresiva.

Pierre Bourdieu en su clásico “La dominación masculina” revela como la construcción social de la dominación es tan poderosa que logra penetrar las identidades, con el resultado de que los dominados, en este caso las mujeres, no llegar a hacerse conscientes del grado de su dominación y la integran como parte de su construcción de identidad. Desde esa mirada podemos comprender que desde mujeres escuchemos concepciones machistas que legitiman el llamado  a conformar esos estereotipos sexistas. En nuestro país, como en Latinoamérica en general, la sacralización de la maternidad ha llevado a mantener la identidad de la mujer supeditada a la condición de ser madre, mandato tácito que también es opresivo y que explica tanta oposición a la legislación sobre el aborto.

Es entendible, por otro lado, que en sociedades tradicionalmente conservadoras, donde por tanto tiempo la identidad femenina se ha construido sobre las imágenes de esposa y madre, cueste visualizar alternativas que involucren mayor empoderamiento. Esas imágenes son atávicas, aun incluso con la creciente incorporación de las mujeres al ámbito profesional y laboral.  En función de la construcción de identidad tan apegada a esas imágenes culturalmente reforzadas, muchas mujeres se postergan o viven en conflicto por no cumplir esas expectativas sociales que las sitúan al centro de las labores de cuidado, crianza y organización doméstica. Socialmente es más lógico que sean las madres las que llevan los niños al colegio o a controles médicos, las que pidan licencia si el hijo se enferma, las que preparen las comidas (cuando no es la nana, que es también mujer porque no existen nanos), en definitiva, las que se posterguen y las que sean juzgadas y moralmente condenadas si no cumplen esa expectativa.

Bajo todas esas prácticas sociales cotidianas se construye y se reproduce la violencia simbólica, que es la que está detrás de este Backlash al feminismo y al avance en igualdad de género. Es importante prestar atención y continuar el proceso de ser cada vez más conscientes, porque en definitiva y, claramente, es la violencia simbólica la que sustenta la violencia estructural, que aparece más evidente y que convoca más en su condena cuando se manifiesta en violencia física y/o sexual. Sin embargo, no se debe olvidar que la primera no es menos dañina, es la antesala y el soporte ideológico de la segunda. Es la que más cuesta erradicar y la que debemos contribuir a visibilizar si queremos avanzar hacia una sociedad más igualitaria y con mayor conciencia de los derechos de las mujeres a una vida libre de violencias y con pleno ejercicio de derechos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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