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Las moscas: Los verdaderos hijos e hijas de Pinochet

Fernando Codoceo
Por : Fernando Codoceo Activista de Derechos Humanos
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Que los directores de servicios –designados bajo el gobierno de la ex presidenta Bachelet  y activos militantes de algún partido de la Nueva Mayoría– no renuncien a sus cargos, tras las llegada del gobierno de la coalición de derecha, es una decisión, desde un punto de vista ético, vergonzosa, pues se trata de una maniobra administrativa que solo está tras las millonarias indemnizaciones económicas que deben ser pagadas por el Estado en el caso de no renunciar y tener que ser desvinculados por la nueva administración política. Es vergonzosa porque los dineros que deben ser utilizados no saldrán del bolsillo de algún adinerado ni pertenecen a una coalición política en particular, sino que se trata de fondos del Estado, es decir, son un patrimonio colectivo.

Es de conocimiento público, además, que los actuales directores no entraron por un sistema de concursabilidad pública verdaderamente imparcial y objetivo. Ellos fueron nombrados por su pertenencia partidaria y son quienes han sido responsables de estar en la primera línea implementando el que fuera el programa de gobierno de la Nueva Mayoría. No se trata, por ende, de funcionarios de carrera y técnicos expertos en el diseño e implementación de políticas públicas, sino que, en lo fundamental y en este contexto, fueron los mensajeros de la coalición política a la que pertenecen. Fueron nombrados para entusiasmar y captar adeptos, defender el gobierno de turno y proyectar política y electoralmente al partido y la coalición política a la que pertenecen.  

Esto va, sin embargo, más allá, pues se trata de un fenómeno que, de alguna manera, perfila a una parte importante de aquellos militantes que inscribieron sus nombres en algún partido de la antigua Concertación de Partidos por la Democracia y comenzaron a irrumpir en el espacio público tras el inicio de la transición democrática.

Ya se ha escrito bastante sobre ellos, no obstante, sigue siendo interesante nombrarlos y seguir definiendo algunos de los atributos con los cuales interactúan en el espacio público.

[cita tipo=»destaque»]Es a estos militantes noventeros que se le debe parte del último resultado electoral. Fueron mayoría los electores que están agotados de la chabacanería arribista y ostentosa de esta neo-izquierda-aspiracional. La derrota de la Nueva Mayoría fue, ante todo, un alzamiento en contra de esa clase política que es débil ante el dinero, que gusta del lujo, que es moralmente inconsecuente, ostentosa e intelectualmente superficial.[/cita]

En mi opinión son un síntoma bien nítido de la cultura política posdictatorial y, en el fondo, reflejan muy bien la calidad de la democracia con la cual nos gobernamos; es decir, aquella que está marcada por procesos que nunca acaban, que no sabe dónde están sus detenidos desaparecidos, que no fue valiente para emprender un verdadero ajustes de cuentas con el pasado, que no cerró Punta Peuco, que negoció justicia a medias por verdades incompletas, que se espantó y arrió las banderas ante los ejercicios militares de capitanes sin vocación democrática, que fue a defender a su dictador para librarlo de la justicia internacional y traerlo de vuelta para  ser la vergüenza del mundo en las mismas baldosas del terminal aéreo… y esto no es pura retórica: así como sucede con la vida de un ser humano, una sociedad que no enfrenta, con sinceridad y resolución, un pasado doloroso, no es capaz de vivir la vida con un sano equilibrio y el trauma no resuelto siempre está ahí, mostrándose de alguna forma y pidiendo que el alma sea sanada y liberada… al igual como acontece con un ser humano que es atormentado por el sufrimiento de un pasado que quiso, sin más, ser enterrado, las sociedades también enferman de vivir en el simulacro, de la falta de reconocimiento de lo vivido y de tener que convivir pacíficamente con quienes le han dejado marcas en el cuerpo y lacerado su espíritu.  

El militante noventero del que escribimos aquí es un producto de ese estado cultural. Es una especie que ha aprendido a vivir de la catástrofe, de la memoria dañada y de la relativización moral. Está donde tiene que estar. A él no lo mueven genuinamente las ansiedades colectivas, trabaja para sí mismo, toma lo que le sirve, ocupa y desecha. Su pragmatismo es aterrador y, de alguna manera, es una extensión de la cultura del narco, de esa en que todo es convertido en un negocio; donde se trabaja por dinero, no importando de donde venga; donde se puede ser violento, incluso, con los suyos; donde se graban conversaciones, se amenaza y se extorsiona; donde se tienen vigilantes de cuadra y clienteliza las conciencias de la población; donde se cultivan redes con “personalidades” que puedan protegerlos y les ayuden a desarrollar un tipo de poder que les permita controlar el territorio.

Es a estos militantes noventeros que se le debe parte del último resultado electoral.  Fueron mayoría los electores que están agotados de la chabacanería arribista y ostentosa de esta neo-izquierda-aspiracional. La derrota de la Nueva Mayoría fue, ante todo, un alzamiento en contra de esa clase política que es débil ante el dinero, que gusta del lujo, que es moralmente inconsecuente, ostentosa e intelectualmente superficial.

Desde un punto de vista político, ellos y ellas, son los verdaderos administradores de la democracia tecnocrática imaginada por Pinochet en el Discurso de Chacarillas. Es, por eso, a decir verdad, que ellos y ellas son los verdaderos hijos e hijas de la revolución conservadora… son las “Moscas” que siempre sobreviven, las que se adaptan al cambio, las que habitan y se multiplican en los basurales… las que van tras los muertos y se alimentan de sus cuerpos…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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