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Piñera cambió, nosotros también

Javiera López y Mario Tapia
Por : Javiera López y Mario Tapia Secretaria General FECH y presidente FEUTFSM
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Hoy día podemos afirmar que Piñera y el movimiento estudiantil cambiaron. Ambos aprendimos de su primer gobierno pero, ¿en que se manifestarán estos aprendizajes?,  ¿quién, en definitiva, se encuentra en una mejor posición frente al nuevo periodo?

Autodenominado heredero de la transición, las políticas en la medida de lo posible y el legado de personajes como Patricio Aylwin o Ricardo Lagos, Sebastián Piñera salió electo con un discurso muy distinto al del año 2009. Con una hoja de ruta envuelta en un ansioso halo de gobernabilidad, los énfasis de su programa tratan de reducir todo nudo de conflictividad social y apuesta por sacar adelante los grandes acuerdos por Chile como su prioridad.

Si en su programa de gobierno enfatizó en el mejoramiento de la calidad a la educación como un eje discursivo importante o durante plena campaña nos tapó la boca a todos al rendirse a la gratuidad para las instituciones privadas dueñas de CFT e IP, sabemos que esto sería un breve intento por mostrar que había cambiado. No cabe duda: tenemos un Piñera menos técnico y más político frente a nosotros. Pero no somos ingenuos. Sabíamos que su careta progresista caería más temprano que tarde.

Aquí van tres -de los varios- episodios que demuestran que su espíritu es el mismo:

  1. El nombramiento de Ricardo Sande: El nuevo jefe de gabinete del Mineduc puede leerse como una primera provocación. Todos recordamos  la negligente participación de Sande como presidente de la FEUC 2015. En ella no supo ni quiso cumplir con su rol de representante de los estudiantes y transgredió sistemáticamente las resoluciones democráticas de la Confech.
  2. Ingreso de Raúl Figueroa a la subsecretaría de educación: El cabecilla del think tank “Acción Educar” es parte de quienes no se cansaron de asistir a las comisiones del Congreso para frenar las reformas educacionales. La voz de este lobbista educativo representa una de las principales adversarias del movimiento estudiantil al denunciar en reiteradas ocasiones la “imposibilidad” de condonar la deuda del Crédito con Aval del Estado.
  3. Gerardo Varela, de columnista a ministro: Famoso por sus declaraciones en El Mercurio en donde el abogado describió a la educación como bien de consumo, Varela es un extraño en el mundo educativo. Hace algunos días nos llamó descaradamente a bajar las banderas, pues -a su parecer- el tiempo de las marchas había pasado. El broche de oro fue durante la semana pasada al darle un portazo a la educación pública al afirmar que no existirá trato preferente para las universidades estatales.

Pero, más allá de estas provocaciones, el cambio discursivo y estratégico de Piñera no es suficiente para asegurar gobernabilidad. El presidente de Chile parece olvidar el destino que tuvo la Concertación a través de una política de abrazos y con pactos a espalda de la gente.

No somos ingenuos. Aunque el empresario muestre una imagen más afable y republicana de sus prácticas, seguirá haciendo oídos sordos de lo que la ciudadanía movilizada ha demandado. Porque, si bien la política de los “grandes acuerdos” enaltece algunos aspectos de la vida nacional, también invisibiliza aquellos que subterráneamente se han puesto en agenda con el sudor y esfuerzo de cientos de miles que hemos dicho ¡basta!

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Se los advertimos. El fracaso de la Concertación, y que estará a la vuelta de la esquina durante este gobierno, será precisamente el uso de los consensos por arriba para ocultar el descontento social. No somos las voces de una “minoría ruidosa”, como nos caracteriza en su programa, somos parte de un movimiento social con garganta propia y muchos más brazos de lucha que años atrás.

Por nuestra parte, las y los estudiantes también hemos cambiado. En nuestros últimos años tuvimos como interlocutor a un gobierno de un alicaída Nueva Mayoría que tomó explícitamente nuestras consignas, las vació de contenido y no quiso impulsarlas con la profundidad y decisión necesaria. Muestra de aquello es que seguimos con un sistema educativo que permite el lucro, endeuda a las familias y castiga a la educación pública.

Pero, poco a poco ha vuelto a despertar la capacidad creativa y disruptiva de las nuevas generaciones de estudiantes, que no esperan el llamado de un líder iluminado, masculinizado o añoran la “edad de oro” de los tiempos pasados, sino que se rebelan ante las injusticias que mantiene el sistema educativo.

Eso lo vimos durante el 2017 con las movilizaciones de las instituciones en crisis -U. Arcis y U. Iberoamericana- quienes encarnan el negocio educativo; las universidades tradicionales como la UC y su pronunciamiento a favor de la ley de aborto en 3 causales o la UTFSM quien a punta de movilización lograron democracia y mejores condiciones de estudios. Otro ejemplo son las universidades estatales presionando por la modificación de la Ley de Universidades del Estado y la labor de cientos de compañeras al instalar transversalmente la necesidad y urgencia de avanzar en una educación feminista generando direcciones, protocolos y reglamentos en nuestras instituciones junto al compromiso de comunidades educativas en la erradicación del machismo en todas las esferas de nuestras vidas.

En el plano de la construcción local de cada institución, esta nueva generación deberá volver a conflictos concretos y directos que aquejan al estudiantado, identificar cuáles son las problemáticas inconclusas de años anteriores y mostrar la capacidad de conducir victorias dentro de las comunidades que permitan avanzar en la politización de sí mismas. De esta forma podremos generar la fuerza base de la movilización social y comprender la dura tarea que se viene en los siguientes cuatro años.

En el plano de la disputa nacional de las trasformaciones tenemos una condición favorable: la Confech en su totalidad se considera como opositora al gobierno de Piñera y no habrá medias tintas al defender el legado del movimiento estudiantil y enfrentar los intentos de profundizar la mercantilización de la educación.

En eso, vale la pena defender algunos aspectos de las reformas llevadas durante los últimos años referidos al acceso en educación, desmunicipalización, fin al copago o financiamiento a las universidades estatales. Un claro ejemplo es el fallo del TC recién anunciado en el que este declara inconstitucional la prohibición del lucro, dejando de lado más de 10 años de lucha como movimiento social por la educación. Esto restringe cada vez más avanzar hacia un Estado garante de derechos sociales donde la educación pública finalmente sea un espacio  de iguales.

Acá marcamos diferencia con quienes creen que por ser una nueva generación hay que esperar para movilizar. Esta nueva generación no espera nada del gobierno de Piñera y ve con claridad que cada palabra dicha no coincide con la práctica de sus ministros y jefes de gabinete y tampoco esperará pasivamente a los parlamentarios de ninguna bancada para llevar a cabo las transformaciones que exigimos para el sistema y aún siguen en deuda. Nuestra labor es fortalecer nuestro movimiento como una fuerza autónoma y energética  capaz de volver a conquistar las mentes y corazones de la ciudadanía.

Nos corresponde a los y las estudiantes de estas nuevas generaciones hacer historia, impulsando al gobierno de derecha a cumplir las demandas que venimos planteando hace muchos años. Piñera cambió, pero sigue manteniendo la esencia que ha mantenido a la gente movilizada. Para “mejorar la calidad en la educación” se debe prohibir el lucro, consolidar una educación donde la “libertad de elegir” no esté garantizada sólo para élites y construir una “sala de clases” para todas y todos, en donde sin importar nuestro género, clase o lugar de origen, seamos tratados como iguales y podamos vernos las caras en espacios libres de abusos y enriquecimiento a costa de nuestro futuro. Sólo así comenzaremos a cimentar las bases de una educación apta para los desafíos del siglo XXI.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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