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¿Por qué (no) se puede incluir a Pinochet en una muestra museográfica? Opinión

¿Por qué (no) se puede incluir a Pinochet en una muestra museográfica?


La reciente inclusión del dictador Pinochet en la última exhibición museográfica del Museo Histórico Nacional (MHN) de Santiago de Chile, llamada “Hijos de la Libertad. 200 años de Independencia”, ha provocado críticas por redes sociales. Autoridades e instituciones como el Museo de la Memoria y el Instituto Nacional de DDHH han arremetido contra la exposición que, señalan, constituiría una apología al dictador.

La crítica descontextualizada, centrada en un elemento de un conjunto expositivo, ha provocado que un gobierno de derecha censure, en democracia y a pedido de sectores de izquierda, una propuesta de reflexión en torno a la historicidad del concepto de libertad.

La muestra en cuestión, de la que poco se ha descrito en los medios, intenta ir más allá de la ritualidad conmemorativa que la fecha implica (2018, conocida como «el otro bicentenario»). Busca promover una reflexión acerca de qué y por qué conmemoramos la independencia, qué conceptos moviliza y cómo estos se han resignificado a lo largo de 200 años. El proyecto general establece abordar museológicamente las ideas ilustradas de libertad, igualdad y fraternidad que gatillaron el proceso revolucionario-independentista: pues es a ellas a las que la república ha apelado de manera recurrente desde sus inicios. Ésta muestra constituía la primera de 3 exposiciones, centrada en problematizar la libertad y los procesos y actores sociales que la cautelan y cuestionan.

En su narración, cuando se refiere a la dictadura, el guion es claro. “Más de un siglo y medio después de aquella independencia, el país se jactaba de su construcción democrática, de la confiabilidad de sus instituciones, de la estabilidad de su sistema político, de la ampliación en la participación social y ciudadana, entre otros […] Algunos pensaban que una limitación de la democracia no era posible en Chile. Pero otra vez en un día de septiembre, una importante transformación estaba por ocurrir, y esa idea se demostraría como una completa falacia.

[cita tipo=»destaque»]Con todo, un debate sobre la musealización de la figura de Pinochet, creemos, pierde fuerza al girar en torno a la inclusión –o no- de él en una exposición. Pues asumir que se le legitima, honra y ensalza sólo por el hecho de su ingreso a un museo es una visión decimonónica de lo que un museo (en potencia) performa hoy en día. De fondo, proponemos, las preguntas deben ser ¿para qué? y ¿cómo? la musealización de Pinochet y el discurso dictatorial puede ayudar a interrogar el discurso de la libertad en el presente. Finalmente, nos gustaría cerrar esta columna invitando a observar e interrogar la muestra en cuestión, sin embargo, ésta ha sido cerrada suprimiendo la posibilidad y libertad de hacerlo. [/cita]

Un golpe de Estado, alguna vez inimaginable en Chile, efectivamente ocurrió e instaló una violenta dictadura por más de 16 años. Así se estableció una fractura democrática en la construcción nacional, que suprimió las libertades que se creían indisociables de la ciudadanía chilena. Paradojalmente, todo aquello se realizó en nombre de la libertad. (…) La libertad, en ese entonces, volvía a resignificarse” (MHN, 2018, p.16).

La moneda de 10 pesos de la época dictatorial, con el ángel de la libertad cortando las cadenas del supuesto régimen marxista en ciernes, es quizás la expresión más icónica y materialmente concreta del mito totalizante que alimentó la dictadura sobre la “gesta de liberación nacional” cometida por los “valientes soldados” el 11 de septiembre de 1973. Desde ahí resultaría interesante apreciar la instrumentalización de la noción de libertad por parte del dictador y su régimen cívico-militar. ¿Se puede tematizar todo aquello en una muestra museográfica? Por supuesto que sí, se puede y es necesario. La pregunta, evidente, es ¿de qué modo?

El modo criticado, que forma parte de un conjunto de intervenciones, es un panel que exhibe la selección de fragmentos de 14 discursos sobre la libertad que daban cuenta de posiciones diversas e incluso antagónicas al respecto. El problema es que los discursos fueron asociados a un retrato en primer plano del emisor del mensaje, de manera simétrica y cronológica, sin distinción ni jerarquía. Esto fue recibido por algunos visitantes de modo violento, y con justa razón. De hecho, nos parece repulsivo ver la imagen del dictador en conjunto con presidentes elegidos democráticamente (Bachelet, Aylwin, Allende) y grandes intelectuales y políticos (Neruda, Mistral, Caffarena, Recabarren, Lastarria, Bello, entre otros).

La respuesta inmediata dada por parte del Museo Histórico Nacional (MHN) a las duras criticas fue que la selección del discurso y retrato de Pinochet no “fue debidamente aclarado en el diseño de la muestra” y que se disculpan, pues “la libertad de pensamiento y de expresión no está por sobre los derechos humanos”. Con esta defensa, instalan un juicio de valor que confunde género y especie en cuanto a los DDHH, y dicen poco respecto al debate que nos parece más interesante: aquel que se pregunta por si se debe (o no) incluir al dictador en una exhibición museográfica y cuál es el rol social de los museos en el mundo contemporáneo.

La idea del museo como una de las instituciones pilares de la sociedad moderna, destinada a legitimar, reafirmar y socializar sobre las verdades e ideas dominantes del Estado-Nación, resulta estrecha para evaluar su función social. Los museos actuales (por más que hayan nacido en el siglo XIX o XX) deben historizar aquello que muestran en aras de instalar una reflexión crítica en el espacio público. En este contexto, incomodar con ciertas apuestas, así como irritar con ciertos contenidos discursivos-estéticos, son resultados intrínsecos de la función y responsabilidad al cual deberían estar llamados hoy.

El personaje y el mensaje, en efecto, pueden estar, pero presentado del modo adecuado para que el visitante logre posicionarse críticamente frente a ellos. Desde nuestro punto de vista, hubiese sido interesante dejar en evidencia la paradojal búsqueda de libertad en distintos períodos. La misma frase, por ejemplo, puesta en relación con la icónica imagen de la moneda incendiada hubiese sido mucho más efectiva en instalar, al menos, la contradicción. Y esto no sólo para Pinochet, por extensión, se podrían haber instalado elementos para la crítica de otros personajes y discursos políticos; por ejemplo los del centenario como los del bicentenario (Vicuña Mackenna, Aylwin, Bachelet, entre otros). Se podría haber presentado físicamente en oposición a otros discursos sobre libertad (en un panel enfrentado). Incluso, más provocador aún hubiese sido incluir actuales discursos de “libertad” y evidenciar similitudes con las palabras del dictador.

Con todo, un debate sobre la musealización de la figura de Pinochet, creemos, pierde fuerza al girar en torno a la inclusión –o no- de él en una exposición. Pues asumir que se le legitima, honra y ensalza sólo por el hecho de su ingreso a un museo es una visión decimonónica de lo que un museo (en potencia) performa hoy en día. De fondo, proponemos, las preguntas deben ser ¿para qué? y ¿cómo? la musealización de Pinochet y el discurso dictatorial puede ayudar a interrogar el discurso de la libertad en el presente.
Finalmente, nos gustaría cerrar esta columna invitando a observar e interrogar la muestra en cuestión, sin embargo, ésta ha sido cerrada suprimiendo la posibilidad y libertad de hacerlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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