Señor Director:
Soy una mujer de 87 años, toda mi vida he vivido aquí, en la comuna de La Reina; ésta ha sido una larga historia que se remonta al año 1940, cuando aún no existían caminos, por ese entonces debíamos llegar a caballo. Estos faldeos precordilleranos eran unos cuantos espinos y un montón de piedras. Mi padre apostó por estos pedregales que al cabo de unos años convirtió en un vergel. Cuando yo me casé también aposté por un pedazo de cerro; para construir mi casa tuve que dinamitar rocas, cada árbol plantado requirió mucho esfuerzo. Hoy tengo un pequeño bosque, una pequeña isla entre un montón de condominios nuevos. Hoy me dicen que tengo que vender, que esto vale mucho y que mis árboles valen un comino.
¿Por qué tengo que vender? Porque la contribuciones son impagables. Esto no es justo, yo tengo todo el derecho a vivir hasta el último día de mi vida en el lugar donde crié a mis hijos y por el que ya he pagado suficiente durante décadas. ¿Cómo es posible que en plena vejez me cobren más de diez veces lo que pagaba cuando era joven?, ¿acaso los viejos y las viejas tenemos que aceptar las lógicas del mercado? ¿A quién se le ocurrió tamaña aberración?
Señor Director, yo quiero a través de su diario levantar la voz por mí y por todos los viejos que están siendo injustamente avasallados.
Gabriela Moreno Stevenson