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El panorama presidencial de la derecha Opinión

El panorama presidencial de la derecha

Camilo Garber
Por : Camilo Garber Ciencia Política Universidad Diego Portales
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Con especial fuerza, desde Bachelet I, se ha instalado el tema de la cuestión sucesoria presidencial. Y es que durante el primer mandato de la expresidenta, las coaliciones de gobierno y oposición no han trepidado en posicionar, cada vez con mayor antelación, a los próximos candidatos presidenciales. Fenómeno especialmente interesante, en la medida en que los últimos tres gobiernos han fracasado en mantener la presidencia.

Bachelet I, en el caso más sorprendente por la gran popularidad de su gobierno, perdió con Frei Ruiz-Tagle. Piñera I, en el más esperable, tanto por el desorden en la Coalición y la fortaleza de la candidata de oposición, perdió con Matthei. Y Bachelet II volvió a ser derrotada, esta vez con Guillier, en atención a la dispersión de la izquierda y centroizquierda.

Formulada como la “Segunda Transición” (concepto acuñado por Alejandro Foxley y adoptado por el presidente Piñera), la derecha ha presentado un plan de gobierno proyectado a ocho años. De esta forma, resulta del todo interesante indagar entre sus presidenciables.

[cita tipo=»destaque»]A diferencia de lo ocurrido en la pasada campaña con el presidente Piñera, hasta el momento la derecha no se ha manifestado explícitamente en favor de uno de los candidatos. Y tampoco lo hará. Al menos hasta que uno de ellos se logre posicionar con mayor fuerza. La coalición de derecha no está dispuesta, ni tiene las condiciones para sostener una batalla interna y esperará, a cambio, a que sean los candidatos y la opinión pública los que reduzcan el abanico de opciones.[/cita]

Actualmente, son cinco los presidenciables en la derecha, ya sea por posicionamiento en las encuestas, impulso oficialista o declarado afán propio. Ellos son el líder de Acción Republicana, José Antonio Kast; el alcalde UDI de Las Condes, Joaquín Lavín; el senador de Renovación Nacional, Manuel José Ossandón; el Ministro de Desarrollo Social, independiente y cercano a Piñera, Alfredo Moreno y el senador Evópoli, Felipe Kast.

J.A. Kast ha optado por una política de exposición permanente. Asiste a todos los foros a los que lo invitan, escribe columnas de opinión y es muy activo en las redes sociales. Su principal fortaleza es, a la vez, su principal debilidad: es un candidato de amor y odio, incapaz de forjar las necesarias alianzas de gobierno. Sus seguidores, ahora nucleados en torno al movimiento Acción Republicana, lo apoyan pues sería capaz de “decir las cosas que nadie se había atrevido antes”. Sus detractores, en tanto, lo desestiman por su populismo, su lenguaje virulento y extremo conservadurismo. J.A. Kast verá desgastada su figura y desvirtuada por su constante victimización, tocando un techo electoral no mucho mayor a lo obtenido el 2017.

Lavín también ha seguido una estrategia de exposición, aunque protegido por la alcaldía. Manteniendo su forma “cosista” de entender la política, ha optado por posicionarse en temas de alto impacto social: la delincuencia, el acoso callejero y, últimamente, la integración urbana. Aquí se nota la mano de su asesor Gutiérrez-Rubi. Lavín es un buen candidato de cara a la ciudadanía, pues construye una atractiva imagen mediática. Sin embargo, la cada vez más escrutadora y atenta opinión pública difícilmente olvidará su rol en la dictadura y esa suerte de liviandad política con que se ha cubierto. De aspirar más seriamente a la presidencia, deberá contar con el apoyo de Piñera, siempre reticente y distante de su figura.

El senador Ossandón ha optado por una exposición media. Desde la trinchera de la “derecha social”, se ha mantenido como crítico moderado del gobierno del presidente Piñera. Si bien fue derrotado inapelablemente en las primarias, cuenta con un bolsón de votos importante que lo erige como representante del alicaído socialcristianismo chileno, cuya última bandera de lucha consiste en la oposición al aborto libre.

El caso del ministro Moreno es el menos alentador. A pesar de ser sindicado como el delfín del presidente y de su frenético despliegue territorial, no logra convencer. Moreno, siguiendo la clásica distinción weberiana, no es un político profesional: no tiene carisma y su vocación es dudosa, pues no ha logrado despercudirse de su pasado como empresario. El empuje del gobierno, situándolo como líder en el Plan Impulso Araucanía y la Comisión de Infancia, han sido insuficientes. El ministro necesitaría de un evento rimbombante (como lo fue el rescate de los mineros para Golborne) para posicionarse.

Finalmente, tenemos al senador F. Kast. Su estrategia consiste en tener menos exposición. A pesar de representar a la región “más política” por ser locus de conflictos étnicos, territoriales, medioambientales y económicos, el líder de Evópoli se contentó con insertar dentro del gobierno su eslogan (porque aún no se convierte en política) de “los niños primero”. Parece, hasta el momento, la decisión más acertada. Kast ha logrado construir un partido político y un centro de estudios que lo apoyan como único referente, lo que le permite mantenerse tranquilo en la pole position hasta que comience formalmente la campaña presidencial.

A diferencia de lo ocurrido en la pasada campaña con el presidente Piñera, hasta el momento la derecha no se ha manifestado explícitamente en favor de uno de los candidatos. Y tampoco lo hará. Al menos hasta que uno de ellos se logre posicionar con mayor fuerza. La coalición de derecha no está dispuesta, ni tiene las condiciones para sostener una batalla interna y esperará, a cambio, a que sean los candidatos y la opinión pública los que reduzcan el abanico de opciones.

Sí lo ha hecho el presidente, precisamente, por el candidato que parece más débil. Y es que en el Chile reciente, parece mejor no contar con el apoyo del presidente.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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