Publicidad
Los discursos de odio: la descomposición social que se incuba con fuerza en la derecha Opinión

Los discursos de odio: la descomposición social que se incuba con fuerza en la derecha

Daniela López
Por : Daniela López Militante de Izquierda Autónoma e investigadora del Centro de Estudios Socioculturales CESC.
Ver Más

Los ataques y promoción de la impunidad deben entenderse como un problema político no aislado, ni casual. Hablan de la necesidad de ampliar la democracia y con ello, la política a la sociedad. Esta necesidad interpela a todos los actores políticos que creen en la democracia como forma de organizar y dirimir las diferencias legítimas. Ahora bien, una responsabilidad singular le cae al Presidente Piñera, pues es en su sector y una parte de sus votantes, donde se está incubando con mayor fuerza esta descomposición de la convivencia social y alzándose el autoritarismo como resolución de los conflictos


Anhelos de otra justicia social pujan por ampliar los límites de una estrecha democracia.

Como país llevamos una década de alta de movilización y conflictividad social (movimiento estudiantil 2006, 2011, No más AFP, protesta feminista, como algunos ejemplos). Sin embargo, este último ciclo de movilizaciones no ha encontrado espacio en la institucionalidad política que sea capaz de canalizarlas de forma legítima, lo que es vital considerar porque ha generado una enorme tensión en la misma sociedad: universidades y colegios en toma todos los años, el apuñalamiento de tres compañeras en la última marcha por el aborto libre, seguro y gratuito -marcando un hito espeluznante en esta historia-. La sensación de impunidad social y de vivencia de desigualdad se toman lo público.

En Chile con la dictadura se gestó una de las transformaciones sociales más profundas y brutales que cobija dolorosamente nuestra historia. Una avanzada autoritaria que no termina con la vuelta a la democracia. La democracia pactada de la transición tenía más afán de control por parte de la elite que la apertura a forjar un consenso social más amplio. En este sentido, la transición también excluye a la sociedad porque las condiciones que significó el tránsito de la dictadura a la democracia se cimentaron en la continuidad de rasgos vertebrales del autoritarismo: rechazar la deliberación social para no alterar consensos políticos y económicos de la élite jamás transparentados. Una élite conservadora que siembra las condiciones para un nuevo autoritarismo inspirado en la incuestionable y por tanto impune producción política de la desigualdad. De esta manera, y como espejo, se abren espacios a impulsos de dicho autoritarismo en el seno de la sociedad, que se han venido incubando y que tienen todo que ver, de una u otra forma, con las puñaladas que reciben compañeras en una marcha y con la legitimación de la impunidad.

[cita tipo=»destaque»]La historia nos ha enseñado que la clave autoritaria ha tenido como finalidad la negación y aniquilamiento de quienes apuestan por cambios transformadores para la instalación, sin discusión ni oposición, del modelo neoliberal que precariza la vida de las mayorías sociales y en particular de las mujeres. La lucha feminista que vivenciamos permite pensar y actuar por una sociedad más humana donde radica una potencia para dar respuesta a la lucha por derechos humanos, a la crisis del SENAME, a la violencia de género, a la carencia de derechos sociales, sexuales y reproductivos, a la producción política de la desigualdad. El desafío para las fuerzas de cambio, entonces, es defender precisamente esta lucha que es la defensa misma de la democracia.[/cita]

Esta enorme producción de desigualdad social que no es homogénea sino que contiene desigualdad de género se sustenta en clave autoritaria, siendo incompatible con procesos de democratización social, política y económica. Por tanto los ataques, discursos de odio, promoción de la impunidad deben entenderse como un problema político no aislado, ni casual. Hablan de la necesidad de ampliar la democracia y con ello, la política a la sociedad. Esta necesidad interpela a todos los actores políticos que creen en la democracia como forma de organizar y dirimir las diferencias legítimas. Ahora bien, una responsabilidad singular le cae al Presidente Piñera, pues es en su sector y una parte de sus votantes donde se está incubando con mayor fuerza esta descomposición de la convivencia social y alzándose el autoritarismo como resolución de los conflictos. Si se elude la responsabilidad de hacer política democrática y abrir canales para la misma, caerá finalmente sobre sus hombros la responsabilidad de que se ponga en riesgo la democracia.

La historia nos ha enseñado que la clave autoritaria ha tenido como finalidad la negación y aniquilamiento de quienes apuestan por cambios transformadores para la instalación, sin discusión ni oposición, del modelo neoliberal que precariza la vida de las mayorías sociales y en particular de las mujeres. La lucha feminista que vivenciamos permite pensar y actuar por una sociedad más humana donde radica una potencia para dar respuesta a la lucha por derechos humanos, a la crisis del SENAME, a la violencia de género, a la carencia de derechos sociales, sexuales y reproductivos, a la producción política de la desigualdad. El desafío para las fuerzas de cambio, entonces, es defender precisamente esta lucha que es la defensa misma de la democracia.

El autoritarismo es una cuestión latente de la que lamentablemente la Concertación nunca se hizo cargo institucionalizando, en serio, un «nunca más». En el presente, la clave es abrir la democracia para que las tensiones latentes de la sociedad chilena se puedan resolver legítimamente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias