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La ambivalencia del sentimiento humanitario: El caso de los presos de Punta Peuco Opinión

La ambivalencia del sentimiento humanitario: El caso de los presos de Punta Peuco

Ángel Aedo
Por : Ángel Aedo Académico Antropología UC & CIIR. Investigador Proyecto Fondecyt 11170956
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La segunda mitad del presente año ha estado marcada por un auge de sentimientos humanitarios en la reevaluación de las penas de militares en retiro y exagentes del Estado condenados por graves violaciones a los Derechos Humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet. El 30 de julio pasado, la Corte Suprema emitió una serie de fallos sin precedentes en su naturaleza, otorgando la libertad condicional a cuatro exoficiales del Ejército y un suboficial de Carabineros retenidos en el penal de Punta Peuco y sentenciados por delitos de tortura, secuestro y homicidio. El momento compasional que vive hoy nuestro país ha alcanzado una paradigmática expresión en la iniciativa del Gobierno, denominada “ley humanitaria”, que busca otorgar beneficios de libertad condicional para presos –incluyendo los que hayan cometido crímenes de lesa humanidad– en situación de grave enfermedad. Los recientes fallos de la Suprema, el debate legislativo que condujo a la fallida acusación constitucional de tres de sus ministros, y el reciente recurso de diputados de la UDI a la Comisión Interamericana de DD.HH con objeto de hacer valer razones humanitarias por sobre el arrepentimiento eficaz y la colaboración con la justicia para liberar a reclusos de Punta Peuco, son algunas reverberaciones de este impulso compasional.

¿De qué nos habla esta serie de eventos en la historia del presente de Chile? ¿Cómo el lenguaje de lo humanitario ha adquirido tal paradójica gravitación? La entrada de emociones y valores humanitarios en la esfera pública revela cambios importantes en la manera en que los sentimientos morales se entrelazan al punto de confundirse con intereses políticos y acciones decisivas de la justicia. Sensibilidades y emociones de orden moral animan explícitamente la toma de decisiones tanto en el Parlamento como en la Justicia y el Ejecutivo, alimentando la retórica y legitimando las acciones.    

[cita tipo=»destaque»]El impulso humanitario juega un papel central en nuestro siglo. Diversos estudios han observado sus manifestaciones concretas en varias regiones del planeta. En el Chile actual dicho fenómeno adquiere una forma, a la vez, radical y paradójica. Esto es porque nuestro país está asistiendo a una progresiva sedimentación de una economía moral neoliberal, donde reivindicaciones políticas compiten y se confunden con reclamaciones humanitarias. El discurso humanitario tiende a presentarse en la mayoría de los casos como neutral y universal. En lugar de apelar a derechos ciudadanos, el humanitarismo reivindica ante todo la supremacía de los Derechos Humanos. A fin de cuentas, ¿no todos compartimos la condición de pertenencia a la Humanidad? ¿No se espera de nosotros dar prueba de humanidad ante el sufrimiento del prójimo?  He ahí parte del poderío y eficacia de este discurso, que el antropólogo Michel Agier tilda de totalitario.[/cita]

El impulso humanitario juega un papel central en nuestro siglo. Diversos estudios han observado sus manifestaciones concretas en varias regiones del planeta. En el Chile actual dicho fenómeno adquiere una forma, a la vez, radical y paradójica. Esto es porque nuestro país está asistiendo a una progresiva sedimentación de una economía moral neoliberal, donde reivindicaciones políticas compiten y se confunden con reclamaciones humanitarias. El discurso humanitario tiende a presentarse en la mayoría de los casos como neutral y universal. En lugar de apelar a derechos ciudadanos, el humanitarismo reivindica ante todo la supremacía de los Derechos Humanos. A fin de cuentas, ¿no todos compartimos la condición de pertenencia a la Humanidad? ¿No se espera de nosotros dar prueba de humanidad ante el sufrimiento del prójimo?  He ahí parte del poderío y eficacia de este discurso, que el antropólogo Michel Agier tilda de totalitario.

Pero volvamos a la paradójica reivindicación de los principios humanitarios para liberar a presos de Punta Peuco, condenados por crímenes de lesa humanidad. En este caso vemos cómo el vocabulario de la compasión y de lo humanitario se ha insertado en el corazón del razonamiento de autoridades de Gobierno, parlamentarios y jueces de la Corte Suprema; sirviendo tanto para describir lo que está en juego como para fundamentar sus deliberaciones y proposiciones. Lógicamente, podría argüirse que existe una dosis de cinismo cuando el lenguaje de los sentimientos morales es utilizado para producir impunidad al poner en marcha medidas que fragilizan el restablecimiento de la verdad, la justicia y la reparación. Pero, más allá de la siempre factible instrumentalización del discurso humanitario, cabe preguntarse, ¿por qué hoy en día el lenguaje de los afectos y valores parece tener un rendimiento político tan alto? Lejos de separarse, lo que vemos en la práctica son entrelazamientos y amalgamas de reclamaciones humanitarias e intereses políticos; las iniciativas gubernamentales se visten de argumentos humanitarios y las organizaciones humanitarias se politizan. Las implicancias morales y políticas aún por definirse de tales transformaciones nos obligan como sociedad a no eludir la espinosa pero necesaria pregunta: ¿qué ganamos y qué perdemos con el cambio cuando invocamos una enfermedad grave antes que aprender de la violencia de Estado, cuando movilizamos la compasión a falta de justicia?

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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