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Piñera-Bachelet: empieza la cuarta temporada Opinión

Piñera-Bachelet: empieza la cuarta temporada

José Rodríguez Elizondo
Por : José Rodríguez Elizondo Periodista, diplomático y escritor
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Como si fuera una teleserie de Netflix, los escenarios y protagonistas principales de la transmisión del mando presidencial, en Chile, fueron los mismos de las tres temporadas anteriores. Cuando Sebastián Piñera termine su período, nuestro país habrá completado 16 años de alternancia bipersonal y los viudos(as) de Michelle Bachelet estarán intentando una temporada quinta. Esto no habla bien de la renovación de liderazgos democráticos, pero permite conocer hasta el tuétano a ambos jefes de Estado y decodificar mejor sus circunstancias.  


Bajo la lupa de sus ocho años de gobierno, Bachelet se confirmó como una política ideologizada, superdesconfiada y bastante terca. Su decisión de enviar al Congreso un proyecto de Constitución Política, a tres días del final, lo ratificó con creces. Creyó más en la simbología que en la realidad, no dijo quién o quiénes le redactaron el texto, no hay actas de supuestos debates y ningún partido de su coalición fue consultado. En suma, un íntimo “saludo a la bandera”, pues Piñera no va a priorizar en su agenda ese endoso intempestivo.

Bachelet también se ratificó, hasta el último minuto, como irresoluta y misteriosa en las materias vinculadas con los uniformados. Abandonó Palacio sin hacer efectiva la responsabilidad del jefe de Carabineros, institución ayer prestigiosa a nivel global y hoy inmersa en una crisis grave por actos de corrupción. Además, mientras entregaba la banda presidencial, los periodistas seguían preguntando si había firmado el decreto por el cual cerraba el polémico penal militar de Punta Peuco. Fue una promesa sin testigos, que ella hizo a una víctima de la dictadura de Pinochet. Nunca la ratificó de manera asertiva, pero calzaba con ese “distanciamiento afectivo brutal” que, según propia confesión, experimentó hacia los uniformados tras el golpe del 73.

Como contrapartida, la ex Presidenta demostró que su aversión al riesgo limitaba con la gratificación generosa y tácita a sus leales. La cantidad de nombramientos, destinaciones y sinecuras concedidas durante su última semana dio pábulo, a propios y extraños, para evocar las “leyes de amarre”. Esas con que Pinochet quiso lastrar el inicio del Gobierno de Patricio Aylwin.

[cita tipo=»destaque»]Desde ese nuevo talante, sus irreprimibles chascarros (“piñericosas”) le son perdonados y su asertividad luce tan necesaria como refrescante. Durante los días previos a la toma de posesión supo decir, sin circunloquios, que en Venezuela existe una dictadura, que hay terrorismo real en La Araucanía, que el Papa no es infalible en materias de este reino (“erró” en el caso de un obispo bajo sospecha) y que en lugar de cerrar Punta Peuco mejorará el nivel de dignidad de los otros recintos carcelarios.[/cita]

La reingeniería de un jefe

La performance de Bachelet sirvió para destacar la reingeniería que se aplicó Piñera, su reverso pragmático. Este comenzó borrando su imagen previa de Presidente chacotero, con trajes de mala confección, que jugaba futbolito en un patio de La Moneda. Gracias a su experiencia procesada, sus canas compactas y su esposa Cecilia, hoy se ajusta a la majestad del cargo, usa ropa a la medida y comienza a lucir la serenidad de los senior statesmen.

Desde ese nuevo talante, sus irreprimibles chascarros (“piñericosas”) le son perdonados y su asertividad luce tan necesaria como refrescante. Durante los días previos a la toma de posesión supo decir, sin circunloquios, que en Venezuela existe una dictadura, que hay terrorismo real en La Araucanía, que el Papa no es infalible en materias de este reino (“erró” en el caso de un obispo bajo sospecha) y que en lugar de cerrar Punta Peuco mejorará el nivel de dignidad de los otros recintos carcelarios.

Procesando al toque la experiencia con Odebrecht de otros mandatarios, puso sus muchos millones en un fideicomiso ciego, incluyendo algunos milloncitos adicionales de su familia. En paralelo, designó un equipo de ministros que da confianza a su sector político y no luce fácilmente acribillable para la oposición. Como novedad llamativa, designó como canciller al escritor Roberto Ampuero, ex comunista y actual liberal de la escuela vargasllosiana. Será el encargado de conducir la conflictiva relación con Bolivia, en el marco del proceso que esta semana se reactiva en La Haya.

Colofón trilateral

Incidentalmente, la presencia de Evo Morales en la ceremonia del domingo coincidió con la exhibición, en su país, de una “bandera” de 197 kilómetros alusiva a su demanda contra Chile. Habrá que ponderar si dicho banderazo vale más que sus buenas palabras y el abrazo que le propinó a su hermano Presidente Piñera. En todo caso, no se quedó a almorzar con el recién ungido y los otros mandatarios asistentes, quizás porque entre estos ya no estaban sus patas bolivarianos.

Pedro Pablo Kuczynski, el Presidente peruano, sí estuvo allí y devoró sus centollas. Dadas su afinidad con Piñera, podría pensarse que, si no estuviera acosado por el fujimorismo de la tendencia Keiko, estaríamos en un momento bilateral inmejorable. Se daría la triple razón que expuso en su obra el otrora influyente intelectual y diplomático Juan Miguel Bákula: voluntad política (el genio), capacidad para impulsarla (el poder) y la convergencia de circunstancias para concretarla (la oportunidad).

Por cierto, intentar esa proeza sería un golpe muy duro para Evo y una gran tarea para chilenos y peruanos con imaginación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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