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La política del pernil Opinión

La política del pernil

Benito Baranda
Por : Benito Baranda Convencional Constituyente, Distrito 12
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A una semana del cambio de mando en Chile, donde un nuevo Presidente con su equipo asumen el desafío de conducir la Nación, muchos aspiramos a que la construcción del país, de la comunidad humana de este territorio, sea en base al reconocimiento de la dignidad de cada cual y que éste no dependa de la jerarquía social, cultural, económica…etc., y para lograr esto se requiere de tiempo. Es necesario activar procesos en muchos de los territorios más excluidos para que las personas, familias y las comunidades en general puedan asumir progresivamente mayor control sobre su vida y destino


En plena crisis de fin de año en Venezuela, el gobierno debía cumplir con un compromiso de campaña: en la noche de año nuevo las familias recibirían para la cena, un pernil. Todo se complicó ya que no había disponibilidad en el mercado interno y –según señalaron las autoridades- EEUU y Portugal no los enviaron, sin embargo, finalmente llegaron 40 toneladas desde Colombia, esto último algo alivió la tensión social.

En esos días reflexioné acerca de los compromisos electorales en nuestro país, de las expectativas levantadas, de los discursos en medio del calor de la contienda que muchas veces no consideran los tiempos de la construcción de la política social, de los cambios en el escenario económico…etc. Por eso he bautizado a los ofertones, es decir a las transferencias que no fortalecen el desarrollo de las personas y sus comunidades y a los programas sociales respectivos, como ‘la política del pernil’, casi como un opio que satisface a las personas, pero que no modifica su situación de vida y no le permite acceder a una mayor justicia social. Estos «perniles» son los usurpadores de dignidad, las acciones humillantes que terminan por horadar la integralidad del ser humano, y sus costos son generalmente muy altos: sociedades fragmentadas y clientelistas, ruptura de la vida comunitaria y violencia exacerbada, mayor inseguridad y menor densidad en las relaciones sociales, inmediatismo y baja tolerancia a l frustración en los adultos. Se terminan por construir –como ya algunos autores lo han definido- sociedades humillantes que deterioran fuertemente a las personas y a su entorno social. Políticas basadas casi exclusivamente en  subsidios y transferencias, terminan siendo a largo plazo un auténtico suicidio de la dignidad y de la vida en común. ¡No somos ratitas de Pavlov!

El sociólogo español Joaquín García Roca señala que una sociedad es segura cuando las personas que la forman no son despreciadas por nadie, pero sobre todo cuando no son humilladas por las instituciones que la conforman.

A una semana del cambio de mando en Chile, donde un nuevo Presidente con su equipo asumen el desafío de conducir la Nación, muchos aspiramos a que la construcción del país, de la comunidad humana de este territorio, sea en base al reconocimiento de la dignidad de cada cual y que éste no dependa de la jerarquía social, cultural, económica…etc., y para lograr esto se requiere de tiempo. Es necesario activar procesos en muchos de los territorios más excluidos para que las personas, familias y las comunidades en general puedan asumir progresivamente mayor control sobre su vida y destino. Vincular la estructura de oportunidades con estos espacios más marginados es una tarea prioritaria de la política social, en ello hemos avanzado como país en estas últimas décadas, sin embargo aún queda una larga labor por realizar, esperamos que se haga con este horizonte  -y no cortoplacista– para no hipotecar la existencia de tantos y tantas que ya lo han pasado bastante mal en estos tiempos y aun esperan.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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