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Cuenta pública 2018: ¿la forja de identidad del relato piñerista? Opinión

Cuenta pública 2018: ¿la forja de identidad del relato piñerista?

Marco Moreno Pérez
Por : Marco Moreno Pérez Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile.
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La cuenta pública del viernes será la última oportunidad que tendrá Sebastián Piñera para instalar una narrativa que le dé dirección, voluntad y justificación a su apuesta de cambio y medidas de política. Solo de esta forma dicho discurso se podría constituir en un vector de identidad que permita, con su mensaje, encaminar la acción del Gobierno en los próximos meses.


A pocas horas de lo que será la primera cuenta pública de la actual administración, se ha instalado en la opinión pública, el oficialismo y en la oposición la discusión acerca de lo que está en juego en el contenido del discurso que entregue el Presidente. Nos referimos al trasfondo de lo que se delineará el viernes 1 de junio y no tanto al conjunto de anuncios o medidas de políticas que se darán conocer. El subtexto de la cuenta pública mostrará, en cierta forma, cómo se resolverán las disputas que están tensionado a La Moneda en relación con su proyecto de Gobierno. En especial la tensión por la agenda de libertades individuales que divide y fragmenta a la coalición de derecha.

Lo que constatamos es que, próximos a los primeros cien días de gestión, la actual administración no ha logrado forjar una identidad. Hay que recordar que en su primer mandato el Gobierno de Piñera se caracterizó por carecer de relato. Su foco en la gestión y eficacia directiva –que derivó en una distante impronta tecnocrática de los asuntos públicos– a muy poco andar terminó mostrando serios problemas de capacidad de gobierno para procesar problemas y ofrecer respuestas.

Esta segunda administración arrancó su gestión de forma auspiciosa. Con enormes expectativas, producto de un triunfo electoral indiscutible, con una coalición ordenada, un liderazgo claro y con una economía al alza y apoyo de actores claves. Además, en contraste con el Gobierno que terminaba, el punto de comparación aparecía muy bajo. Bastó con algunas medidas de efecto comunicacional, próximas al fondo simbólico de los gobiernos de derecha, como la señal de autoridad frente a Carabineros, el foco en la gestión eficaz para abordar la crisis del Sename o el llamado a la unidad nacional expresado en la convocatoria a los cinco acuerdo nacionales. Estas acciones buscaban mostrar de manera eficaz el manejo simbólico de lo inmediato por parte de La Moneda.

[cita tipo=»destaque»]El problema de falta de identidad –relato, proyecto o mito de Gobierno– se ha manifestado en que las “pequeñas humillaciones” autoinfligidas –los «campeones» del ministro Varela, el protocolo sobre aborto, los dichos de Hernan Larraín acerca de los jueces y sus reuniones opacas con el Fiscal Nacional, la embajada de Polo Piñera, el Harvard Gate de Felipe Larraín, el televisor de Cerro Castillo o la frustrada gira a Europa del Mandatario, entre otros desaciertos– rápidamente han perforado el guión comunicacional del Gobierno y han hecho perder el control de la agenda.[/cita]

Sin embargo, la cuidada estrategia comunicacional, enfocada en el manejo de la inmediatez, no logró suplir la ausencia de relato, proyecto político o de lo que hoy se denomina más propiamente el “mito de Gobierno”.

Según Mario Riorda –una voz autorizada en temas de comunicación gubernamental– todo Gobierno, en especial a la hora de comunicar, debe tener un proyecto gubernamental general, vale decir, un modelo de itinerario socialmente aceptado o, por lo menos, debe encargarse de instalarlo para evitar caer en el cortoplacismo y salir, así, de la trampa de la inmediatez. El mito posibilita la creación de consensos, en tanto que vincula al ciudadano con el Gobierno y lo hace sentir parte de él.

Baste recordar que, a estas alturas, en el Gobierno anterior todos teníamos claro cuál era el objetivo o proyecto político de la segunda administración bacheletista. En comparación con Bachelet II, no cabe duda que el Gobierno actual no ha logrado forjar una identidad.

El problema de falta de identidad –relato, proyecto o mito de Gobierno– se ha manifestado en que las “pequeñas humillaciones” autoinfligidas –los «campeones» del ministro Varela, el protocolo sobre aborto, los dichos de Hernan Larraín acerca de los jueces y sus reuniones opacas con el Fiscal Nacional, la embajada de Polo Piñera, el Harvard Gate de Felipe Larraín, el televisor de Cerro Castillo o la frustrada gira a Europa del Mandatario, entre otros desaciertos– rápidamente han perforado el guión comunicacional del Gobierno y han hecho perder el control de la agenda.

Es desde esta perspectiva analítica que creemos que la cuenta pública se presenta como una oportunidad para forjar una narrativa que posibilite guiar la acción gubernamental. Esto es, que haga ver la realidad de una determinada manera, que posibilite movilizar, fortalecer decisiones y justificar realizaciones. Así, el tono del discurso del viernes nos debiera permitir ver, entre otras cosas, la diferencia entre hacer sentido o proveer de significados a la ciudadanía.

En concreto, saber si se apostará por un diseño de gobernabilidad del Presidente con su coalición –en un déjà vu concertacionista–, que busque por sobre todas las cosas mantener la unidad o si, por el contrario, en un acto de audacia política, Piñera decide apostar por privilegiar su proyecto y popularidad, conectando con las nuevas demandas su emoción y subjetividades, pero con independencia de la agenda de su coalición, renunciando, de paso, al proyecto de continuidad de su sector.

En cualquier caso, la cuenta pública del viernes será la última oportunidad que tendrá Sebastián Piñera para instalar una narrativa que le dé dirección, voluntad y justificación a su apuesta de cambio y medidas de política. Solo de esta forma dicho discurso se podría constituir en un vector de identidad que permita, con su mensaje, encaminar la acción del Gobierno en los próximos meses.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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