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El Frente Amplio: entre “la promesa permanente” y el efecto Florcita Motuda Opinión

El Frente Amplio: entre “la promesa permanente” y el efecto Florcita Motuda

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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El FA es una “promesa permanente” que no encuentra su destino, sumado esto a una gestión bastante intrascendente en el Parlamento y el arrebato liviano de algunos diputados. Si no enmiendan luego, habrán perdido gran parte de su capital ganado en las elecciones y los ciudadanos empezarán a desencantarse. Al interior del conglomerado varios piden a gritos la presencia de Beatriz Sánchez para poner orden, conducir y posicionarse como su líder. Y, por supuesto, si Florcita Motuda sigue siendo sinónimo de este grupo político a la hora de la evaluación de los ciudadanos, los problemas irán en aumento. Él no es precisamente un buen ejemplo de diversidad en un Congreso. Esto, con todo respeto por su rol de artista y su compromiso en la campaña del NO.


Hace ocho meses, las expectativas acerca del rol que cumpliría el Frente Amplio (FA) en la política chilena –considerando su buena votación presidencial (20.34%) y parlamentaria (20 diputados y 1 senador), además del debut del nuevo sistema electoral– eran muy altas. Se acababa en el país la lógica de dos grandes conglomerados, estilo demócratas y republicanos, que se repartían casi por partes iguales el Congreso, teniendo que negociar entre ambos el destino de muchos proyectos. Algo conocido como la “cocinería”.

Lo cierto es que la fundación del Frente Amplio –un año y medio atrás– trajo un aire fresco a la desgastada política nacional. Rostros nuevos y temas nuevos. Una agenda más progresista, pero adaptada a los nuevos tiempos. Algo parecido a lo que representó el PPD a inicios de los 90, pero con la diferencia de que la mayoría de sus dirigentes provenían de las bases sociales: ex líderes estudiantiles, gente del mundo de la cultura, etc. Unos advenedizos, inmaduros o con muy poca experiencia para entender los “códigos” de sus antecesores en comparación con esos hombres –en su mayoría– y mujeres que hicieron del “servicio público” –esa frase cliché de la que abusan algunos– una especie de profesión.  

Los “chicos” del FA estaban ahí para cambiar la historia, para remover las capas tectónicas, para zamarrear a los poderes fácticos, a los partidos tradicionales. Y lo cierto es que, entre la elección de diciembre y el inicio del período legislativo, el temor del mundo más conservador de izquierda y derecha fue en aumento. Sacaban cálculos de todo tipo, llegando a la conclusión de que cualquier votación para aprobar una ley de alto quorum requería negociar con ellos.

Pero “la promesa” del Frente Amplio se esfumó. Desde marzo a la fecha, el conglomerado ha sido intrascendente. Esa es la condena más grande a que puede ser sometido un grupo que quería transformar la forma de hacer política en Chile. Permanentes disputas de poder interno, conflictos de liderazgo exacerbados y sin contar con una agenda clara. Lo cierto es que cuatro de ellos han intentado marcar una hegemonía a costa de los grupos más pequeños. Revolución Democrática, Izquierda Autónoma, Movimiento Autonomista y el Partido Humanista son hoy como en su momento fueron la DC, el PS, PPD y PR en la Concertación. Del resto, ni hablar. ¿Alguien sabe qué es el Partido Pirata o qué propone para Chile?

El FA hoy se ha convertido en una caricatura de la política que criticaban del resto y un espejo de la realidad del Congreso, esa institución que tiene una valoración paupérrima de la ciudadanía. Tal como dijo una de sus dirigentas, uno de los principales problemas que ha tenido el movimiento es que se ha concentrado excesivamente en el Parlamento, abandonando “la calle”.

Según su declaración de principios, aspiran a ser una “fuerza política y social transformadora que sea una alternativa al duopolio conformado por la derecha y la Nueva Mayoría”, una frase que parece haber sido patentada previamente por ME-O. También persiguen como objetivo la “unidad en la diversidad de las fuerzas de cambio, con vocación participativa, democrática y plural capaz de actuar con total independencia del poder empresarial”.

Pero, más allá de las intenciones, a un partido o grupo político se le debe juzgar por su capacidad de influencia, sus conductas, logros o movilización en torno a un proyecto. Por ahora, lo que hemos visto es una tendencia creciente a los conflictos de poder personalizados, cuyo foco central está sobre tres diputados y un alcalde. Entre ellos, las cosas no parecen andar bien o al menos desde lo público así se proyecta. Bueno, tal vez, producto de un exceso de transparencia que se mezcla con una cuota de ingenuidad, escasa disciplina y abuso de las redes sociales.

Mirosevic ha declarado que ya no se entiende como antes con Jackson y Boric. Sharp ha sido duro en criticar la mirada elitista que ha tomado el FA. Boric provocó casi un quiebre al invitar a la izquierda a condenar la situación de Venezuela, Nicaragua, China y Cuba. Mayol desencantado por el trato que le dieron en las primarias. El presidente del Partido Humanista quejándose amargamente porque cree que en el bloque existen diputados que se declaran de centroizquierda, pero que “actúan con la cabeza y la billetera de la derecha”.

Además, experimentaron una gran derrota en la interpelación al ministro de Salud. Un pecado de juventud –no lo digo en referencia a la edad de la mayoría de sus dirigentes–, propio de un conglomerado nuevo con 14 intereses en juego. El entusiasmo le ganó al cálculo político y no fueron capaces ni de convocar ni seducir a la ex Nueva Mayoría. Este episodio debe haber dejado muchos heridos, pero la autocrítica fue bastante escasa.

Aunque, sin duda, el mayor costo a su imagen ha provenido de eventos muy mediáticos, pero que distan mucho de una propuesta para ser una real alternativa al denominado duopolio. De seguro, la propia diversidad declarada en los principios le ha jugado en contra en esta etapa. Y las anécdotas abundan.

Renato Garín (RD), por ejemplo, saltó a la fama no por su labor legislativa, sino por sus habilidades para leer el tarot. De hecho, dio una entrevista donde le recomendó a Jackson ser “más erótico”. Lo de Pamela Jiles, en cambio, fue positivo para el espíritu de la colectividad cuando recorrió todo el hemiciclo para increpar a un inadecuado y provocador diputado UDI.

Pero el gran ícono que marca el posicionamiento del FA en estos primeros meses de actividad legislativa, sin duda, es Florcita Motuda. El excéntrico músico, que se viste como si fuera a ir a una fiesta de disfraces o actuar en un acto ochentero, ha sobresalido por sus opiniones irreverentes, humorísticas, pero faltas completamente de contenido. Sin duda, lo más serio que ha hecho es cantar a capela para la discusión de instaurar el día del rock chileno.

El FA es una “promesa permanente” que no encuentra su destino, sumado esto a una gestión bastante intrascendente en el Parlamento y el arrebato liviano de algunos diputados. Si no enmiendan luego, habrán perdido gran parte de su capital ganado en las elecciones y los ciudadanos empezarán a desencantarse. Al interior del conglomerado varios piden a gritos la presencia de Beatriz Sánchez para poner orden, conducir y posicionarse como su líder. Y, por supuesto, si Florcita Motuda sigue siendo sinónimo de este grupo político a la hora de la evaluación de los ciudadanos, los problemas irán en aumento. Él no es precisamente un buen ejemplo de diversidad en un Congreso. Esto, con todo respeto por su rol de artista y su compromiso en la campaña del NO.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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