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Se viene septiembre, el mes de los museos en Chile Opinión

Se viene septiembre, el mes de los museos en Chile

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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La discusión que partió por una torpe, prepotente y poco empática frase hecha por un ministro –que alcanzó a estar en el cargo apenas un fin de semana– acerca del Museo de la Memoria, evidenció el alto nivel de esquizofrenia que tenemos los chilenos como sociedad. Durante estas últimas semanas, hemos escuchado todo tipo de propuestas de nuevos museos para Chile. El de la Democracia, de la Transición. Pero la más bizarra y que parece digna de una serie negra de Tarantino: el Museo de la Verdad, sugerido por los reos condenados por delitos de lesa humanidad de Punta Peuco. Cada uno con su museo. Cada uno con su historia.


Parece que desde ahora en Chile, las tensiones y divisiones del pasado, esa parte de la historia que unos preferirían olvidar y que a otros desgarra evocando el dolor –y que asombra a las nuevas generaciones–, se resolverán armando museos. Son nuestras nuevas alfombras donde debajo podemos esconder los errores y horrores, “complicidades pasivas” –como diría el Presidente Piñera–, las torturas y la muerte, pero también las desconfianzas mutuas. Eso que nos permitió romper la democracia y soportar una dictadura. Unos aplaudiendo o justificando lo injustificable y, otros, sufriendo o negando toda responsabilidad en las causas y los efectos.  

Septiembre ya está encima. El mes de los circos, las fondas, el Te Deum, del inicio de la primavera, pero especialmente de la reaparición permanente de las imágenes en blanco y negro de los Hawker Hunter bombardeando La Moneda. Una y otra vez, como en Hechizo del Tiempo, esa película que condenaba a sus protagonistas a repetir el mismo día cientos de veces. Y ahora se suman los museos, que recuerdan esa parte de la historia.

Este año se cumplirán, ni más ni menos, 45 años del Golpe militar y nuestra sociedad sigue aún entrampada en una nube que no permite hacer un cierre definitivo de esa etapa gris. Ya nos acercamos al medio siglo de aquel día y, de seguro, tendremos barricadas en Villa Francia, romerías al Memorial de los Detenidos Desaparecidos, velatones, ex militares reivindicando su accionar, unas cuantas mujeres evocando a Pinochet y portando pancartas con fotos del dictador vestido de gala y sonriendo.

La verdad es que este es un fenómeno que no deja de sorprender a nivel mundial. En Europa, por ejemplo, las heridas de la guerra, e incluso del Holocausto, se encuentran bastante curadas. Son sociedades que fueron capaces de reconocer una verdad amarga, pedir perdón, perdonarse y asumir colectivamente la barbarie de unos pocos. El nunca más ha marcado a esos países. Ha sido un aprendizaje, una sanación. Pero qué lejos estamos de eso en nuestro país.

[cita tipo=»destaque»]Este es el Chile que conmemorará esta fecha tan simbólica. Los unos versus los otros. Nada en común. Los museos siempre han sido lugares silenciosos, de luz tenue, poco visitados. La imagen de quienes concurren a ellos es la de personajes con un aire reflexivo, interesados en el pasado, nostálgicos. Pero también por los pasillos de los museos circulan niños y niñas tomados de la mano, guiados por sus profesoras. Chicos que no entienden las divisiones de los mayores ni, menos, lo que ocurrió hace casi medio siglo. Que no conocen el significado de la palabra degollados y, menos, saben quiénes fueron Manuel Contreras o Carlos Altamirano.[/cita]

La discusión que partió por una torpe, prepotente y poco empática frase hecha por un ministro –que alcanzó a estar en el cargo apenas un fin de semana– acerca del Museo de la Memoria, evidenció el alto nivel de esquizofrenia que tenemos los chilenos como sociedad. Durante estas últimas semanas, hemos escuchado todo tipo de propuestas de nuevos museos para Chile. El de la Democracia, de la Transición. Pero la más bizarra y que parece digna de una serie negra de Tarantino: el Museo de la Verdad, sugerido por los reos condenados por delitos de lesa humanidad de Punta Peuco. Cada uno con su museo. Cada uno con su historia.

Este es el Chile que conmemorará esta fecha tan simbólica. Los unos versus los otros. Nada en común. Los museos siempre han sido lugares silenciosos, de luz tenue, poco visitados. La imagen de quienes concurren a ellos es la de personajes con un aire reflexivo, interesados en el pasado, nostálgicos. Pero también por los pasillos de los museos circulan niños y niñas tomados de la mano, guiados por sus profesoras. Chicos que no entienden las divisiones de los mayores ni, menos, lo que ocurrió hace casi medio siglo. Que no conocen el significado de la palabra degollados y, menos, saben quiénes fueron Manuel Contreras o Carlos Altamirano.

Hace unos días, José Antonio Kast realizó una acción que no deja de llamar la atención: visitó el Museo de la Memoria. Algo impensado para muchos que han criticado esa muestra sin ni siquiera saber dónde está ubicado. Me imagino que el ex candidato presidencial debe haber quedado impactado con las imágenes y los recuerdos que habitan en ese lugar. A la salida, señaló que el Museo era más bien un memorial. Y, claro, tiene razón, ese espacio es un homenaje a los miles que sufrieron y al mismo tiempo es un recordatorio, un llamado de atención para las nuevas generaciones.

Sin embargo, Kast también insistió en el argumento esgrimido por muchos en la derecha más dura: al Museo le falta “contexto”. De verdad, no logro entender qué quieren decir con esto. ¿Están insinuando que la muestra debe incluir un prólogo en que se expliquen las razones que tuvieron agentes del Estado y ex uniformados para asesinar, tortura o vejar a otros compatriotas? ¿Necesitamos tener “contexto” para entender, por ejemplo, qué le pasó por la cabeza a un grupo de carabineros que detuvo y luego quemó a 15 campesinos en los Hornos de Lonquén?

Ténganlo por seguro, a ningún alemán se le ocurriría pensar que al museo estatal de Auschwitz le falta “contexto” para entender el horror vivido por miles de judíos polacos en manos de los soldados nazis que ocupaban ese país. De acuerdo a la posición de Kast, lo que correspondería también aquí es intentar explicar por qué a Hitler se le ocurrió que los judíos eran seres inferiores. Por supuesto que un lugar destinado a rescatar la memoria colectiva, llámese memorial, museo o lo que sea, tiene como objetivo revivir el pasado doloroso, pero con un sentido de futuro. En nuestro país está el Memorial de los Detenidos Desaparecidos en el Cementerio General; en Nueva York, a los caídos en su propio S11; o en Washington a los miles de soldados que murieron en Vietnam.

En este contexto, la propuesta del Presidente Piñera –contenida en su programa– de crear un Museo de la Democracia, apunta, lamentablemente, en el mismo sentido: reforzar un pasado irreconciliable entre chilenos. Incluso da pie para las interpretaciones de la teoría del empate. De hecho, a las pocas horas del anuncio saltó el ex Presidente Lagos proponiendo la idea del Museo de la Transición. Y por supuesto que no va a haber consenso en la interpretación de la historia reciente, y menos se hará un aporte a la sanación mental de Chile si es que cada uno cree que su verdad es la única válida y decidan ir armando museos cerrados y pequeños en que los mismos se cuentan la película entre ellos.      

Más que un museo, Chile necesita un diálogo franco, honesto, que nos permita mirarnos más a los ojos y entender el pasado para proyectar el futuro con un nunca más. Nos quedan solo 5 años para llegar al medio siglo del Golpe, un buen horizonte para empezar a trabajar como sociedad, desde ahora, para ese punto de inflexión que tendrá la historia. Pero, claro, las señales por estos días no son muy auspiciosas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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