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¿No?

Alberto Mayol
Por : Alberto Mayol Sociólogo y académico Universidad de Santiago
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Este 5 de octubre no solo se conmemora el triunfo del No a Pinochet como Presidente. También conmemoramos la transición permanente y la renuncia, más allá del realismo, a una sociedad distinta a la que creó la dictadura. Se le dijo No a Pinochet, pero Sí a Jaime Guzmán, Sí a Hernán Büchi y Sí a José Piñera. En tanto tal, parece no haber asomo de ironía en que hoy gobierne, por segunda vez, no solo la derecha, sino además el hermano de este último. ¿O no?


Tal y como un título o una lápida puede resumir el universo de un evento o una persona, toda historia puede contarse con una abreviación abrumadora. Si lo queremos decir con ese afán, podemos señalar que en un país, un día, con un lápiz y un papel, millones de chilenos derrotaron a un dictador, gracias a la vanguardia astuta y prudente que decidió usar las herramientas institucionales creadas por la misma dictadura para lograr la democracia. Ese día, un 5 de octubre de 1988, se le dijo No al dictador y comenzó un proceso de transición que condujo a ese país a sus mejores años.  Y al decir No, se le dijo “no más al dictador”, pero supuestamente se le dijo no, también, a las armas insurreccionales que intentaron eliminarlo un par de años antes. Y todo esto ocurrió primordialmente por televisión, con una franja y un dedo líder apuntando al asesino.

Han pasado 30 años de este episodio y el significado del hito aún está en definición, aunque en realidad el anterior párrafo resume bastante bien todo lo que se suele concluir respecto al hecho y será probablemente la visión dominante en estos días. Pero Sócrates decía que el rol de quien ejerce el oficio de preguntarse sobre la realidad es molestar, es ser como el tábano sobre el burro. Y ante ese magnífico desafío, conmino a preguntarnos: ¿qué tan “no” fue el “no”? ¿Qué porcentaje de “sí” habitó el “no”? ¿Y en qué dimensiones se dio un “no” más claro?

Como corresponde a nuestro tiempo, una película ha sido el más exitoso mecanismo para dotar de alguna interpretación común al evento. Una película sobre el éxito de la televisión, notable señal de la capacidad de la industria cultural para jamás salir de ella misma. Y como corresponde a nuestro tiempo, los presuntos artífices del triunfo migraron a capitalizar su conquista en el terreno que la época considera prioritario: el mundo empresarial. Es así como Tironi y Correa transformaron sus artes que supuestamente fueron vitales para vencer al dictador en artes para el triunfo comercial, donde normalmente lo que se ha de vencer son protestas de movimientos sociales o comunidades afectadas por contaminación. Esta conversión, así descrita, suena rústica y resentida. Pero en realidad habla de una cuestión filosófica más importante.

Lo que intentaremos hacer acá es poner entre paréntesis el significado del No, en dos ámbitos donde los argumentos frecuentes parecen haber migrado a verdades absolutas: 1) que el triunfo en el Plebiscito fue un logro de la franja televisiva (y de la ruta institucional en general) más que de la lucha social; 2) que el triunfo del No, como ruta histórica, carecía de alternativa eficaz y que la manera en que, después del triunfo plebiscitario, se manejó la transición era, cual más, cual menos, el camino más razonable. Esta es la visión hegemónica que es necesario examinar.

Respecto a la franja televisiva y su influencia, el asunto es simple. No hay evidencia académica alguna respecto a que el proceso de franja televisiva haya implicado un crecimiento relevante de una de las dos opciones. No hay estudios que señalen, considerando todas las encuestas que se hicieron en la época, que hubo una evolución en una dirección u otra en los meses de campaña televisiva. Hay consistente evidencia, por lo demás, que en cualquier encuesta mínimamente razonable siempre ganaba el No. Incluso una importante encuesta que dio ganador al Sí fue completamente fraudulenta, pues la gente que trabajó en ella sabe que el resultado era inverso y que la llegada a sus oficinas de un importante académico del mundo de la economía pinochetista (que ha sido funcionario del Estado de Chile al más alto nivel y está vinculado cercanamente con alguien que fue presidenciable) supuso un cambio fraudulento en los datos, pues (arguyó este hombre en la empresa de investigación) a Pinochet no se le podía mostrar ese resultado y, por lo demás, la encuesta no era capaz de representar a la ‘familia militar’.

Al día siguiente, la prensa nacional señalaba que dicha encuesta predecía un triunfo del Sí, aun cuando el resultado total sumaba una cifra diferente a 100% y, derivado de ello, la empresa perdió muchos clientes y en la práctica desapareció a poco andar. En resumen, nadie mínimamente razonable, cuestión que no incluía al dictador, podía imaginar un resultado distinto al que aconteció.

Entendemos que la salida de Pinochet fue un alivio y una gran noticia, pero considerar algo probable como una gesta épica es más discutible. Uno entiende las emociones de los involucrados, que se jugaban la vida, pero eso no implica que nos imaginemos realidades que no son en términos históricos.

Las dictaduras no suelen ser buenas en obtener resultados en elecciones libres con supervisión de la oposición e internacional. No es raro que el columnista de derecha Gonzalo Rojas declare que el resultado de Pinochet, más de un 43%, era bastante bueno. Tiene razón. Los dictadores no son muy aptos para ganar el concurso de popularidad. Si así fuera, harían elecciones.

Se debe agregar que muchos atribuyen el éxito de la franja del No, que acabamos de señalar como discutible, a la fuerza de la publicidad. Omiten que el dictador había contratado a todas las agencias de publicidad de la época y había depositado la coordinación en manos del principal nombre de la publicidad de entonces. Nuevamente un poco de investigación histórica ayudaría a salir de dudas. Pero de esto se ha hablado sin mucho estudio. Es irónico que no haya una historiografía reposada sobre este proceso, a propósito de memoria e incluso a propósito de contexto.

Respecto al segundo punto, esto es, si el plebiscito era la única alternativa eficaz y si fue ese camino el único factor que permitió terminar con la dictadura, como señala Eugenio Tironi, la respuesta en sencilla: no. Habría que ser un completo ignorante a conceptos básicos de la sociología para creer que la dictadura fijó un plebiscito por mera iniciativa propia (cuando tenía ‘metas pero no plazos’ al principio). Que Tironi sea ciego a la sociología suena un poco ofensivo, pero es una falta confesa por él mismo, que en sus conferencias declara que sus impresiones no necesitan basarse en nada, ni estadísticas, ni estudios de caso, ni entrevistas.

Su honestidad, o su desparpajo, resultan sublimes. Y sorprendentes. Pero nos quedamos con el vaso lleno: es sublime. No entraré a explicar el significado de la presión popular, la importancia simbólica y no simbólica de la insurrección armada, la existencia de una oposición que dignificó quedarse en Chile como resistencia, el costo social de las políticas de pago de la deuda externa, el ataque impopular de la dictadura a los pensionados, el rol de la enorme crisis económica a la que llevó el modelo chileno a inicios de los ochenta y, en definitiva, el evidente esfuerzo de ejecutar toda acción conducente al fin de la dictadura por parte de una serie de actores sociales y políticos. Habrá que señalar además las crecientes fisuras en la misma dictadura entre duros y blandos. La tesis de Tironi al respecto no solo es falsa, sino simplemente estúpida. Esto último es siempre perdonable, todos cometemos estupideces, pero en su caso su estupidez tuvo como corolario una conveniencia significativa. Y eso ya suena peor.

Finalmente lo más interesante. Volver a la pregunta: ¿cuál es el significado del No? Si hacemos la pregunta del modo más simple posible, tendremos algunas conclusiones elementales.

El No de 1988 fue seguido por un año clave, el olvidado 1989: ministros concertacionistas en el Gobierno de Pinochet, un segundo plebiscito donde la Concertación y el pinochetismo llamaron a votar que Sí, validando la Constitución de 1980. 1989 es el año sobre el cual debemos poner un velo (no se dijo esto, simplemente se hizo). Si tuviéramos un estándar analítico más alto, 1989 es el año para entender lo posterior, pues se estructuró la relación del futuro transicional. Pero no se menciona. Es la vergüenza, la cara mirando al costado, el realismo político descarado, la convivencia (y el inicio de la connivencia) en el pasillo de La Moneda, la creciente simpatía del dictador con sus nuevos funcionarios, el despertar de una inconfesable admiración recíproca.

El No fue un no a Pinochet como Presidente, pero un Sí a él como factótum, como senador vitalicio después, fue un Sí a convertir el aparato de Estado en sus abogados y en los abogados de sus servidores. El No fue un Sí a las reformas estructurales de Pinochet, al modelo de sociedad, al sistema de pensiones, al modelo educacional, al sistema de salud, a la privatización en forma de robo, a la corrupción descarada.

El No se convirtió en 1989 en vista gorda. No fue la justicia en la medida de lo posible. Fue dar (a los privados) hasta que duela (al Estado, a los jubilados, a los profesores). Fue la doctrina de cuidar a los ricos, fue la defensa intransable de la desigualdad.

Puedo exagerar, pero el primer acto de reflexión debería ser preguntarse cuánto del Sí triunfó el 5 de octubre de 1988. ¿0%? ¿10%? ¿20%? ¿50%? ¿O más? Es la pregunta que quizás sería relevante realizarnos hoy, pues permite proyectar esta fecha hacia la transición y el presente.

Los chilenos no votaron que “no” diciendo “sí”. Y tal como dijeron “no a Pinochet”, a sus ocho años más, tal como dijeron “sí” a llamar a elecciones, no podemos imaginar que se deduce que dijeron que “no” a la vía armada, que dijeron que “sí” a la educación de mercado y todo el conjunto de conclusiones que la Concertación sacó, para mayor gloria de sí misma y para mayor comodidad también.

Cinco objetivos centrales recorrieron la transición: gobernabilidad, crecimiento económico, reducción de la pobreza, igualdad y democratización. La pobreza era un objetivo de igual intensidad para ambos lados del binominal. La gobernabilidad y el crecimiento importaban más por derecha. Y la igualdad y la democratización importaban más por izquierda. Los objetivos de la derecha fueron más perentorios y los resultados fueron mejores para esos objetivos que para los de la izquierda. Es indudable que la alegría ha sido mayor en transición que en dictadura, pero habrá que decir que ha habido más alegría por el lado de los que votaron Sí que entre quienes votaron No. A lo más, el 6 de octubre de 1988 pasaron un susto. De ahí en adelante se convencieron de algo: “Menos mal que ganó el No”.

Este 5 de octubre no solo se conmemora el triunfo del No a Pinochet como Presidente. También conmemoramos la transición permanente y la renuncia, más allá del realismo, a una sociedad distinta a la que creó la dictadura. Se le dijo No a Pinochet, pero Sí a Jaime Guzmán, Sí a Hernán Büchi y Sí a José Piñera. En tanto tal, parece no haber asomo de ironía en que hoy gobierne, por segunda vez, no solo la derecha, sino además el hermano de este último. ¿O no?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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